RECUERDAN A CAÍDOS POR EL TORNADO DE ENCARNACIÓN

 

Por Fabián Sánchez

Ayer, se cumplieron 89 años de un devastador tornado que se abatió sobre la ciudad de Encarnación, que dejó al menos 300 muertos y destruyó prácticamente la ciudad.

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Para recordar a los caídos de aquel entonces, autoridades encarnacenas y de Posadas (Argentina) desarrollaron un acto especial en la Junta Municipal de la capital de Itapúa, en el denominado “Día de la Solidaridad Posadeña”. En la oportunidad, los encarnacenos dieron su agradecimiento al pueblo argentino por la solidaridad en la mayor tragedia sufrida por los itapuenses.

El 20 de setiembre de 1926 azotó a la localidad de Encarnación (Itapúa) un desastre natural,  llamado «ciclón de Encarnación». Este evento dejó como consecuencia una ciudad destruida y al menos 300 muertos. Es la mayor tragedia que recuerda la ciudad.

Ante esta desdicha se destacó la solidaridad de los pueblos de Paraguay y Argentina, dado que desde Posadas se envió toda la ayuda posible ante la pérdida de vidas y viviendas.

Aquel 20 de setiembre, a casi un siglo, a eso de las 18:30, como por arte de magia, la oscuridad avanzó rápidamente y empezó a caer una copiosa lluvia, con vientos huracanados. Del sureste, sobre el río, algo así como un fogonazo dio principio al infierno.

Según Fernando Rivarola, periodista y poeta -autor de Floripamí-, «se oyó un rugido terrorífico en el que se sumaban todos los ruidos y que en vano pretendían caricaturizar las más grandes batallas de los hombres, y el cielo parpadeó de relámpagos, y el espacio se llenó de chispas, y una granizada tamborilleó sobre la tierra, y los rayos cayeron como lluvia, y la lluvia cayó como un viento y el viento cruzó la ciudad con el latigazo de su vuelo múltiple, chocándose con sus múltiples brazos, y el torbellino, luego de cargar agua en el río, cayó sobre Encarnación como un mazazo apocalíptico, mortal».

«El aire -sigue relatando Rivarola-, ebrio de relámpagos, mentía a luz del día, una luz roja de incendio, una amarilla luz de muerte, y asfixiaba como una tumba. Y al bramido sin igual del viento se unía el de los rayos casi permanentes, el del alarido de las gentes, del desplome de las casas, del desarraigar y vuelo de los árboles, personas, animales, casa, muebles, madera, todo, y del silbido cortante de las chapas de zinc, que, al golpearse entre sí, se anudaban ferozmente, y abrazaban árboles y casas, y amputaban cuanto hallaban…». Todo sucedió en menos de un minuto.

La tromba se formó sobre el río Paraná. Dos corrientes de viento huracanado que, para desgracia de los encarnacenos, se encontraron justo frente a la ciudad. El encuentro de estas dos corrientes formó el torbellino que a su paso arrasó toda la parte baja de Encarnación. Según relatos de los sobrevivientes, el tornado entró por el muelle -que destruyó quedándose solo los pilotes como mudos testigos de aquel desastre- marchó hacia la usina, la que en breves segundos quedó reducida a escombros.

Con inaudita rabia los vientos retrocedían y arremetían de nuevo derrumbando todo que «hasta pareciera quería cegar el pasto», abarcando una extensión de unos 350 metros y continuando hacia la «arribada», dirigiéndose luego hacia el sureste, camino de Potiy, hacia Curuzú Miguel, destruyendo todo a su paso, inclusive parte de la Ciudad Alta.

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