MERINO: «FRENTE A LA DERECHA, EL HORIZONTE NO PUEDE SER SOLO DEFENDER LA INSTITUCIONALIDAD»



Por Santiago Gómez   ***

Gabriel Merino investiga la transición del poder global, la crisis de la hegemonía anglosajona y el crecimiento de China en el mundo. Es sociólogo de formación, doctor en Ciencias Sociales, profesor de las universidades nacionales de La Plata y Mar del Plata. Recientemente, Merino alertó sobre el riesgo de que el progresismo y las fuerzas nacionales se conviertan en representantes del globalismo, sin tener en cuenta la diferencia entre centro y periferia, por lo que lo invitamos a conversar al respecto en nuestro ciclo de entrevistas de APUtv, que transmitimos de lunes a viernes a las 19hs por nuestras redes sociales. Recientemente Merino participó de la coordinación del libro «Geopolítica y economía mundial. El ascenso de China, la era Trump y América Latina».

AGENCIA PACO URONDO: Gabriel, recientemente Fernando Vaca Narvaja alertó que desde las fuerzas nacionales y populares no le estamos ofreciendo nada atractivo a la juventud que está indignada, para canalizar su rebeldía. En tus redes sociales alertaste sobre el comportamiento del progresismo y el avance de las derechas. ¿Cómo analizás la situación en la que estamos?

Gabriel Merino:
Cierta izquierda o fuerzas populares se posicionan como un progresismo globalista, no es nuevo, está relacionado a cómo el globalismo neoliberal desarrolló un reformismo a su interior, que es la famosa tercera vía de Anthony Gidenns y Tony Blair, el premier británico, que propone un reformismo al interior del globalismo neoliberalismo, intruduciendo una agenda liberal, democrática si se quiere en cuanto a lo ecológico, desde el punto de vista del globalismo ambiental, que no diferencia entre norte y sur y no ve en la dinámica capitalista el núcleo central del problema ecológico contemporáneo. En términos de desarrollo de derechos humanos pero desligados de las cuestiones materiales, sociales, fundamentales. Derechos humanos del punto de vista liberal y libertades individuales. Y así sobre indigenismo, sobre género, pero desde un punto de vista liberal.

Eso tiene mucha influencia en el centro y en la periferia en los sectores medios y mucha izquierda adoptó esa agenda como propia. El fenómeno que estamos observando es que esa izquierda es parte del establishment globalista, aunque sea en un formato progresista, y te aparece por derecha una reacción nacionalista contra ese globalismo que se apropia de las banderas de soberanía, desarrollo, industria. Es una reacción conservadora, que en gran medida está asociada a un conjunto de burguesías industriales, elites nacionalistas y grupos de poder, que ven al globalismo como una amenaza. Una amenaza al interés nacional como a la industria, a capacidades estatales.

El fenómeno de Trump es claro en eso. Que el CEO de la siderúrgica Nucor de Estados Unidos, completamente retrasados no sólo respecto a siderúrgicas chinas, sino también alemanas y japonesas, haya sido una de las cabezas ideológicas del trumpismo, sobretodo en la asesoría económica, da cuenta de qué sectores articuló el trumpismo.

Esa reacción es distinta en el centro y en el periferia. En el centro son burguesías industriales retrasadas, elites nacionalistas, o sectores del Estado que ven que en una situación de crisis y creciente puja interestatal es necesario un giro nacionalista, mientras que en la periferia es una reacción de derecha que discursivamente se apropia de algún concepto de soberanía y desarrollo, más está más asociada a las oligarquías tradicionales. Es anti industrialista, como vemos con Bolsonaro. Bolsonaro es como un espejo invertido de Trump. Expresa al trumpismo pero bajo su forma periférica, por lo tanto antiindustrial. De hecho la burguesía industrial brasilera es la que se recompuso con Lula.

Se ve en la izquierda occidental, pero también en mucho de lo que aparece como izquierda o fuerzas populares en América Latina, la dificultad para construir un programa propio y aparecen subordinadas a un progresismo globalista y por lo tanto pierde capacidad transformadora, perspectiva revolucionaria, perspectiva nacional y eso es caldo de cultivo para que otros discursos, sobretodo de estas derechas que se apropian de cierta rebeldía, tenga capacidad de encontrar adhesión, adeptos y masificarse.

APU:
Colocás la cuestión de la rebeldía. Vaca Narvaja recientemente cuestionó qué le estábamos ofreciendo a la juventud que se indigna frente a lo que estamos viviendo. ¿Es la derecha quien le ofrece a la juventud la posibilidad de encarnar esa rebeldía?

GM: Está en crisis el globalismo, el establishment globalista, occidental, que dominó bajo el mundo unipolar, cuyo núcleo es el poder financiero, las redes financieras de Wall Street y Londres, el establishment mediático anglosajón, etc. Eso es lo que está en crisis y por eso estamos en transición. Lo que aparecen son dos rebeldías, que tienen alguna conexión con la transición anterior de 1914-1918. Así como te aparecieron en esa transición los grandes procesos revolucionarios en las periferias y semiperiferias del sistema, hasta por fortalecimiento de la clase trabajadora en el centro, también aparecieron los grandes procesos reaccionarios, el nazismo, el fascismo, pero también adentro de los países centrales anglosajones.

También hubo rebeldías por derecha, te aparece la reacción contra el establishment por derecha, te aparece como un Trump, ese discurso antiglobalista, contra los gatos gordos de Wall Street, llegó a decir Trump, aunque cerró su gobierno con un gato gordo poniendo un gerente de Goldman Sachs en la Secretaría del Tesoro. Lo mismo hace la premier electa italiana, que habla contra las finanzas y recuperar la industria. Te aparece esa reacción y por lo tanto rebeldía, pero el gran tema es cuando pierde rebeldía la reacción popular, o por izquierda, que se enfrenta a la crisis del globalismo y a la crisis de lo dominante. Ahí hay una clave.

El latinoamericanismo, los nacionalismos  populares latinoamericanos a comienzos del siglo XXI pudieron capitalizar esa primer crisis del proyecto globalista neoliberal, del poder financiero, del mundo unipolar. Ahí se produce una reacción global, incluso se empieza a ver cómo se parte el núcleo de poder en occidente, entre globalistas y nacionalistas. En América Latina se vio eso, pudo establecer un programa de salida y recuperar de hecho ciertos horizontes nacionales y populares. Supo expresar eso en una seducción a la juventud y a la militancia, y al cambio y a lo nuevo, porque puede proponer una salida, puede proponer un horizonte.

El gran tema es cuando eso no aparece, cuando queda desdibujada la idea de horizonte, de rebeldía, de transformación. Fijémosnos que cuando capitaliza el progresismo globalista aparece como una defensiva al Estado de derecho y los cimientos liberales del sistema, frente a una derecha que lo quiere carcomer. Porque apareció una reacción conservadora que es antiEstado de Derecho en América Latina, como apareció en otros momentos históricos de crisis, también enfrentándose a las fuerzas nacionales y populares. Si el horizonte es meramente defender la institucionalidad frente a esa derecha que quiere destruir el Estado de Derecho, incluso las libertades republicanas básicas, bueno es donde el progresismo queda atrapado en el conservadurismo, incluso el nacionalismo popular. Ahí tiene un problema para la construcción política y el desarrollo de una alternativa.

APU: Trump internacionalmente es neoliberal ¿Internamente actúa igual?

GM:
Hay una ruptura entre neoliberales tradicionales, con una impronta ideológica neoliberal: Biden, CNN, Financial Times, todo el establishment neoliberal anglosajón  y después estos sectores que emergen con un discurso estadounidense, nacionalista y que conforman una Internacional de Derecha, una Internacional antiliberal. La paradoja es que muchos los llaman libertarios, como ultraliberales, y eso es el antilberalismo.

APU:
Gabriel se les dices libertarios pero serían antiliberalismo, se les dice fascistas, pero el fascismo era con un Estado fuerte. ¿Podrías desarrollar esos conceptos?

GM:
Es clave ver la diferencia centro y periferia. Porque Trump adentro tiene más características neofascistas en ese sentido, reivindica la identidad nacional blanca, como una fuerza fundamental en la disputa interestatal, en la disputa contra otros polos de poder, pero también como una forma de disciplinar la sociedad y mantener una conducción blanca. Los WASP (White Anglo Saxon and Protestant), blancos anglosajones y protestantes. Pero por otro lado también desarrollo de proteccionismo industrial y lanza una guerra comercial, que no es solo contra China, golpea a Alemania, Corea del Sur y a México. La renegociación del NAFTA fue tremenda.

La guerra comercial fortalece al Estado y al complejo industrial militar del Pentágono, exacerbando el keynesianismo militar, el desarrollo de tecnología propia, desarrolla una nueva fuerza armada, la Fuerza Espacial, muy en línea guerra de las galaxias de Reagan. Fortalece toda la maquinaria de guerra que también es maquinaria tecnológica e industrial. Por lo tanto tiene más características neofascistas, promueve movilización de masas, bajo una conducción de una burguesía industrial y una élite nacionalista. Por lo menos se ve eso, después no logró la sustitución de importaciones que quería hacer pero mejoró un poco el empleo industrial.

En la periferia eso se expresa como una reacción oligárquica anti industrial, anti desarrollo, que destruye las capacidades estatales nacionales en nombre del ultraliberalismo, al contrario de lo que se hace en el centro, que es fortalecer capacidades estatales nacionales, y es todo un proceso de reprimarización, es más una reacción conservadora que combina discursos seudo libertarios con elemento neofascistas, pero sin programa industrial. Es una gran bolsa de gatos. No hay claridad programática, por eso le cuesta tener un movimiento de masa. Puede generar una reacción, puede generar adhesión, ciertos movimientos, pero no es un movimiento de masas con claridad, con programa, con coherencia. Es clave diferenciar lo que pasa en el centro, en la periferia y en la semiperiferia.

En Bolsonaro lo podés ver con claridad, hasta en sus contradicciones. Cuando se quiso subir a la cuestión anti China muy fuerte y en una gira por Estados Unidos estuvo con Steve Banon, fue la propia ministra de agronegocios de Brasil, Teresa Cristina, la que desautorizó a Bolsonaro y dijo en plena gira del presidente “nosotros tenemos un vínculo fundamental China, es un gran socio comercial al que vamos a respetar”. Después el vicepresidente, Hamilton Mourão, fue a rendirle pleitesía a Xi Xing Ping durante cinco días a Beijing y dijo “tenemos un matrimonio inevitable con China”.

Porque ahí los grandes terratenientes y sectores del agronegocio necesitan a China y son una pata fundamental del bolsonarismo.
No es la burguesía industrial brasilera la que constituye el bolsonarismo. Bolsonaro destruyó capacidades estatales, durante los mandatos del Partido de los Trabajadores se avanzó mucho a través de una petrolera estatal fuerte, Petrobras, para obtener renta y destinar gran parte de la misma al desarrollo tecnológico, tanto así que Brasil se despegó respecto a América Latina en inversión en Investigación y Desarrollo. Eso Bolsonaro lo retrajo y es lo contrario a lo que hace un Trump. Ahí es donde hay que saber diferenciar los fenómenos del centro y de la periferia. Los nacionalismo en el centro por lo general son reaccionarios y en la periferia, semiperiferia, al tener un carácter soberanista y anticolonial, son revolucionarios. Tienden a transformar el estado cosa existente, oponerse a la dependencia.



APU: En esta transición que mencionás ¿Cómo ves el papel de China, cuáles son sus dificultades, qué es aquello que los deja en una mejor posición, ya que su inflación es mucho menor que en el centro?

GM: Es el gran interrogante. ¿Qué es China? Hay varios planos para contestar esa pregunta, pero es necesario tener una visión de largo plazo y entender que China es la Revolución china. China es una revolución nacional, popular, de carácter socialista, con una combinación de marxismo- lenismo con elementos muy propios de la tradición china, una síntesis muy propia y particular. De hecho, con un cambio revolucionario, que es el protagonismo de las masas campesinas. Incluso una adaptación muy particular de la planificación y el desarrollo industrial soviético a las particularidades chinas. Insisto con esto de la revolución porque China es parte de un proceso revolucionario que se da en la transición de poder que se da entre 1914 y 1945, que recorre toda la periferia y semiperiferia del llamado sur global.

Pensemos que la revolución china, cuyo proceso comienza con Sun Yat-Sen, en 1911, el Kuomintang, que es el Partido Nacional Popular, es contemporáneo a la revolución mexicana, al surgimiento del yrigoyenismo en Argentina, luego la revolución rusa, luego los nacionalismos populares ya más industrialistas y obreros de América Latina, como el peronismo, o Cárdenas o Getúlio Vargas. Es parte de un proceso de levantamientos de masas del sur. La revolución también independiza a la India en 1947, también es parte del proceso. Por otro lado, China no es la Unión Soviética, tampoco una potencia occidental que cumple un patrón de desarrollo propio de las potencias occidentales capitalistas.

China es, primero, un país que tiene un Producto Bruto Interno industrial igual a la suma del PBI industrial de Estados Unidos, Alemania y Japón. Es el gran taller industrial del mundo como lo fue Estados Unidos a principios del siglo XX. Segundo, tiene una masa poblacional que es 1/5 de la población mundial. No es otra potencia más del centro que con una pequeña población reproduce el esquema centro-semiperiferia-periferia, donde el centro es el 10%-15% de la población mundial, nada más.

La otra cuestión es que el patrón de desarrollo chino no es capitalista, esto lo discuto fuertemente porque el neoliberalismo asoció que mercado es igual a capitalismo y es igual a neoliberalismo. Se apropió del concepto de mercado y del concepto de capitalismo. Mercado existe hace 7.000 años. Relación de producción capitalista había en China en el siglo XV y no por eso hubo capitalismo. Del capitalismo tenemos diversas versiones. En China hay un núcleo de entre 96 y 100 conglomerados estatales que son el centro de la economía china. Con lo cual es el Estado, las empresas públicas, tanto nacionales como provinciales, el centro del modelo económico chino, no son empresas capitalistas. Hay empresas capitalistas, creció una burguesía china en los últimos años. Incluso con Xi Xinping le cortaron bastante las alas, cuando se quisieron financiarizar.

China mantiene el control estatal del sector financiero, lo que es clave, porque no pudo ser subordinada a las grandes redes financieras globales, controlando de forma soberana su excedente y canalizando el excedente y el ahorro en el sistema financiero hacia la producción, por eso tiene enormes tasas de inversión. También mantiene la propiedad colectiva de la tierra, aunque tenga arrendamientos extendidos, reformas de mercado. Combina la lógica del mercado en la formación de precios, hay elemento capitalista, tanto extranjero como local, pero el control es Estatal, y China tiene a la planificación estratégica y los planes quinquenales como una herramienta central del desarrollo, con un protagonismo de sectores comunitarios muy importantes como las empresas de pueblos y aldeas. Todo eso es China.

Además está rompiendo los monopolios que ostentaba el norte global. Primero, el tecnológico, desde 2019 China solicita más patentes que Estados Unidos. Segundo, en la coordinación de la economía mundial. De las principales 500 empresas por activo, 124 son chinas, 121 son de Estados Unidos. Estados Unidos aún mantiene superioridad en materia financiera monetaria, pero China está construyendo mucho poder al respecto. China está expresando es una contradicción central en esta transición, a diferencia de otras contradicciones de otras transiciones. Expresa una contradicción entre poderes emergentes de la semi periferia y periferia del sur global contra el poder unipolar centrado en Washington y el norte global. Lo vemos en los BRICS, en la dinámica que adoptan u otras iniciativas de esta semi periferia. Es más complejo, China no es una potencia más, ni tiene un típico desarrollo capitalista, ni se comporta bajo un patrón occidental. Es otra cosa.

APU: Alguna vez Lula declaró, haciendo referencia al trabajo que Brasil realizó con África durante su gobierno, era que a diferencia de los europeos que van a África como colonizadores y los chinos, que van a arrasar con los recursos naturales, Brasil iba a cooperar. ¿Cuál es tu lectura del comportamiento de China y sus exigencias cuando invierte en otros países?

GM: Lo diferencio sin idealizarlo. China no tiene un comportamiento imperialista de tipo occidental. No refuerza, no articula la acumulación en relación a intervención político militar en los territorios. Cuando ves el golpe a Chile, en relación al cobre, ves una intervención imperialista asociadas a un proceso de acumulación de capital, eso no lo vemos con China. Como las empresas que se expanden están relacionadas al Estado, tienen una administración política de eso, mucho más cuidadosos en generar negocios que denominan win-win. Es verdad a veces hay más win para ellos que para nosotros. Pero esta idea de que los dos ganan, de que cada parte se lleve lo suyo, es su característica.

Por eso en África tiene mucho consenso y cuando van de occidente a decir “ah, China”, los propios africanos dicen: la diferencia es que China construye esto, construye aquello. Esto no evita que se pueda generar una neodependencia, pero ahí la clave pasa por la construcción de fuerza que haya en esos países del sur para negociar con China. Hay que imitar a los chinos, aprender de los chinos, lo que discuto en América Latina.

Por un lado tenés un escenario de dependencia y subordinación clásica a occidente y que en este escenario significa mayor periferialización. Después tenés una neodependencia china porque China necesita materias primas, viene, invierte y extrae, lo que te puede generar una nueva neodependencia en relación a un nuevo centro industrial. También con China tenés un escenario de posibilidad de aprender lo que hizo China, de empresas conjuntas chinas y latinoamericanas, transferencia tecnológica, como ahora que se va a hacer la batería de litio en Argentina, desarrollo de infraestructura clave que involucre a actores nacionales, a empresas estatales, pero para eso es necesario que ese proyecto exista.

Cuando China quiere hacer negocios a nivel regional, lo que es bueno, porque a diferencia de otros poderes que niegan las instancias de integración regional y negociar uno con uno, China te reconoce. La CELAC existe, en gran medida, porque China la sostuvo en el momento de giro a la derecha en la región, con el Foro China-CELAC. China te promueve la negociación a nivel macro y a nivel regional pero nosotros no tenemos ninguna postura unificada de qué hacer en América Latina, para nada. Ni siquiera eso existe a nivel nacional y no lo digo por los cambios de gobierno, ni siquiera existe en los gobiernos nacionales populares una estrategia clara de inserción o de vínculo con China. Porque si te sentás sin ningún proyecto, ellos vienen y hacen su negocio, extraen las materias primas y ya. Pero tenemos condiciones para hacer otras cosas con China, además ellos tienen necesidad geoeconómica, como geoestratégica, de generar buenos vínculos y alianzas con todo el sur. China entiende que el sur es su gran aliado. ¿Cuál fue el país con más inversiones de China en el mundo? Brasil.

Hay una carta de Perón a Osvaldo Maurín en la que le dice “o nos liberamos nosotros o nos liberan los chinos”. Claro que es una provocación irónica, ningún pueblo puede ser liberado por otro, pero lo que dice es que ahí hay una agenda que los chinos no abandonaron que tiene que ver con lo que era la Conferencia de Bandung, de los Países No Alineados. Ellos siguen entendiendo que ahí hay una clave. La pregunta es la relación a establecer cuál es, desde las viejas élites bajo proyectos primarios exportadores que se quieren insertar como periferia o lo vas a hacer desde proyectos nacionales y populares, con mayor autonomía relativa y con un plan de desarrollo que encaje con China.

APU: ¿Crees que nuestras fuerzas nacionales y populares abandonaron la idea de un proceso revolucionario, sin necesidad de que sea armado, pero de una real transformación estructural que posibilite un desarrollo tecnológico, social y soberano como el que produjo China?

GM: Estamos en una segunda oleada progresista, nacional popular. A nivel latinoamericano el término progresismo se usaba como lo antineoliberal, lo que rompe con el Consenso de Washington, con un horizonte de mayor igualdad, mayor democracia de derechos, pero que después hay que ver qué es. Estamos en una segunda ola, no hay condiciones para una nueva hegemonía neoliberal, por eso también emerge la reacción conservadora. Las élites locales, las oligarquías, saben que no hay condiciones para una hegemonía, no pueden ofrecer mucho. Atarse al Occidente en declive y su ciclo de capitalismo financiarizado lleva al desastre. Es más transferencia de excedentes del Sur hacia el Norte, lluvia de inversiones que después no vienen ni llovizna, y va sólo al sector financiero. Es pérdida de capacidades estatales aceleradas,  Macri y Bolsonaro.

Hay tres fuerzas principales que componen este segundo movimiento antineoliberal: uno es el progresismo globalista, que recupera el liberalismo democrático, la ciudadanía con derecho y obligaciones frente al mero consumidor mercantilizado neoliberal. El Estado de Derecho y la República verdadera frente a la destrucción del Estado de Derecho y el republicanismo por el neoliberalismo y las fuerzas reaccionarias. Recupera agenda de los derechos civiles, discurso ambientalista aunque en clave globalista, una mirada de género muy liberal en clave del norte global, y así. Hay un componente progresista.

El otro componente es un neodesarrollismo, que vuelve, Massa, De Mendiguren, los Lavagna, gran parte de lo que cierra ahora con Lula, de la Federación de Industrias, son eso. Muy en sintonía de burguesía local que necesitan un espacio de acumulación propio, un Mercosur, promoción y protección del Estado, que se promueva la compra pública de proveedores locales o les subsidien tasas, a quienes el neoliberalismo periférico los golpea fuertemente. Esos que se corrieron de las alianzas nacionales en 2014-2015 ahora vuelven.

Después tenemos una fuerza nacional popular clásica, acá la podemos llamar justicialista, socialismo latinoamericano del siglo XXI, socialismo nacional popular.

El programa progresista se agota rápidamente, a veces queda en una posición conservadora y no avanza con ninguna transformación estructural fuerte. El neodesarrollismo puede ofrecer alguna respuesta más pero como ya se observó en la transición 2002-2005 en América Latina le falta un elemento popular y transformaciones más profundas en lo nacional, y el desarrollo de capacidades estatales para transformarse en una alternativa más viable. Y el gran tema es que las fuerzas populares todavía no elaboraron un programa y se quedan con aquel viejo programa de la primera década del siglo XXI. Todavía no le encontraron el agujero al mate, ni un programa, ni una estrategia de cómo resolver esta coyuntura.

Además tenés los cuellos de botella que ya encontraste en 2012-2013, que ya no te alcanzó en aquel momento con lo que tenías para resolverlos y ahora tenés que ir por otra cosa. Creo que está en elaboración, que se está en ese proceso y depende de esa elaboración de las fuerzas populares que pueda consolidarse una segunda ola o entrar en un terreno de mayor inestabilidad y giros a la derecha.

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