SIN CORAZÓN NI CABEZA

 

Hace unas noches en su programa de cable habló de cierto profesor que supo conocer en alguna de las muchas universidades por las que transitó. Ese sabio docente solía decir que las mejores personas que había conocido en su vida estaban equivocadas. Según Grondona, el iluminado catedrático hablaba de los izquierdistas, explicaba que eran gente noble y pura, pero que irremediablemente estaban equivocados. En cambio, señalaba, las personas que menos le habían gustado en su vida eran los que de verdad estaban acertados: los liberales, los capitalistas. No son simpáticos pero tienen razón, concluía el venerable pedagogo, despejando dudas.

Establecido este primer dogma, aquella noche Grondona ofreció su cara a una de las cámaras, ensayó la mejor de sus sonrisas, a mitad de camino entre la simpatía y la cortesía, y se dispuso a revelar la segunda verdad. Para ello recurrió a una frase manida que, con el fin de darle más fuste, puso en boca de Winston Churchill. El primer ministro británico, comentó Grondona, solía repetir: “quien a los dieciocho años no ha sido izquierdista no tiene corazón; quien a los cuarenta continúa siéndolo no tiene cabeza”.

Aparentemente, Churchill estaba en lo cierto: cuando Marx y Engels dieron a conocer “El Manifiesto del Partido Comunista”, uno tenía 28 años y el otro 30. Pero la tesis de Churchill se derrumba sin remedio cuando se advierte que Marx murió a los 65 y Engels a los 75, que ambos nunca dejaron de ser izquierdistas y que, sin embargo, jamás perdieron la cabeza. “El Capital” o el “Antidüring” son pruebas concluyentes. Este fenómeno se repite con miles de célebres hombres de izquierda, la lista es extensísima.

Pero volvamos a la propuesta de Winston Churchill citada por Grondona, vayamos incluso al propio Grondona que, ¿por qué negarlo?, alguna vez tuvo que haber sido joven. ¿Alguien es capaz de imaginarlo con sus apasionados 18 años levantando banderas de izquierda? ¿Alguien es capaz de verlo en el exclusivo y excluyente Colegio Champagnat voceando consignas revolucionarias? ¿Alguien es capaz de concebirlo peleando a grito partido en las asambleas estudiantiles a favor de la enseñanza laica y gratuita? ¿Alguien es capaz de observarlo redactando un manifiesto a favor de la huelga metalúrgica o textil o ferroviaria? Sería un ejercicio de ciencia ficción imaginar actos de esa naturaleza en un Grondona que, por aquella época, aspiraba a convertirse en un sacerdote, no precisamente del tercer mundo.

Lo cierto es que en 1962, lo encontramos, con solo 30 años, redactando el Comunicado 150 en favor del general Juan Carlos Onganía, quien en 1966 encabezaría el golpe militar que iba a derrocar al gobierno de Illia.
Antes aún, cuando era un joven de apenas 23 años, lo vemos integrando los Comandos Revolucionarios Civiles que en 1955 colaboraron activamente en la caída del gobierno peronista, entre otras cosas, bombardeando impunemente Plaza de Mayo con un saldo de cerca de cuatrocientos muertos: mujeres, hombres y niños que tuvieron la mala fortuna de andar por la Plaza en el momento en que los heroicos aviadores arrojaban sus canallescas bombas.

Digámoslo, aunque sea duro escucharlo: Mariano Grondona jamás fue un hombre de izquierda. Es decir, según las teorías de su citado Winston Churchill, nunca tuvo corazón, y, para colmo, ahora que ha pasado los 70, advertimos que tampoco tiene cabeza. ¡Cuánto desamparo! Tal vez por eso hace enconados esfuerzos por resultar simpático. Honestamente, no lo consigue.

Télam

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