LA CULTURA SEGÚN CAMBIEMOS: ENTRE MERCADERES Y «GORILAS»



Por Flavio Crescenzi

Las políticas culturales de Cambiemos toman la cultura como una actividad de esparcimiento más o menos rentable, asociada a las técnicas del marketing publicitario.
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El ministro de Cultura Pablo Avelluto, licenciado en Ciencias de la Comunicación y de perfil tecnócrata, muestra un “pluralismo” que increpa al peronismo al tiempo que estigmatiza al kirchnerismo. La tensión en la cultura se expresa en el cuestionamiento a los valores simbólicos de la clase dominante. La tarea fundamental de las masas será, entonces, recuperar la cultura para ellas mismas.


El peronismo es un alucinógeno poderoso. El primer Perón, Cámpora, el segundo Perón, Isabel, Menem, Duhalde, Kirchner. Elija su droga.


Pablo Avelluto, ministro de Cultura de la Nación


1. La palabra cultura y sus matices

Es posible que las mismas causas que ayudaron a promover las siempre discutidas ideas de progreso y civilización hayan contribuido también a que la palabra cultura posea en nuestros días significados tan diversos. Sabemos que su etimología se remonta a una expresión latina utilizada por Cicerón en sus Tusculanae Quaestiones, obra en la que presentó a una tal «cultura animi» («cultivo del alma») como el valor más elevado al que podía aspirar la humanidad. Sabemos también que, para la UNESCO, la cultura «abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias».[] Pero fundamentalmente sabemos —al menos, a partir de Marx— que son las relaciones sociales de producción las que constituyen la base de la superestructura jurídica, política e ideológica de cualquier sociedad, es decir, que son estas relaciones las que configuran lo que entendemos por Cultura.

Las sociedades capitalistas modernas se han valido siempre de reglas de conducta, de discursos de legitimación, de prácticas de poder, de hábitos estables de comportamiento, de objetos valorados tanto por la clase dominante como por la clase dominada. De acuerdo con esto, podemos afirmar que la cultura es, por un lado, el conjunto de factores idiosincrásicos que obligan a un individuo a consumir bienes simbólicos y, por el otro, cada uno de esos bienes simbólicos que el individuo consume.

Ahora bien, para que esta dinámica se cumpla, el capitalismo necesita de una industria que produzca dichos bienes (libros, películas, arte, etc.), de un mercado donde puedan ofrecerse y de una entidad legitimadora o mediadora que incite estratégicamente al individuo a consumirlos. En nuestros días, esa entidad legitimadora o mediadora está representada por los medios masivos de comunicación y, como diría el poeta Allen Ginsberg, «quien controla los medios controla la cultura».

Por fortuna, siempre hubo elementos disidentes dispuestos a denunciar las falacias de la cultura capitalista, elementos que supieron trazar una tradición cultural alternativa tan poderosa que logró en muchas ocasiones que aquella otra rectificara su rumbo, elementos para quienes la cultura debía ser un instrumento de emancipación y no una simple mercancía. Aunque, claro, difícilmente encontremos este tipo de personalidades en las filas del macrismo.

2. El «pluralismo» del nuevo ministro de Cultura
Mucho tiempo antes de que se llevara a cabo la segunda vuelta electoral, un segmento de la cultura vernácula decidió expresar públicamente su apoyo al candidato de la Alianza Cambiemos. Así, el filósofo Alejandro Rozitchner, los ensayistas Juan José Sebreli y Santiago Kovadloff, el escritor Marcos Aguinis, la historiadora María Sáenz Quesada, el músico Raúl Lavié, los escritores Marcelo Birmajer, Pola Oloixarac, Gonzalo Garcés, Luis Gregorich y Federico Andahazi, el historiador del arte José Emilio Burucúa, el periodista Sebastián Campanario, Roberto Cortés Conde, la librera y comentarista literaria Natu Poblet, la artista plástica Dalila Puzzovio y el editor Mariano Roca, entre otros, no dudaron en manifestar —cada vez que los medios afines al macrismo lo pedían— su deseo de salvar a la República de la terrible «amenaza populista». Es evidente que estas figuras representan a un reducido sector de la cultura argentina, sector que —consciente o inconscientemente— sigue avalando y propagando los valores culturales de la burguesía agroexportadora y el «mitrismo».

Una vez electo, Mauricio Macri convocó a Pablo Avelluto para ocupar el cargo de ministro de Cultura. El vínculo de Avelluto con la actividad cultural es, digamos, tangencial, pero convengamos que no se podía esperar otra cosa de un espacio político conformado por empresarios y tecnócratas. Avelluto es licenciado en Ciencias de la Comunicación, y durante mucho tiempo estuvo ligado al mundo editorial. Fue jefe de Prensa y Comunicación de Espasa Calpe, gerente de Editorial Planeta, responsable de la unidad de negocios de publicaciones periódicas de Torneos y Competencias, gerente editorial de Estrada y director editorial de Random House Mondadori. Ya en el equipo del PRO de la Ciudad, se desempeñó como asesor del Ministerio de Cultura porteño y como coordinador general del Sistema de Medios Públicos.

No bien confirmó que había sido designado para el puesto que hoy ocupa, Avelluto aseguró que no llegaría para tomar «revancha ni en plan de venganza, sino a construir sobre lo ya realizado». Sin embargo, en sintonía con lo que viene sucediendo en cada una de las dependencias del gabinete de Mauricio Macri, el ministro de Cultura ya despidió a más de 600 trabajadores y no descarta que se produzcan nuevas cesantías. El cierre del Instituto Dorrego, confirmado por el decreto 269/2015, y el de los talleres gratuitos de la Biblioteca Nacional son otras muestras del tipo de gestión que prevalecerá por cuatro años en el área.

En un intento por diferenciarse de la administración anterior —a la que acusa de haber dividido a los argentinos—, Pablo Avelluto ha querido mostrarse como una persona «pluralista». Sin embargo, el pluralismo que defiende el actual ministro de Cultura es un pluralismo clasista, antipopular y lleno de prejuicios, es decir, un pluralismo que, al mismo tiempo que increpa al peronismo, estigmatiza al kirchnerismo. A esta altura de las cosas, la dictadura me parece tan irrelevante como Agustín Rossi.De esto podemos inferir que las políticas de ajuste que viene llevando a cabo Avelluto, al igual que las que vienen realizando las otras reparticiones del Gobierno, responden menos a restricciones presupuestarias que a cuestiones ideológicas.

3. La cultura como espacio de disputa
Si comparamos las políticas culturales de Cambiemos con las de sus predecesores kirchneristas, podremos entender con claridad las dos visiones de país que estuvieron siempre en pugna, es decir, la famosa «grieta» de la que los medios concentrados han hablado hasta el cansancio. Tenemos por un lado al FpV, que, tomando las banderas de la reparación económica, la justicia social y la de los derechos humanos, desarrolló políticas que apuntaron a democratizar y descentralizar la cultura, rompiendo así con lo que venían haciendo los gobiernos anteriores; por el otro, al actual Gobierno, que piensa la cultura como una actividad de esparcimiento más o menos rentable.

Las políticas redistributivas del kirchnerismo estuvieron cimentadas en dos conceptos que no gozan de mucha aceptación en el imaginario macrista: la historia y la ideología. No hace falta aclarar que Cambiemos no fundó su identidad en una plataforma político-ideológica (bien sabemos que no le hubiera convenido) ni que para sus miembros la historia es sólo el lugar a donde se refugian los que no quieren «mirar para adelante»; por tanto, podemos estar seguros de que estos dos conceptos, que sin dudas son la base de toda definición de cultura, no serán tenidos en cuenta por los próximos cuatro años.

Ahora bien, así como no hay política sin conflicto, no hay cultura si ésta no cuestiona los valores simbólicos de la clase dominante. Si aceptamos que la gran Cultura occidental es el producto de los combates entre lo viejo y lo nuevo (combate histórico) o, si se prefiere, entre lo instituido y lo instituyente (combate ideológico), deberíamos permitir que los dos modos de concebir la cultura que hoy están en pugna alimenten sus tensiones hasta lograr que ese sector de la sociedad que aún está dormido comience a despertar.

En suma, tal como lo insinuamos al inicio de este artículo, todo sistema cultural es un instrumento de dominación, por consiguiente, quien detente el poder utilizará la cultura para conservar y propagar su hegemonía. Ante un hecho como éste, la tarea fundamental de las masas (peronistas o no peronistas) será recuperar la cultura para ellas mismas; en otras palabras, deberán entender que aquella cultura que se les mostró siempre reacia también les pertenece y que lo que las alejó de ella no está relacionado con lo que ésta es en realidad, sino con la asimétrica circulación que los poderes fácticos le vienen imponiendo.


* Flavio Crescenzi

Docente, poeta y ensayista.

 

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