EL “ATEÍSMO RELIGIOSO” DEL MARXISMO Y SUS VARIANTES

 

Resulta al menos muy notable que Marx, en sus voluminosos tratados económicos, sociales y políticos, no haya cuestionado la validez de los postulados económicos liberales, con lo cual aceptó la vigencia plena de las “leyes” económicas pergeñadas por Smith y Ricardo.

Es sumamente interesante evaluar que pocos años antes de las primeras publicaciones de Marx, otro muy lúcido analista económico, tempranamente fallecido –el alemán nacionalizado estadounidense Federico List-, publicó el que sería su único pero contundente libro: “Sistema Nacional de Economía Política”, en el cual literalmente desmenuzó y destrozó las muy falaces argumentaciones y enrevesadas fundamentaciones del liberalismo. Por algún motivo –seguramente por desconocimiento y poca difusión de la obra de List, Marx omitió totalmente considerarla, lo cual le privó de adoptar una postura coherentemente crítica respecto a los falaces fundamentos teóricos del liberalismo.

Cabe señalar al pasar (no es el objetivo central de este artículo) que el mismo Keynes señaló críticamente la irrealidad del “mundo fantasioso” de David Ricardo, totalmente divorciado de la realidad, pudiendo citarse como ejemplo su nunca demostrada teoría del “velo monetario”, entre otros “castillos en el aire” que después fueron consagrados por el establishment transnacional como supuestas “verdades irrefutables”..dadas sus funcionalidades para imponer “el modelo” liberal.

No puede ignorarse que el comunismo –genéricamente hablando- y el marxismo –la variante más conocida y difundida del comunismo, constituyeron doctrinas que respondieron de algún modo al capitalismo absolutamente salvaje y sobre explotador que se impuso arrolladoramente en el primer siglo largo desde el advenimiento del maquinismo, surgido ya avanzada la segunda mitad del siglo XVIII en Gran Bretaña, y que desde fines del siglo XIX se había extendido con la Segunda Revolución Industrial, a Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, EEUU y Japón.

En EEUU, por la enorme abundancia de recursos naturales y territorios –en expansión-, las condiciones habrían sido menos opresivas y más favorables a la movilidad social, favoreciendo a los emprendedores e innovadores, con el apoyo directo o indirecto del Estado.

En Japón, en pocas décadas se pasó de decadentes estructuras feudales, a un pujante industrialismo muy expansivo; pero las estructuras socio económicas continuaron privilegiando los valores culturales propios, por lo que las condiciones de producción y estructuras sociales no fueron aquellas de terrible sobre explotación de las industrias, minería y otras actividades, con larguísimas jornadas, obreros masificados como “desechables”, y trabajos inhumanos realizados por mujeres, niños y hombres reducidos a condiciones infra humanas, que caracterizaron a Gran Bretaña.

Es decir que las estructuras económicas que estudió –y con mucha lógica criticó Marx- eran las vigentes en Europa a mediados del siglo XIX, y más precisamente las de Gran Bretaña (su país de residencia) y de Alemania (su país de origen).

Por eso, la pretendida extrapolación y universalización “ad eternum” del marxismo, puede con toda lógica considerarse extemporánea y fuera de contexto territorial e histórico.

Pero esa pretendida “universalización dogmática” de los principios del marxismo, es reforzada constantemente –siempre como principio pretendidamente indiscutible- por los principales referentes y pensadores adscriptos al, y militantes del marxismo.

Esa “universalización dogmática” de los principios del marxismo involucra no solo a militantes y referentes políticos –desde el mismo Marx y el teórico Gramsci hasta los “conversos de las bases”- sino también a pensadores incluso reconocidos en cenáculos intelectuales amplios, como sucede con el veterano historiador egipcio- británico comunista Eric Hobsbawm. En una de sus bien escritas obras, en una especie de autobiografía, manifiesta sin ruborizarse que desde siempre entendió que “el triunfo del comunismo está escrito en los libros de Historia a escribirse en el futuro”. Por cierto una nada científica creencia, en nada compatible con el academicismo y notable versación histórica de los que hace gala…sin que eso implique coincidir –de mi parte- con sus razonamientos y deducciones políticas. Pero si un referente intelectual –para algunos incluso “ciudadanos del mundo” neoliberales (léase cipayos) asumidos- el nonagenario Hobsbawm sería el más grande historiador vivo de la actualidad- se permite sostener semejante dogmatismo (creencia “inapelable”), ¡que podemos pedir de cientificidad al convencido militante de base marxista!

Adviértase que ese nivel de dogmatismo –rayano en el fanatismo asimilable a ciertos “cultos a la personalidad” de algunos regímenes personalistas- es lo que lleva a muchos marxistas a sostener posturas de negacionismo político (niegan todo lo que se opone a sus dogmas políticos, aunque se demuestre que están equivocados). Y precisamente esa postura cerrada, llevada al extremo de credo de fe política, es la que posiciona al marxismo como una “religión política” neopagana, la cual se conjuga con el ateísmo militante (en rigor antiteísmo u oposición sistemática a la Fe religiosa), pasando a conformar el “ateísmo religioso marxista”, al basarse en dogmas políticos sobre los que no admiten ni toleran disenso alguno.

Ese “ateísmo dogmático” del marxismo parte de su conocida calificación de las religiones como “opio del pueblo”, en base a ciertos excesos o complacencias de las estructuras religiosas de la Europa de los siglos XVIII y XIX, siempre extrapoladas al mundo entero y “per secula seculorum” (por los siglos de los siglos), lo cual es otra desmesurada extensión geográfica y temporal dogmáticamente mantenida por los militantes marxistas.

Debe señalarse que a mediados del siglo XIX, el economista y pensador suizo itálico Jean Sismondi batalló por mejorar las condiciones de vida de los asalariados, propugnado políticas estatales activas que implementen las coberturas sociales; criticando además las teorizaciones de D. Ricardo.

También cabe señalar que  la Alemania prusiana de Bismarck –a fines del siglo XIX- fue el primer Estado Nacional en el que se implementaron amplias medidas de cobertura social y previsional, mejorando notablemente las condiciones de vida de la población y posibilitando la movilidad social, fenómenos por cierto no previstos por el dogmatismo marxista.

Es curioso que dado que el marxismo entiende que “debe nacer de las cenizas” del supuestamente “inevitable colapso” general, se han opuesto sistemáticamente a todos los gobiernos y modelos político económicos populistas y nacionalistas, porque según los cerrados dogmas marxistas “retrasan el ‘inevitable’ colapso general”. O sea que no han tenido empacho en hacer causa común con los regímenes más antipopulares y antinacionales, con tal de no aceptar a gobiernos, partidos y movimientos políticos claramente favorables a implementar profundos y positivos cambios socio económicos; tal como sucedió en Argentina con el PC haciendo causa común con Braden y su “Unión Democrática”, claramente oligárquica.

Otra cuestión más que opinable, es la fórmula marxista para cuantificar el valor de los bienes, pues afirma que ese valor no es más que trabajo acumulado. Esa extrema simplificación de uno de los grandes temas controversiales en la Economía teórica, pudo tener visos de aplicabilidad –muy parcializada- en el siglo XIX. Pero al presente, con la creciente automatización de las producciones, esa definición es no solo extemporánea, sino incluso inaplicable, más aún para definir el valor de los servicios. ¿Un bien o un servicio producido con escaso aporte tecnológico, pero funcionalmente idéntico a uno producido en gran escala, debería “valer” más por “incorporar” más horas – hombre? ¡Discutible!

Por otra parte, cierta tendencia a la uniformización total de las retribuciones, además de ser de muy dificultosa aplicabilidad, es más que discutible, pues no retribuiría la mayor capacitación, la mayor dedicación ni la mayor productividad.

Otro tema mayúsculo, que los teóricos del marxismo “olvidan” con la habitual complicidad de los economistas y comentaristas liberales, es el escaso o nulo criterio geopolítico para evaluar las relaciones de poder entre los Estados –como globalizadores que son los marxistas, de última-, así como omiten la importancia enorme de incrementar la producción global, en lugar de poner el énfasis exclusivamente en la redistribución (usual “preocupación” de “los progress”).

Así fue como por décadas se dedicaron a “negar” el fuerte desarrollo brasileño –desigual pero desarrollo al fin-, y hoy “se asombran” al encontrarse con una nueva potencia emergente, en la cual además Lula pudo redistribuir en gran escala, por el elemental hecho de haber crecido exponencialmente su producción global. O sea que es más fácil y lógico redistribuir, cuando se tiene más bienes y servicios disponibles para hacerlo.

Tampoco debe omitirse que para muchos teóricos y militantes del marxismo (en sus diversas variantes), el odio y el rencor parecerían sus sentimientos motivantes; tal cual muy gráficamente lo dijo El Che. Y el odio sistemático por lógica no lleva a buen destino.

Finalmente cabe señalar que paradójicamente, muchos marxistas desencantados se volcaron al ultra ecologismo para canalizar así sus frustraciones “contra el sistema”; y no parecerían darse cuenta que con ello son peones dóciles de los mega intereses financieros globalizantes…precisamente la “flor y nata” del “gran capitalismo” que dicen odiar y aberrar. Tal como los graficó Fernando Savater, son los “ecologistas sandías”, verdes por fuera y rojos por dentro.

 

 

C.P.N. CARLOS ANDRÉS ORTIZ

Ex Investigador y Docente = Facultad de Ciencias Económicas = UNaM

Especialista en Gestión de la Producción y Ambiente – Fac. de Ing. = UNaM

Tesista de la Maestría en Gestión de la Energía  = UNLa – CNEA

Docente de Economía – Esc. Normal 10 – Nivel Terciario

Docente de la Diplomatura en Geopolítica – Inst. Combate de Mbororé

 

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