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Por José Pablo Feinmann ***
Terminó por el error enorme de atacar a la Unión Soviética y entrar en guerra con EEUU simultáneamente. Hitler creía que la derrota de los soviéticos sería rápida. Eran un pueblo de esclavos, inferior, poblado por campesinos torpes e ignorantes. Su ceguera ideológica le impidió ver que en 1941 la URSS era un país poderoso. Tampoco esperaba que los soldados soviéticos lucharían con tanto coraje, tanta inteligencia. Que a su frente estaría un maestro de la guerra: el mariscal Zhukov. Sus generales tampoco se lo dijeron ni meramente lo insinuaron. Estaban fascinados por el carisma del Führer, como la casi totalidad del pueblo alemán. La culpa alemana fue muy grande, de aquí que les moleste aún hoy hablar de los temas macabros, de los lager que tan pretendidamente ignorados fueron por ellos. Tal como los argentinos decían ignorar los horrores del llamado Proceso. Nadie sabía nada. Pero cuando el ómnibus o el colectivo en que viajaban pasaba cerca de la ESMA todos callaban, ni una palabra decían, era el silencio de los cementerios, del terror y acaso la soterrada culpa. Los alemanes festejaron las Olimpíadas de 1936. Los argentinos el Mundial de 1978.
¿Qué hicieron los bolcheviques para transformar el viejo país zarista en una potencia industrializada con un ejército poderoso? La mano dura del camarada Stalin lo hizo. Bajo su dirección derrotaron a los alemanes. Por el clima helado del general invierno, por sus letales francotiradores (muchos de los cuales eran mujeres), por la conducción estratégica de Zhukov, por un coraje patriótico para defender a la madrecita y santa tierra rusa, más una resistencia a los rigores del tiempo frenaron a los nazis en Stalingrado y luego los corrieron hasta Berlín.
Los nazis temían rendirse ante los soldados rusos. Sabían muy bien por qué. Habían sido tantas las atrocidades cometidas durante la Blitzkrieg de la Operación Barbaroja que daban por descontada una dura venganza de los rusos. Pero siempre que admiten que el Ejército Rojo llegó primero a Berlín e hizo flamear sobre el Reichstag la bandera soviética añaden que fueron vengativos y crueles con los alemanes. Que violaron a cientos de mujeres. ¿Qué esperaban? Hubo órdenes de Zhukov tratando de frenar excesos, pero el odio por las atrocidades de los nazis en la campiña rusa (véase la película soviética Venga y vea) pudo más que las órdenes de templanza. Los norteamericanos no sufrieron la invasión de su territorio. Los agredió el Imperio Japonés en Pearl Harbour y se vengaron calcinando las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
Hay que escribir estas cosas porque hay que sumar voces alternativas a las muy interesadas que lanzan los diarios, las películas y los materiales de Internet. Si uno ve el film sobre el soldado Ryan –de Spielberg- se conmueve por todos los aliados que murieron en Normandia. Y porque ese desembarco está magníficamente filmado y muestra el horror esencial de la guerra. Pero, ¿cuándo van a filmar algo de los horrores que los nazis descargaron sobre la tierra rusa? Claro, hay una guerra ideológica. Entonces se escamotea, se oculta, se miente. Van a creer que soy un maldito rojo porque exalté la lucha del Ejército Rojo con la conducción de Zhukov y Stalin. Todo conocemos (y estamos saturados de conocerlos) eso que Trotsky llamó “los crímenes de Stalin”. También sabemos que Stalin atacó como música degenerada” la gran ópera de Dimitri Shostakovich “Lady Macbeth de Minsk”. Pero Dimitri no se fue de su patria, la cual inspiró gran parte de su obra. Y si bien Serguei Prokofiev se fue, no demoró mucho en volver. La segunda guerra mundial se ganó en la batalla de Stalingrado. Tanto, sin duda, como en el desembarco de Normandia y en la batalla de Inglaterra. De la que Churchill se vengó aniquilando la bella ciudad de Dresde. Pero en Stalingrado Alemania vio el duro rostro de la derrota por primera vez. Los rusos defendieron su santa madre tierra contra Napoleón y contra los nazis.
Los soldados de la Whermacht y los batallones SS arrasaron con más de seiscientos pueblos de pobres campesinos rusos. Los ponían en los graneros y los quemaban vivos. Eran inferiores, les habían dicho y creyeron con entusiasmo, ni como esclavos podrían servir.