LA LIBERTAD «MADE IN USA»

Y es que en nuestra sociedad tecnocrática, que en su sedentarismo intelectual y moral nutre su conciencia colectiva solo con los dogmas “fast food” elaborados por los “chefs” mediáticos del imperio sin preocuparse por los ingredientes éticos que los componen, ese concepto puede tal vez satisfacer su apetito de cerdos intelectuales, pero es indigesto para los paladares reflexivos, independientes de la promiscuidad intelectual y moral predominante, es decir para quienes en ese concepto falta esa esencia altruista, ultra humana, casi esotérica que es una conciencia social y colectiva humanista, una idiosincrasia fraternal, sin ánimo de lucro, basada en el respeto individual y universal de los derechos de los individuos y de las naciones, y no solo en la defensa de mezquinos intereses comerciales.

Es entonces necesario preguntarse: ¿Qué es la libertad?

La libertad, como la vida, es el objetivo fundamental de la especie humana, porque sin ella la vida no es digna de ser vivida, a menos que se tenga conciencia de esclavo o de lacayo. Ella consiste en poder vivir y obrar a voluntad hasta el límite de no impedir o restringir la libertad, el bienestar o la seguridad de los demás. Es el respeto ético de la interdependencia humana, de los deberes y derechos de todos los seres humanos. La libertad puede compararse con la función coordinadora que en bien de la armonía cívica cumplen los semáforos en la sociedad: ellos alternan los deberes y derechos de los automovilistas y peatones para evitar la anarquía y garantizar la seguridad personal y colectiva de los ciudadanos.

Pero la libertad, tal como la conciben la mayoría de norteamericanos, es decir como una ausencia absoluta de deberes sociales y una atribución absoluta y arbitraria de derechos individuales, no es la libertad: es la anarquía, es el libertinaje. 

Tal es la idiosincrasia predominante en la sociedad norteamericana, especialmente en los Estados Unidos. Ellos viven esclavos de sus atavismos cavernarios, de su credo de que la única ley que existe es la ley de la selva, la ley del más fuerte. Envalentonados por su colosal poderío bélico y financiero ellos han puesto los avances de la ciencia moderna al servicio del más aberrante barbarismo primitivo.

Cuando una potencia mundial, amparada en su insolente e indolente poderío bélico y financiero se reserva la libertad o el derecho de hacer trampas usurpando o violando la luz verde de sus acuerdos comerciales, imponiendo la luz roja al planeta entero, no puede vanagloriarse de ser libre al no respetar a los países que ha reducido despóticamente a la impotencia. Y es que los llamados TLC, “Libre comercio” o “Free Trade” no son libres ni son comercio: son solo un saqueo arbitrario y abusivo de las riquezas y recursos naturales de otros pueblos.

De ahí que la libertad de un país alcanzada a expensas de la esclavitud, de la pauperización, del despojo y el pillaje de otros países es como la riqueza alcanzada al costo del honor de otras personas: es una doble infamia, es un autentico proxenetismo socio-económico.

Por otra parte, es evidente que la libertad de los países es un fraude y una burla cuando el planeta entero vive en libertad condicional, es decir condicionado a los veredictos de la Casa Blanca y el Pentágono, cuando la libertad ha sido confiscada por los extorsionistas del Fondo Monetario Internacional (FMI), de Wall Street y del Banco Mundial, con el respaldo coercitivo del Pentágono y de la tenebrosa CIA. 

Para los latinos residentes en Norteamérica, -presunto “paraíso de la libertad”- es ciertamente halagador y absorbente como un vicio poder mirar por encima del hombro al tercer mundo como unas desdeñables “Repúblicas de bananas”. Creerse libres es la única manera que han encontrado de serlo, pues la gran mayoría tiene dos o tres empleos mal pagados que difícilmente alcanzan para subsistir.

El principal problema del “país de la libertad” es que no es libre. Solo lo será cuando sus gobernantes y ciudadanos hagan de la libertad una virtud social y no un fementido “Show bussines”, cuando ellos comprendan que el alma de la libertad está en el respeto por el derecho a la independencia y la autodeterminación de los pueblos, cuando su idiosincrasia belicista, arrogante y prepotente comprenda que la paz y la armonía universal están basadas en la justicia y la libertad reales y no doctrinarias, es decir cuando la libertad sea libre y no privatizada, cuando ella no sea solo un rehén del neoliberalismo norteamericano.

Como amante de la libertad, -de la auténtica libertad-, y por consiguiente respetuoso de la de los demás, dejo a mis lectores la de compartir o lapidar mis libres criterios sobre ella. A vous le choix.

Julio Herrera
Argenpress.Cultural

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