EL CHOCOLATE DEL DISFRUTE: EL ALUVIÓN ZOOLÓGICO LLEGÓ A RAPANUI

 


Por Moira Goldenhörn   ***

Otra vez, como loop histórico de más de 80 años, sonó en los días pasados aquello de “los negros no merecen” ciertas cosas, ciertos bienes, cierto confort. La ex presidenta de la Nación, hija de un colectivero del suburbio platense, ¿por qué merecería acceder a los productos de RapaNui? ¿de dónde los conoce? ¿por qué la Shewa tiene ropa cara, de hecho?

Esa desarticulación entre un público pretendidamente distinguido y los productos a los que accede en exclusividad les escandaliza. Digo, cuánto les molesta ese “oxímoron” social del “pobre con plata” o “negro con plata”, en definitiva. Cuánto les duele en el ego oligarca la movilidad social ascendente que llegó con el peronismo.

Para cierto sector de nuestra sociedad, los fundadores de esa Patria para pocos, -que fue edificada sobre el exterminio y sometimiento servil de los dueños originarios-, su identidad se construye en base a la distinción social del gusto por conocer y acceder a ciertos bienes, servicios y círculos sociales. Básicamente, porque a ese mundo de ideas y cosas, se llega sólo con dinero. Y los pobres, los morochos, los negros, los indios, no pueden o, mejor dicho, no deben acceder al dinero.

Digamos que, en ese esquema, los pobres sólo tienen derecho (y en algunos casos, sólo cuando “lo merecen”) a satisfacer sus necesidades básicas: comida, vestido, educación (sobre todo, no sea negro, pobre e ignorante a la vez, por favor), pero a satisfacerlas “como pobre”, es decir, con comida vencida en los comedores, con medias de diferentes pares, chapas para el techo y paredes, canillas comunitarias y escuelas rurales a leguas de distancia pasando por bañados, desierto y monte. ¿Por qué los pobres merecerían más, si no lo pagan…? E insisto con el componente racista porque hasta “la chusma migratoria” y el criollaje gaucho tuvieron mejor suerte en estos 211 años que quien sigue portando el color moreno en su piel y cabello en pleno Siglo XXI.

Es que esta historia de la indignación y el escándalo en las señoras y señores de “alcurnia” por tener que codearse con “nuevos ricos” o incluso con “mucamas” (porque son muy gustosos de usar esta palabra para sobrerrepresentar a toda mujer morena) en sus espacios de socialización, es vieja y retorna de momento en momento con diferentes episodios. Y parece que Cristina es protagonista estelar de los que más les molestan, curioso ¿no?

Al igual que con Evita, a quien las mujeres de las clases servidoras de esa patria para pocos admiraron por haber llegado a donde ninguna de ellas antes llegó, a Cristina la admiramos no sólo las mujeres trabajadoras más precarizadas, sino también las abogadas, las militantes, las estudiantes que vemos en ella la materialización de anhelos: mujeres del pueblo trabajando para el pueblo, con capacidad de decidir inclinando la balanza a su favor.

Es por eso que en la década pasada muchas nos sentimos con derecho a hablar con contundencia y suficiencia aunque nos llamen “soberbias”, a arreglarnos y sentirnos lindas aunque nos traten de “provocativas”, a ahorrar (en la década pasada fue posible ahorrar, recordemos) para darnos un gusto personal más allá de satisfacer las necesidades de nuestr@s hij@s; es decir, con la presencia y personalidad firme y segura de Cristina nos sentimos habilitadas a corrernos del lugar servil, callado, abnegado, postergado y sumiso al que la historia y la política nos destinó a las mujeres.

Porque las mujeres tenemos derechos. Y necesidades. Y también deseos y gustos. Por eso Cristina, al inaugurar la fábrica local de chocolates violetas, trajo el ejemplo de los millones de nenes y nenas que no pueden acceder a un mísero chocolatín “de marca” nunca jamás en su vida. Y no por menospreciar a las marcas locales (bueno, tal vez a algún chocolatero aspiracionista, no lo sabemos) ni mucho menos las posibilidades del esfuerzo de las familias pobres, sino marcando el puente definitivo hacia un consumo que siempre fue negado a los pobres.

Otra vez Cristina, y “sus gustos estrafalarios”, indignos de “una pobre”. Otra vez Cristina, y el derecho al disfrute y la alegría. Otra vez Cristina, trayendo a su pueblo acceso al pan, a las rosas y también a los chocolates.

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