Malvinas: la carta y el engaño

Por Sergio Fernández Novoa*

 

Mayo de 1982. En el Regimiento 4 de Caballería de San Martín de los Andes caía la tarde y el frío atravesaba paredes y abrigos sin piedad. Restaban un par de horas para el Festival que en esas tierras albergaría el capítulo local de la campaña Fondo Patriótico Malvinas Argentinas. Eran tiempos de cartas escritas en papel. Esa que tenía en mis manos había llegado desde Europa.

Cosas de la vida. Mientras me alistaba para oficiar de maestro de ceremonias en el encuentro para recaudar fondos en medio de la euforia y la adrenalina por la recuperación de las islas australes, recibía los comentarios de mi padre, quien andaba por el viejo mundo.

Soldado clase 62, el telegrama de reincorporación al Ejército había llegado pocos días después del 2 de abril. Al mismo tiempo, desde Londres, mi padre manifestaba su preocupación por mi situación y la del país. Me contaba que todos los análisis y las informaciones que circulaban en los distintos países europeos daban cuenta de lo mal que nos iría con la «aventura» bélica.

También hacía referencia a la “campaña de distorsión y engaño” que llevaban adelante la Dictadura y los medios hegemónicos, siempre cómplices.

Es difícil describir la angustia que me produjo la lectura de esas líneas. Mi propio padre, el dirigente sindical, el periodista, el militante, el referente, ponía en tela de juicio nuestras posibilidades de triunfo.

Sin embargo no había radio, transmisión televisiva ni diario que no realzara las virtudes y el potencial de nuestras fuerzas armadas. Numerosas explicaciones recorrían el territorio señalando las ventajas criollas. Y miles de personas, por todos los rincones, expresaban patriotismo y entusiasmo.

¿Qué pasaría si el Jefe del Escuadrón A en el que yo revistaba, capitán Luciano Benjamín Menéndez (según decían sobrino del homónimo e hijo del que estaba en Malvinas), leía algunas consideraciones expresadas en esa misiva? ¿Qué dirían, de enterarse, los demás soldados colmados de orgullo por la sola posibilidad de llegar a ser protagonistas de semejante episodio? Pasaron días de angustia y muerte, de dolor y desazón, hasta que una mañana gris de junio un teniente coronel me entregó el documento con la baja y pronunció un escueto: «gracias por los servicios prestados».

Ya no había euforia. Las Malvinas habían desaparecido, víctimas de la dictadura y del colonialismo inglés.

Años más tarde, compartíamos con mi padre un panel bajo el título «Democracia, medios y derechos humanos»; en él recordábamos aquellos meses de 1982, cuando además del océano nos separaba el cerco que imponían los dueños de la palabra.

Señalábamos entonces la funcionalidad de la mayoría de los grandes medios con los responsables del genocidio y el papel que les cupo en la tarea de desinformación durante el conflicto armado.

Así continuó, durante un largo período, la militancia por una norma que cerrara el capítulo impuesto por la Ley de Radiodifusión de los años de plomo. En cada remembranza de Malvinas, en cada homenaje a los caídos en las islas, subrayamos el rol desarrollado por los medios de comunicación y abogábamos por generar las condiciones objetivas y subjetivas de un cambio en la comunicación.

Mayor pluralidad y democracia en la información, así como enfatizar el carácter social de la comunicación, nos ponen a resguardo de iniciativas como aquella de Galtieri y sus secuaces.

El sentimiento patriótico por las Islas Malvinas que cruza la mayor parte de nuestra historia merece una estrategia soberana e integral.

Políticas de estado como las que hoy se ejecutan desde el Gobierno Nacional y que combinan el reconocimiento a soldados y familiares con un inclaudicable reclamo por nuestra soberanía en todos los ámbitos internacionales.

Como sostuvo la Presidenta Cristina Fernández al referirse al ataque de la OTAN contra Libia: las cosas no se arreglan a los bombazos sino con diálogo y respeto por la vida.

Pasaron casi tres décadas y el correo electrónico reemplazó a buena parte del postal. El flujo informativo se traslada a otra velocidad y con múltiples formatos. Mi padre quedaría perplejo ante tantos cambios. Sin embargo reconocería sin esfuerzo alguno los operativos de manipulación, mentira y control adversos al interés colectivo que hoy persisten, con renovados formatos, en las grandes usinas informativas.

Por eso el desafío de la hora es profundizar el camino iniciado con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Aún tengo presentes rostros e imágenes de aquellos meses del 82. Recuerdos que generan sensaciones duales. No obstante cobijo la certeza de transitar un tiempo de autodeterminación e independencia como muy pocas veces en nuestra historia nacional. Y tengo la convicción de que esta Argentina de hoy, con creciente bienestar, inclusión y libertad para todos es el mejor homenaje a quienes ofrendaron su vida en defensa de la Patria.

Más allá de injusticias y poderes, de la manipulación y el engaño, las Malvinas fueron, son y serán argentinas.

(*) Sergio Fernández Novoa es Presidente del Consejo Mundial de Agencias de Noticias y vicepresidente de Télam.

Enlace permanente a este artículo: http://ellibertadorenlinea.com.ar/2011/04/02/malvinas-la-carta-y-el-engano/