LA VÍSCERA MÁS SENSIBLE ES EL BOLSILLO

Con la elección presidencial tan decidida como la de la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, no pocos opositores se dedican a vaticinar catástrofes económicas en virtud de la aplicación de un plan económico que hasta ahora ha logrado no pocos éxitos.

Sin embargo, existen algunos avances: en principio reconocen que “estamos bien”. Y aunque no se sabe como se llegó a esa situación según ese relato, porque nunca dieron cuenta de la mejoría, no deja de ser un progreso que al menos lo admitan.

Después de haber pronosticado el infierno inmediato durante ocho años, se toparon con diez millones de votos que los llevan a sospechar y admitir a regañadientes que “estamos bien”. O al menos que existe otra mirada.

Pero no cejan y vuelven a anunciar calamidades similares a las que vaticinaban cuando sostenían que el dólar se dispararía a las nubes
, que el gasto fiscal era insostenible y que el sector externo estallaría en mil pedazos.

Los grandes medios venían describiendo un país desastroso en el que aumentaba la pobreza y la indigencia, la inflación devoraba los bolsillos populares y no avanzaba la industrialización, pero de pronto apareció otra realidad contundente corporizada en las urnas.

Debieron explicar porqué más de diez millones de argentinos eligen la continuidad de Cristina Fernández, que no hará otra cosa que profundizar el modelo inaugurado por Néstor Kirchner.

Tras un primer momento de aturdimiento por el sopapo, la respuesta de los sectores más conservadores va tomando forma: votaron a Cristina por mezquinas razones económicas y con desprecio por las ideas; votaron con el bolsillo.

La explicación de la derrota desprecia así a quienes votaron en realidad al oficialismo porque tienen una vida mejor. La mayoría de esos votantes integran ahora un ejército de ex desocupados que han conseguido empleo o que aumentaron sus ingresos, de jubilados que no tiran manteca al techo pero a los cuales les aumentan cada seis meses, de jubilados que accedieron al beneficio previsional pese a no haber realizado los aportes pertinentes, de madres que pueden darle de comer a sus hijos a partir de la asignación para la niñez, o simplemente de pequeños empresarios que revitalizaron sus negocios.

¿Qué tiene entonces de desdoroso apoyar al Gobierno que les cambió la vida?

¿Deberían votar a quienes les prometen mayor calidad institucional pero les suministraron en el pasado la pócima del ajuste? Parece una paradoja que la desvalorización de ese voto a favor de una mejor calidad de vida, provenga muchas veces de personas que han dedicado su vida a amasar considerables fortunas.

Critican a los que “votan por dinero”, cuando han pasado su existencia detrás de una moneda. Cuestionan a quienes votan por dignidad y defienden sus capitales como el Avaro de Moliere cuando el gobierno intenta rebanarles una porción para redistribuir.

¿Quién es el que vota con móviles mezquinos? ¿Los que votan por un ingreso que les permita una vida digna, o los que lo hacen por mantener y acumular sus fortunas?

Un viejo líder que sabía bastante de estas cuestiones solía decir que “la víscera más sensible del pueblo es el bolsillo”. Los marxistas reconocen a la cuestión económica como la determinante del pensamiento político de las clases.

Pero no es que los más humildes desconozcan otros problemas. Padecen la inseguridad estimulada por la exclusión social de los 90 y la remarcación constante de precios que lideran las grandes empresas, pero no responsabilizan al gobierno totalmente por ello.

Y votan en realidad por un proyecto que les garantice empleo, comida, educar a sus hijos y curarlos. Tal vez no estén pensando en la cantidad de miembros del Consejo de la Magistratura, porque tienen necesidades más urgentes. Pero descalificar esa motivación resulta al menos hipócrita.

Telam

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