LA CURIOSA RELACIÓN ENTRE EL SEXO Y LAS CUCARACHAS

 

Pero hay una diferencia fundamental: ella mide 3 cm y yo 164. En potencial de guerra, soy 54,66 veces más poderosa. Podría aplastarla con el pie, suponiendo que consiga acorralarla.

Ella, por su parte, tiene un arma eficaz para defenderse: no me tiene asco. Pero yo, como tengo un cerebro mayor en relación al tamaño de mi cuerpo y blablablá, desarrollo emociones típicas de los seres que funcionan con algo más que su instinto. Mi asco y su no-asco nos convierten entonces en enemigas en igualdad de condiciones. De nada me sirve saber que puedo pisarla, porque fisiológicamente soy incapaz de soportar su crujido bajo mi pie. La cucaracha lo sabe y anda por ahí tan tranquila, ensuciando con sus tres miserables centímetros toda mi casa, porque sabe que no voy a atacarla mientras ella cuente con el escudo protector de mi repugnancia.

En otras palabras, mi supremacía intelectual no sólo es insuficiente para combatirla, sino contraproducente.

No obstante, esta cucaracha es tan torpe –incluso en relación al coeficiente intelectual promedio de los insectos ortópteros– que, sin que yo haga nada, de golpe está patas arriba, agitando sus horrendas seis patas afiladas y peludas en el aire, que dejan a la vista una espeluznante panza de rayas transversales.

Pensamiento Uno: la sabiduría popular afirma que el cuerpo de estos bichos no ha evolucionado aún para desarrollar la maniobra de darse vuelta. Estoy a salvo.

Pensamiento Dos: Esto sigue siendo una guerra entre iguales. No puedo pisarla, no puedo moverla (¿y si en el intento la ayudo a incorporarse?) y no tengo insecticida.

Pensamiento Tres: Las cucarachas tienen más tiempo que nosotros en la Tierra, pero miren dónde están ellas y dónde estamos nosotros. Ellas pueblan el mundo, nosotros lo dominamos. En esta batalla, soy Odiseo contra el Cíclope. Sólo necesito un poco de astucia.

La conjunción de mis Pensamientos Uno, Dos y Tres me lleva a buscar productos tóxicos que matarían por ejemplo a una persona, por lo cual sin duda también liquidarían a una cucaracha. Le tiro medio litro de cloro (en Uruguay “aguajane”, en Argentina “lavandina”, en España “lejía”. Esta multiculturalidad lingüística conspira contra la fluidez del relato). Pues le tiro medio litro de cloro, decía, espero un rato y nada. Sigue agitando las patas. Estas coños de su madre realmente serán lo único que quede en la Tierra tras el cataclismo. Le echo entonces limpia pisos. Yo qué sé. Leo la etiqueta y veo que tiene dodecilbenceno-sulfonato de sodio, glutaraldehído y tensoactivo no iónico; eso no suena nada sano. Debe ser dañino. Espero media hora, pero ella sigue impávida, como si le hubiera rociado agua de rosas. Una persona habría muerto seguro, pero la cucaracha no; lo que llama la atención sobre la fragilidad humana. Así que caliento aceite en una cacerolita y se lo vierto, hirviendo. El chirrido que hace mi adversaria es una de las peores experiencias sonoras de mi vida. Pero venzo. La mato.

Tres días después, mi insecto ortóptero nocturno y ex-corredor sigue ahí, muerto en medio de la cocina. Estoy esperando que alguien venga a casa a sacarlo. El piso a su alrededor está de una pulcritud inédita y yo tengo la satisfacción de haber vivido el privilegio de dar la batalla, dominando una emoción (el asco) que juega en contra el instinto (la supervivencia). Porque en casos como éstos, así como con el sexo, la evolución conspira contra mí. No puedo tener sexo sin un estímulo emocional, así como tener una corteza cerebral desarrollada me impide enfrentarme a un insecto a todas luces más débil. Para matar cucarachas y para tener sexo, ser un primate superior es todo un estorbo.

Leila Macor
http://escribirparaque.blogspot.com

Enlace permanente a este artículo: http://ellibertadorenlinea.com.ar/2010/04/12/la-curiosa-relacion-entre-el-sexo-y-las-cucarachas/