EL SAN MARTÍN QUE FALTA CONOCER

Las impresiones de sus contemporáneos y las observaciones de los historiadores coinciden en que San Martín era un hombre extremadamente reservado, una personalidad enigmática, que se llevó a la tumba muchos secretos. Quienes lo conocieron de cerca observaron su aspecto de criollo mestizo, que en esa época era lo más corriente, aunque esto fue disimulado cuando se erigió el culto oficial a su figura como fundador de la patria. Sus manifestaciones americanistas y solidarias con los pueblos autóctonos (englobando en el concepto a los indios, negros y pardos), si bien no pudieron ser ignoradas, fueron objeto de escasa atención.

Su proverbial discreción (no escribió memorias y fue reticente a publicar los testimonios que le solicitaron) dificultó la explicación de algunos hechos cruciales de su vida privada y su conducta pública, que quedaron velados por el misterio o fueron tergiversados por interpretaciones interesadas. Todo ello adquiere especial relieve para entender el papel que desempeñó como un protagonista central de la causa de la independencia sudamericana. Mi tesis es que existe una estrecha relación entre el origen de San Martín, su carácter íntimo y su participación en la revolución emancipadora.

Indicios convincentes

Es bien conocido que nunca se encontró la fe de bautismo de San Martín y existen sorprendentes imprecisiones acerca de su fecha de nacimiento, resultante de una cantidad de documentos que se contradicen.

El aspecto físico del Libertador difería ostensiblemente del de sus padres legales. Juan de San Martín, como surge de la foja de reclutamiento, era rubio, de ojos “garzos” (azulados), de muy corta estatura: cinco pies y una pulgada, en medida castellana (el pie de Castilla se divide en 12 pulgadas y es de 27,86 cm), lo que equivale a 1,43 m. Gregoria Matorras era blanca y “noble”. Ambos “cristianos viejos” de probada “pureza de sangre”, sin mezcla de infieles, según el expediente de ingreso como guardia de corps del menor de los hijos, Justo Rufino.

Juan Bautista Alberdi, luego de conocer en París al general San Martín al fin del verano de 1843, señaló que era de estatura más que mediana, formulando esta notable afirmación: “yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado”. Es obvio que era por su aspecto aindiado o de mestizo.

Gerónimo Espejo, oficial del Ejército de los Andes, observó que “era de una estatura más que regular; su color, moreno, tostado por las intemperies; nariz aguileña, grande y curva; ojos negros grandes” y pelo “negro, lacio”. Guillermo Miller, otro militar con quien tuvo estrecha relación, lo vio “alto, grueso”, de “rostro interesante, moreno, y ojos negros, rasgados y penetrantes”.

Los ingleses Samuel Haigh y Basilio Hall destacaron también su elevada estatura y el “color aceitunado oscuro” de su semblante, así como el cabello y los ojos negros. Según John Miers, era “alto y fornido”, de “tez cetrina”. De acuerdo a la descripción del agente norteamericano William Worthinghton, tenía “casi seis pies de estatura, cutis muy amarillento, pelo negro y recio, ojos negros”; se refería, por supuesto, a seis pies anglosajones (30,48 cm), lo cual equivale a algo más de 1,80 m.

Pastor S. Obligado, recopilando diversas referencias de la época, lo caracterizó “bastante bronceado, de rostro anguloso”, aunque “más claro que muchos de los generales de Bolívar”; agregaba que los godos le llamaron “indio misionero”, y el general francés Miguel Brayer, que había estado a sus órdenes hasta ser destituido horas antes de la batalla de Maipú, lo tachó de “tape de Yapeyú”.

Mary Graham, la amiga inglesa de Lord Cochrane, que lo trató personalmente en Chile, escribió en su diario de memorias que se lo consideraba “de raza mixta”.

Benjamín Vicuña Mackenna anotó que los señores de la aristocracia chilena lo tenían por “un paraguayo, el ‘mulato San Martín’”. Los españoles, durante su campaña del Perú, según José P. Otero (historiador que fundó el Instituto Sanmartiniano) lo llamaban “el cholo de Misiones”.

Confesiones reveladoras

Otros indicios acerca del origen de San Martín provienen más directamente de algunas manifestaciones suyas. Manuel de Olazábal, testigo presencial, narró la reunión de fines de 1816 en el campamento de El Plumerillo, cuando el general expuso a un grupo de caciques pehuenches el plan de cruzar los Andes, enfatizando el propósito de acabar con los godos que les habían robado la tierra a sus antepasados, y les dijo: “yo también soy indio”.

Un capítulo de las Tradiciones de Buenos Aires de Pastor S. Obligado, titulado “Un cuento que no se puede contar”, abunda en insinuar el origen indígena de San Martín y habla de la “creencia vulgarizada” de que “procedía de muy modesto linaje, al menos por la línea materna”.

Sabiendo por sus fojas de servicios que Juan de San Martín era un simple “hijo de labrador”, en tanto Gregoria Matorras (prima del gobernador de Tucumán) venía de una familia de mayor lustre, es obvio que Obligado no se refería a ella. ¿A quién, entonces? Sólo una india podía ser inferior en linaje a un campesino español.

El autor sigue contando que los enemigos del Libertador lo apodaban tape o indio, “rumor al que pudo contribuir la anécdota siguiente” (la relató el mismo San Martín en Francia a un grupo de amigos americanos): cuando trascendió que el testamento del difunto banquero Aguado le encargaba administrar una gran fortuna, un genealogista andaluz pretendió venderle la alcurnia de sus antepasados paternos, y aunque él negó tener ascendientes nobles, el otro insistió en documentarle sobre esos títulos, hasta que, fastidiado, “y alzando los ojos al cielo, al pedir interiormente perdón a mi honrada madre por la figura a que las circunstancias me obligaban, grité airado, zamarreando el brazo de ese falsificador de noblezas:

-Mire, señor pollino, yo no soy ese tal Conde de San Martín, porque soy hijo de una gran… recluta, que hacía la guardia con mi padre en Misiones.

Así relataba San Martín haber ahuyentado a aquel pícaro que suponía “muy rico y muy vanidoso al indio misionero”.

Uno de los primeros biógrafos sanmartinianos, Benjamín Vicuña Mackenna, expresó algo semejante con una frase inequívoca. Fue en unos artículos para El Mercurio de Valparaíso, aparecidos en agosto de 1871 (y compilados al año siguiente en un libro) que se referían al retiro del general en Europa. En estas “revelaciones íntimas”, recogidas “en el hogar” (cuya fuente debían ser por lo tanto confidencias de su hija Mercedes y su yerno Mariano Balcarce), el historiador chileno explicaba que en el ánimo de San Martín prevaleció “el instinto del insurgente, es decir, del criollo” por sobre las ideas especulativas, llegando a la rotunda conclusión de que “había servido a la independencia americana porque la sentía circular en su sangre de mestizo”.

Dos tradiciones convergentes

Una tradición popular difundida en una extensa región de las Misiones jesuíticas, por ambos lados del río Uruguay, afirma que José de San Martín era hijo de una india guaraní, criada de la casa del teniente gobernador de Yapeyú. Antiguos pobladores de la zona oriental de la provincia de Corrientes aseveran que esa joven era Rosa Guarú (también conocida por el apellido Cristaldo), generalmente recordada como la niñera o nodriza que lo cuidaba en sus primeros años, que vivió hasta muy anciana y cuyo testimonio fue definitorio para establecer cuáles eran las ruinas de la casa donde nació el Libertador. Entre los yapeyuanos se preservó el relato de que don Juan de San Martín y su señora se llevaron al niño con la promesa de volver a buscar a Rosa, algo que nunca cumplieron.

Esta versión coincide y se completa con otra de distinta fuente, que se transmitió hasta hoy en el seno de varias ramas de la familia Alvear: que el padre biológico del Libertador fue el oficial de marina Diego de Alvear y Ponce de León (quien desde 1774 hasta 1801 anduvo recorriendo en comisiones oficiales toda la región misionera, y seguramente se hospedó en casa del teniente gobernador de Yapeyú); por lo cual San Martín y Carlos de Alvear eran medio hermanos. Una prueba de esta tradición son las memorias manuscritas de doña Joaquina de Alvear de Arrotea, fechadas en 1887, en las que asentó que San Martín era hijo natural de su abuelo y de una indígena correntina.

Los recuerdos de los Alvear, que constatamos también en la rama española de la familia (descendientes de un segundo matrimonio de don Diego), añaden que éste “le pagó la carrera militar a San Martín”.

Como las ordenanzas vedaban a un hijo ilegítimo ingresar a la carrera de oficial, don Diego encomendó a los San Martín-Matorras que lo adoptaran y lo criaran como propio, comprometiéndose a costear aquellos estudios.

Don Diego y Carlos (único hijo sobreviviente de su primer matrimonio) se establecieron en España a partir de 1805 y encontraron en Cádiz a José de San Martín. Éste y Carlos actuaron juntos en una logia masónica, desde la cual planearon regresar a América en 1811. Durante aquellos años debió aclararse todo entre los tres, bajo el compromiso mutuo de guardar el secreto.

Respuesta a las incógnitas

Las revelaciones de la tradición oral aclaran numerosas incógnitas. Se explican las divergencias en torno a la fecha del natalicio, que para el mismo San Martín era dudosa. Se explica el desapego hacia sus padres adoptivos, en particular después de encontrarse en Cádiz con don Diego. Se explica su relación fraternal con Carlos de Alvear, quien costeó el viaje de ambos a Buenos Aires en 1812 y lo introdujo en la sociedad porteña (y con quien se enfrentaría después, en una rivalidad tan apasionada como su anterior camaradería).

Principalmente, se explica la resolución de este soldado del Rey que rompió sus juramentos y abandonó todo en España, su carrera, afectos, lealtades, familia y relaciones, para ir a pelear por la libertad de las colonias: un viraje abrupto que inquietó siempre a los historiadores y dio pie a las teorías de que fuera un agente inglés, para justificar que diera aquel salto al vacío hacia un país donde nadie lo esperaba (salvo una humilde mujer de Yapeyú).

También se comprende mejor su difícil inserción en la sociedad porteña, donde la tradición de la familia Escalada cuenta que tuvo que sortear la hostilidad de su orgullosa suegra, y donde cosechó sus más insidiosos enemigos en el grupo rivadaviano.

Es posible entender asimismo las afinidades personales que influyeron cuando, frente a las divergencias entre dos bandos de la revolución chilena, el de los Carrera y el de O’Higgins, San Martín se inclinó por éste último, quien llegaría a ser “su mejor amigo”: Bernardo O’Higgins era un patriota que sufrió la discriminación y la falta de hogar, por ser hijo natural de un noble español (ex gobernador de Chile, luego virrey del Perú) y de una criolla de sangre mapuche.

Las contradicciones en torno a su filiación y el problemático ocultamiento de la verdad, que afligieron a San Martín desde joven, estarían en la raíz de los padecimientos psicosomáticos que llegaron a postrarlo durante la época de sus campañas militares, cuando tuvo que luchar también contra sí mismo y sus enfermedades.

Por otra parte, la conciencia de su origen no podía dejar de gravitar en su apreciación de los conflictos sociales, en su actitud hacia los pueblos aborígenes y su rol en las opciones políticas que puso en juego la revolución.

La personalidad del Libertador

Es indudable que en la formación inicial de San Martín incidieron el lugar donde nació y las experiencias vitales de sus primeros años, entre 1778 y 1781, en aquella aldea de las Misiones poblada casi totalmente por aborígenes, en la que aprendió a pensar y a hablar en guaraní y en castellano, rodeado por un pueblo al que los jesuitas incorporaron los rudimentos de las instituciones y las técnicas europeas, manteniendo no obstante los rasgos básicos de su cultura ancestral. Rosita Guarú ejerció una influencia preponderante en el niño, al que amamantó y brindó durante ese tiempo todos los cuidados maternos, según los relatos de los yapeyuanos, que preservaron incluso en la plaza local el imponente higuerón o iguapoí a cuya sombra lo llevaba a jugar.

Tampoco es indiferente que haya sido gestado en el vientre de una joven guaraní. Recientes avances de los estudios bio-médicos, psicológicos y lingüísticos demuestran la importancia de la transmisión genética y el desarrollo de la personalidad durante el embarazo; algo que, por cierto, antiguas culturas ya conocían: los japoneses poseen incluso una palabra para denominar la interacción de la madre y el feto. Éste oye, percibe, actúa, se comunica y manifiesta su temperamento, en un proceso que continúa luego del nacimiento.

No es extraño que la afición de San Martín por la música y la pintura, artes en que descollaron los guaraníes, proviniera de aquellas reminicencias;
y que su primera formación bilingüe le facilitara manejar otros idiomas. Por otro lado, pese a ser un ávido lector (llegó a reunir una biblioteca de dimensiones insólitas en esa época), ciertos tropiezos con la gramática castellana, evidentes en sus cartas, podrían explicarse -es una hipótesis a indagar- por influjo de la lengua guaraní en su infancia.

En España, en una etapa de su edad adolescente o juvenil, San Martín sufrió seguramente la incertidumbre, la decepción y la inseguridad que conllevaba el descubrimiento de su origen. En el medio europeo era muy difícil asumirlo. Para su entorno familiar y social era un baldón ominoso. De allí probablemente surgió su rebeldía contra el orden, pero esto era algo que tampoco podía manifestar abiertamente. Las logias masónicas fueron el refugio disidente apropiado, por su humanismo universalista, y le brindaron las máscaras que necesitaba para actuar con sigilo.

En cuanto a su padre natural, debía reconocerle al menos el sostén económico que le dispensó. Diego de Alvear era un caballero andaluz de talante progresista, que simpatizaba con los británicos y militó en el liberalismo constitucional de la península; pero no podía aceptar que sus hijos indianos marcharan a plegarse a la revolución. Los dos se rebelaron contra España y contra su padre, aunque ya en América siguieron distintos caminos: Carlos buscó siempre el poder en los altos círculos de la capital porteña, y José marchó al interior a construir su ejército armando a los criollos, indios y negros. La bifurcación de los caminos de los “medio hermanos” es una parábola perfecta de las tendencias que separaban a un criollo de la aristocracia y otro que no podía identificarse con ella.

El bagaje intelectual de San Martín era el de un europeo iluminista, y su primera impresión al volver al escenario americano debió ser la de un extranjero; pero la certeza de pertenecer entrañablemente a este continente, engendrado por un conquistador en su madre aborigen, le predisponía a compenetrarse con su gente. Los relatos del Inca Garcilaso (con quien no podía dejar de sentirse identificado) fueron su libro de cabecera: de ahí la atracción por el Perú, donde soñaba instaurar un gran reino sudamericano para coronar la revolución sobre el pedestal simbólico de la tradición incaica.

En pos del objetivo supremo de la emancipación, abrazó el “partido americano” por sobre las facciones y rivalidades. Aunque era un liberal agnóstico, respetó el espíritu religioso que animaba a la población autóctona. Teniendo en cuenta las sugerencias de la filosofía de Rodolfo Kusch, podemos interpretar que en su carácter confluían y chocaban la racionalidad europea y la emoción indígena, el cálculo y la pasión, el amor a esta tierra y la voluntad de transformarla, a lo cual dedicó sus esfuerzos hasta el último día de su vida.

Hugo Chumbita
Corrientes opina

Enlace permanente a este artículo: http://ellibertadorenlinea.com.ar/2009/09/22/el-san-martin-que-falta-conocer/