INFANCIA EN LA SECCIÓN NOVENA

 

Ambos se mostraban atentos con quienes utilizaban sus servicios y la distancia que separaba a la Capital con el pueblo de Oberá, (nombre de origen guaraní, que significa: “la que resplandece o la que brilla”) era un trillo de carros de bueyes, atravesando vados de arroyos, que en el supuesto caso, no hubiera ningún accidente, permitiría a los ansiosos y aventureros viajeros, descender en su destino esa tardecita.

 

La partida de ese viaje se inició mucho tiempo antes de que la inminente salida del sol comenzara a pintar anaranjados arrebolles allá por el Oriente. Descendieron del vehículo frente a la desaparecida pensión San Martín, lugar al que se presentó mencionando la expresa recomendación formulada por algunos de los integrantes del afamado STAFF de la Inspección Nacional de Escuelas. En ese instante, en Occidente, el Padre Sol ya iba escondiendo sus últimos resplandores y en la cúspide del negro Cielo, iban asomando las brújulas de caminantes y embarcadizos de la zona  Nordeste de nuestra muy hermosa Nación, “LA CRUZ DEL SUR Y LAS TRES MARÍAS”.

Los dueños de la pensión eran unos atentos japoneses, muy amables, pero que poseían un escaso vocabulario castellano. Fue bien recibido en la pequeña pensión, cuyos propietarios tenían un corazón grande y solidario, lo acompañaron hasta la pieza que le habían asignado; le llevaron un gran cubo de agua, un buen trozo de jabón y dos limpias toallas blancas. Allí estaba una gran palangana, montada sobre un alto soporte. Se higienizó, logró quitarse todo el polvo acumulado durante un largo día de viajar y pudo atenuar en parte el cansancio que invadía su cuerpo, aún cuando no consiguió disminuir la ansiedad y el fuego que lo animaba, se dirigió hacia el frente del negocio y despachó con buen apetito la cena que con celeridad le sirvieron. Saciado el apetito, encendió un cigarrillo y lo saboreó con satisfacción.

Recién entonces se acercó uno de los Hijos del Sol Naciente y le dijo: “¡Buena noshe, buen plovecho,¿ustel contento? Acá tenel,– dijo extendiendo en su mano un trozo de papel- yo plepalé plano camino oblaje que debe seguil pala llegal hasta la escuela . Son unos 20 km. Es un lalgo viaje, yo despierta ustel a las 02,30 holas, espela  con buen desayuno(mate cocido con levilo) dos caballos,  uno pala montal y otlo con maletas de  plovisiones, sus valijas y una lintelna… no se apula por caballos; cuando alguien viene de la Colonia lo tlae. Ustel anda tlanquilo nomá, llega allá a las 15,00 holas; no debe apulalse en el camino de monte, los pingos conocen”

El joven llegó a su destino, allí lo recibió el Director de la Escuela Nº 208, don Juan Carlos Pizarro, hombre dotado de un carácter afable, pero firme, docente por convicción; quien lo instruyó, durante los siguientes días sobre las formas y los procedimientos usuales en los establecimientos educativos situados en la espesura del monte misionero; también conoció a otro novel docente oriundo de Corrientes, con quien trabó una larga, sincera y profunda amistad, -que solo se vería interrumpida por su deceso-, se llamaba Don Eudoro AGUIRRE; ambos fueron compañeros de trabajo y de pieza; en su calidad de hombres solteros, compartían esperanzas e inquietudes, sus afanes y el porvenir … Pasaron ocho largos años templando su espíritu en la agreste selva misionera, hasta que un día, quizás un poco en serio, quizás un poco en broma, habían formulado una apuesta acerca de los muebles que poseían y el casamiento cercano de cualquiera de ellos, ya que ambos festejaban en Posadas a unas niñas . Aquel que contrajera enlace primero se quedaba con los muebles y el otro sería durante todo un año su inquilino, con derecho a pieza y comida. Mi padre contrajo enlace primero: el catorce de febrero de mil novecientos cuarenta y dos. Don Eudoro AGUIRRE fiel a la palabra empeñada, fue uno de sus testigos del enlace matrimonial.. . Unos meses más tarde, Papá recibió la comunicación emanada del Consejo Nacional de Educación, que lo habían  designado como Director de la Escuela Nº:290 (A CREARSE) en la Sección Novena, perteneciente al Pueblo de Campo Viera, ubicada a unos siete kilómetros de ese poblado.

Un antiguo galpón que se había utilizado para realizar el acopio de yerba mate, al que refaccionaron con mucha habilidad los vecinos del lugar, se transformó en el edificio escolar, cuyo frente apuntaba hacia el Norte. Al centro de la explanada ubicada en el frente del edificio, se levantó el mástil de madera tallada a puro filo de hacha, el camino de entrada estaba bordeado de piedras de la zona pintadas de blanco (a la cal),  sobre la calle terrada, había un cerco de alambres, delimitando la propiedad, en la parte interna del predio, se habían construido jardines, en los que contrastaban el verde de las hojas de sus plantas productoras de bellas flores, con el blanco de las margaritas, de las azucenas, donde sobresalían las enormes inflorescencias de las dalias, las rosas y los flexibles tallos de unas largas varas de espectaculares gladiolos, brindaban otros matices de colores diferentes.

Ubicado de manera equidistante, entre la casa donde vivía el director de la escuela con su familia y el edificio escolar, se encontraba un pozo de agua, con brocal y tapa de madera. Del otro lado de la calle (camino vecinal de tierra roja), protegida por la tupida sombra de una enorme planta de canela negra, estaba la casita de los maestros, no por que fuera pequeña, sino por  alguna razón que me movió a designarla con aquel nombre. A su costado izquierdo, estaba la entrada a la chacra de un vecino del lugar. Con el correr de los años, a la izquierda de la Escuela, se preparó un campo de fútbol y detrás de ese espacio, ya lindando con el monte, el edificio destinado a la cocina de la Asociación Cooperadora, lugar que  para evitar eventualidades y problemas, se levantó fuera del predio escolar, es que en los días de fiesta se lo sabía habilitar como “cantina”.

El terreno tenía un suave de declive hacia el sur, lejos del pozo de agua y siguiendo ese desnivel se ubicaron los baños, letrinas o excusados, con el objeto que los detritos humanos, no contaminasen la fuente de agua destinada al consumo.

La campana de la escuela con su tañido de bronce, llama y avisa a los chicos que se demoran en el camino, diciendo que todavía están a tiempo de llegar antes de que se formen para saludar a la Patria y a sus docentes.

¡Tan-tan; tan-tan; tan-tan . . . Vengan  niños que van a comenzar las clases; . . . apresúrense!. Parece decir “ella”, con su voz metálica ¡Tan-tan; tan-tan! ¡No lleguen tarde; no deben faltar!  ¡Es lo que indica su alegre y continuo repicar! Y los chicos de forma inmediata suspenden sus entretenidas actividades y corren hacia el viejo barbacuá, transformado en “Casa del Saber”. Allí los están esperando como lo hacen todos los días hábiles, sus maestros. Pronto va a iniciarse otra jornada de intensa tarea educativa, allá en la vieja y lejana escuelita de la “Sección Novena”. . .

El Señor Director está parado en la galería que permite el acceso hacia las aulas, justo en dirección a la entrada del establecimiento y a las escalas que sirven de cimiento al mástil. El hombre lleva puesto su impecable guardapolvo de color blanco; saluda con amabilidad a cada uno de sus alumnos,  que presurosos van ingresando al predio escolar; de tanto en tanto observa si reloj de bolsillo, está pendiente del tiempo para indicar el toque de la entrada, a la hora exacta. A nadie puede extrañar esto, es su costumbre desde el primer día; los vecinos podrían llegar a extrañarse si un día omitiera ese conocido ritual y se retrasara el toque de inicio de clases.

Hasta la próxima vecinos


COCO.-

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