PUEDE SER UNA FIESTA



 Por Ezequiel Fernández Moores

Diarios y radios polemizaron ayer en Chile por las palabras de Javier Mascherano, quien pidió quitarle tensión política a la gran final el sábado de la Copa América en el Estadio Nacional. Los más fanáticos justificaron la silbatina al himno argentino el martes en Concepción, en la semifinal contra Paraguay, al recordar la hiriente canción «Decime qué se siente», que hinchas argentinos cantan desde su llegada a Chile. Una canción, sabemos, que recuerda el rol probritánico del régimen chileno durante la Guerra de Malvinas. La cantan como si todo Chile fuese hoy Pinochet.
PUEDE SER UNA FIESTA
El gobierno chileno hizo una gran campaña para evitar silbatinas a los himnos extranjeros en el torneo. Funcionó hasta el martes. Y no creo que se deba a la canción «Chile, decime qué se siente». Sino, hubiesen silbado el himno argentino también en los partidos de primera rueda. Se debe, ante todo, a que Argentina ya se perfilaba como rival del sábado. Rival que puede frustrar el sueño de ganar una Copa por primera vez en 105 años de historia del fútbol chileno. Es muy futbolero silbar al rival en el fútbol, himno nacional incluido.

Difícil creer que «todo Chile» sienta poco menos que odio hacia «toda Argentina» cuando, me consta, miles y miles de aficionados chilenos están eternamente agradecidos, por ejemplo, a Marcelo Bielsa. «Fue el hombre que cambió la mentalidad de nuestro fútbol», me dijo días atrás Franklin Lobos, exfutbolista, uno de los 33 mineros encerrados en 2010 en la Mina San José, la gesta de rescate que conmovió al mundo. Y Lobos, acto seguido, me dio una lista de grandes amigos argentinos que le dio el fútbol.

Luego de Bielsa fue el turno de Claudio Borghi, dos personalidades opuestas, como para dejar claro aquella tontera de que todos los argentinos son iguales. Y, después de Borghi, que sigue radicado en Chile, llegó Jorge Sampaoli, santafesino, el hombre que superó a Bielsa al clasificar a Chile a tercera rueda de un Mundial y que podría eclipsarlo si gana la final. Hasta el Tata Martino jugó en el O’Higgins chileno en sus últimos años, dejando un gran recuerdo en sus compañeros.

Si el sábado silban al himno argentino no será una ofensa a la patria, sino una simple tradición futbolera, que no es la ideal, claro, igual que otras tantas cosas que suceden en el mundo. Sucede que los ruidos del fútbol amplifican todo. Es una amplificación que termina deformando las cosas. Y la industria mediática reproduce luego esa deformación. El sábado se enfrentarán las dos mejores selecciones de la Copa. Las de juego más asociado y más ofensivo. Las que escapan a la mediocridad y se animan a asumir que el fútbol también es un juego de riesgo. Ojalá la Argentina de los tiempos de Messi rompa una sequía para nuestro fútbol. Pero la final, ante todo, puede ser una fiesta de buen fútbol para Sudamérica.

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