EL AUTOPROCLAMADO REY DE ARAUCANÍA Y PATAGONIA


El Reino de la Araucanía y la Patagonia, también denominado Nueva Francia, fue un estado no reconocido de existencia breve, instituido en territorio mapuche por el abogado y noble francés Orélie Antoine de Tounens, con capital en la ciudad de Perquenco, en el año 1860. La historia de esta fundación fue llevada al cine por Carlos Sorín, en «La película del Rey» (década del ´80), que como la historia del francés, es una de Quijotes, de aventureros entre apasionados y dementes, de empresas irrealizables. Orllie Antoine, hasta su muerte, habría intentado volver infructuosamente a las tierras que consideraba su Reino.

por Roberto Hosneel__autoproclamado_rey_de_araucania_y_patagonia

En diciembre de 1858 desembarca en Coquimbo, Chile, el francés Orllie Antoine de Tounens, seducido entre otras motivaciones por La Araucana, el poema épico de Alonso de Ercilla, con el propósito de trasladarse a la Araucanía para establecer allí su propio reino y proclamarse monarca de una «Nueva Francia». Esta decisión fue el fruto de una solitaria reflexión que el imprevisto visitante había madurado en la ciudad de Périgueux, donde se desempeñaba como procurador.
Durante sus dos años de permanencia en Coquimbo estudió castellano y el idioma araucano, redactó la Constitución del reino, estableció relaciones con algunos caciques, aleccionó a los colaboradores que serían sus ministros y cumplidos ya treinta y tres años se trasladó a la provincia de Araucania donde reunió a diversos caciques para convocarlos bajo su mandato y constituir una monarquía constitucional.

«En el año 1860 concebí la idea de que podía civilizarse a los indígenas eligiéndome su jefe, ya sea tomando el nombre de rey o cualquier otro que significara una autoridad suprema en un Estado, y al efecto me dirigí a la provincia de Valdivia o sur de Araucanía y allí tuve ocasión de entenderme con varios caciques y hacerles conocer mi propósito; mas como éstos me aceptaran con agrado y reconociera yo que el dictado del rey era el más conocido y acatado entre ellos, tomé este título».

Hizo jurar a los caciques la “Constitución” que regiría la nueva monarquía hereditaria y, culminando la solemne ceremonia, los bisoños súbditos exclamaron estentóreamente… ¡Viva el Rey! Sin embargo esta proclamación trajo consigo el primer disgusto del flamante monarca porque los nativos permanecieron con sus sombreros puestos. A través de Rosales, su lenguaraz, les hizo saber que cuando lo nombrasen y vivasen debían descubrir sus cabezas o, de no tener sombreros, hacer la venia con la mano derecha. Lo vivaron otras tres veces acatando sus observaciones.
En una de sus definiciones el rey expresó: «El araucano es una suerte de centauro. Él está siempre a caballo».
Días después se suman a Orllie Antoine I, convencidos que anexaba territorio a la Francia imperial de Napoleón III, algunos compatriotas que residen en Chile.
Sin dudarlo, y en la convicción de que los aborígenes de la Patagonia también querían adherir a su reino porque se sentían con los mismos derechos que los araucanos, decretó su anexión, ensanchando sus dominios.
El 20 de noviembre de 1860, Orllie Antoine I pone fin a la soberanía argentina sobre la Patagonia mediante una Ordenanza:
«Considerando que los indígenas de la Patagonia tienen los mismos derechos e intereses que los araucanos, y que declaran solemnemente querer unirse a ellos, para no formar sino una sola nación bajo el gobierno monárquico constitucional hemos ordenado lo que sigue:
Artículo 1º.– La Patagonia queda reunida desde hoy a nuestro reino de la Araucania como parte integrante del mismo…
Pero el nuevo monarca no tenía medios propios ni ayuda económica para consolidar su corona sustentándose en un sólido ejército; reflexivamente, luego de dar un vistazo a sus desaliñados súbditos, advirtió que ellos tampoco podrían aportar nada al respecto.
Hizo entonces lo que ciertos gobernantes suelen hacer en esos casos: detonar una contienda… y le declaró la guerra a Chile. Pero fue traicionado por el guía Rosales y detenido por las autoridades chilenas, un tanto desconcertadas por el intruso. El juez lo creyó loco y pidió consulta médica, pero ésta dio testimonio de su cordura. El fiscal, enardecido, exigió la condena a muerte para Orllie Antoine I “por perturbador del orden público”.
El cónsul francés en Chile, Henry Vizconde de Cazotte, temeroso de la suerte de su compatriota, insiste en declararlo insano e intenta embarcarlo con destino a Francia, a la vez que informa al ministro de Relaciones Exteriores de su país acerca de un francés que se intitula Príncipe de Tounens. Este individuo semicómico, semiserio, que afecta en sus pasos la mayor gravedad y una reserva estudiada, vivió un tiempo entre las tribus indias de la Araucania de las que se ha declarado rey constitucional.
Subraya que el reconocimiento de su autoridad lo hicieron “algunos caciques aislados en medio de amplias y generosas libaciones”.
Además, el diplomático informó que, habiendo estado Tounens en Valparaíso en un estado de quebranto económico, le ofreció repatriarlo, pero éste rechazó el boleto de embarque “porque yo me había abstenido de darle el título de príncipe”.
Al poco tiempo Orllie Antoine publicó un libro en París con sus experiencias monárquicas. Allí afirmaba que en el reino por él fundado “Francia podría obtener ventajas incalculables”. De todos modos no se salvó de ir preso por deudas impagas.
El rey de la Patagonia, que era masón, sufrió otro contraste cuando el papa Pío IX excomulgó a la masonería francesa en 1865. Pero Tounens peticionó su perdón, manifestando su deseo de reconciliarse con la Iglesia en calidad de “Rey de la Araucanía y la Patagonia”.
El Papa escribió al arzobispo de París, alegando que si “las cosas expuestas son verdaderas” considerase la súplica de Tounens “para que, habiendo reparado el escándalo y los errores condenados, absuelva al reo convicto, y dé a él una penitencia salvadora”.
En 1869 Tounens parte nuevamente hacia la Argentina en la nave de guerra francesa D’Entrecasteaux, con el tácito y delirante apoyo de algunos expansionistas de su país identificados con los proyectos imperialistas de Napoleón III, a pesar de la trágicamente frustrada aventura mexicana.
Desembarca en San Antonio y, acompañado por una persona de origen italiano, viaja a Choele-Choel, ignorando que allí acampaban indios belicosos. Cuando parecía destinado al degüello un araucano lo reconoce y le salva la vida.
Continúa el viaje hacia Chile, y en Araucania lo descubre el coronel Saavedra (nieto del presidente de la Primera Junta del Río de la Plata), quien ya lo había apresado en el frustrado intento monárquico, diez años antes. Pero en esta ocasión el “Rey” se escabulle y logra llegar a Bahía Blanca, en donde se embarca rumbo a Buenos Aires. Algunos porteños se regocijan en tertulias con Orllie Antoine, que luego regresa a París.

En 1871, desde Francia, anuncia al mundo que de entre varios descubrimientos que había efectuado, sobresalía una invención por la cual lograba neutralizar los proyectiles de las armas de fuego. Pero no la divulgó.
Abandona sus experimentos científicos para incursionar en el periodismo fundando en Marsella el periódico «Los Ahorcados», que no logra sostenerse, y poco después «La Corona de Acero», publicación que tampoco logra perdurar.
En 1874, esta vez apoyado por el banquero Jacob Michael, parte de la prensa y algunos chauvinistas imperiales, reincide y emprende el regreso a la Patagonia. En aquel entonces la burguesía francesa estaba atemorizada por la idea de que habitaba un país «sin espacio», en peligro de sucumbir ante una superpoblación que afectara gravemente la convivencia de sus habitantes. Los más perturbados proponen desplazar sectores populares a las colonias. Orllie Antoine abre una suscripción de treinta millones de francos: «Que cada uno dé cinco francos por año y yo me encargo de desembarazar a todo el mundo de los miembros de la Internacional, comuneros, comunistas y comunalistas… y de todos los desheredados del mundo, enviándolos a mi reino. Veo en eso un gran bien para Francia y Europa…»
Pero no fue escuchado y se frustró la deportación de comuneros y comunistas de Francia a la Patagonia.
Desembarca en Buenos Aires para pasar luego a Bahía Blanca. Pero es reconocido por el coronel Murga, quien lo devuelve en calidad de prisionero a Buenos Aires, de donde es deportado a Francia.
El apoyo del banquero estuvo motivado en  una confidencia de Tounens, en la cual afirmaba conocer «minas que son tesoros» en la Cordillera de los Andes, «y yo les voy a hacer extraer tan pronto como sea posible y tengo la esperanza de que me procuren recursos considerables. No solamente se trata de las minas, yo tendré otros recursos».
Su notoriedad se disipó y su imaginado reino quedó en el tiempo como una extravagancia más que matizó las remotas tierras australes. Murió en la indigencia, en un hospital público de Tourtoirac.
Su sucesor en el trono, Aquiles I (Gustave Achille Laviarde), no conoció jamás la Patagonia pero reunió mucho dinero recolectando sumas entre inversionistas ilusos, con la promesa de efectuar grandes negocios en “Nueva Francia”. Esta colonia, lógicamente, se establecería en el reino fundado por su noble antecesor, Orllie Antoine I.
Orllie Antoine concluyó sus Memorias con una significativa reflexión: «¡Qué importa la prisión que he soportado! Si no temiera que se equivocaran sobre el alcance de mis palabras, y que la grandeza de los nombres no comprometiera la exactitud de la comparación, diría al terminar: Luis XI después de Perona y Francisco I, después de Pavia, ¿dejaban por eso de ser reyes de Francia? »

Roberto Hosne / Periodista y escritor*

*Nacido en Buenos Aires, es autor de numerosos  libros relacionados con la Patagonia: Barridos por el viento; En los Andes; Patagonia, leyenda y realidad; Historias del Río de la Plata; Perito Francisco Moreno, entre otros.

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