Por Pablo Esteban ***
Martín Rugna, investigador del Servicio Meteorológico Nacional, sobre el proyecto Relámpago.
Las lluvias más severas del mundo están en Córdoba. Especialistas locales y extranjeros salen a cazarlas con radares instalados en camiones de película. Quieren comprender mejor los fenómenos para anticiparlos con mayor precisión
Las sierras cordobesas contribuyen al nacimiento de las tormentas más impactantes de la Tierra: son las más extensas y las que presentan mayores dosis de descargas eléctricas. En
esta ocasión, Martín Rugna –meteorólogo de la Facultad de Ciencias
Exactas y Naturales de la UBA e investigador en el Servicio
Meteorológico Nacional (SMN)– describe de qué va el ambicioso proyecto
Relámpago; cuenta cómo actúa el grupo de “Los Cazatormentas”, un mote
espectacular –casi hollywoodense– para una actividad bien científica; y,
además, nos guía en un viaje al interior de las nubes, porque
estudiarlas mejor contribuye a ajustar las medidas de prevención.
–¿Qué es Relámpago?
–Es
un proyecto gigante que involucra a investigadores extranjeros pero
también a especialistas locales de diversas instituciones, entre las que
se destacan el SMN, el Conicet, Citedef (Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas para la Defensa) y las universidades de Buenos Aires y Córdoba. Desde mi lugar participo en la línea del Center for Severe Weather Research (CSWR),
una organización de Estados Unidos que cuenta con radares móviles a
bordo de camiones –conocidos como Doppler On Wheels– y camionetas que
tienen instrumentos meteorológicos. Me refiero, por ejemplo, a
estaciones más pequeñas que dejamos en el medio del camino.
–¿Cómo es salir de campaña?
–Cada
vehículo requiere de tres o cuatro personas para poder operar. En base
al pronóstico realizado por el centro de operaciones en Villa Carlos Paz
nos desplegamos por el campo. Durante estos últimos días tuvimos
jornadas larguísimas con misiones en las que arrancamos muy temprano en
la mañana y terminamos durante la madrugada del día siguiente. Nuestro
objetivo es ir detrás de las tormentas severas con la particularidad de
que, en muchos casos, no utilizamos las vías convencionales como rutas
nacionales o autovías, porque –como bien sabemos– los fenómenos
naturales no respetan el planeamiento urbano.
–¿De qué manera actúan una vez que llegan al sitio indicado?
–Si
bien nos han puesto el mote espectacular de “Los Cazatormentas”, hay
que ser justos y decir que no nos plantemos la cacería. Nuestro proyecto
tiene una rutina –casi– diaria y, por lo general, el equipo llega al
lugar específico unas horas antes de que comience a llover de manera
copiosa. A nuestro arribo, el conductor designado debe nivelar el camión
para que el radar esté en perfecto equilibrio y ganar precisión en las
mediciones. El resto verificamos que todo funcione y seguimos con el
protocolo y la lista de pasos para la puesta a punto. Tal vez no parece,
pero hacer funcionar un radar desde cero no es tarea sencilla. Una vez
que empezamos a medir, analizamos la situación meteorológica, ya que
tenemos pantallas en las que vemos en tiempo real lo que sucede. La
información obtenida se comunica por radio al resto. Si bien le podemos
escapar al granizo y la lluvia nos genera inconvenientes si estamos en
el barro, el mayor peligro lo constituyen los rayos. Usualmente hay
colegas que durante las tormentas severas lanzan globos meteorológicos y
nosotros tenemos el deber de alertarlos.
–¿Qué datos miden?
–Trabajamos
con radares de doble polarización y doble frecuencia de banda X. Esto
guarda relación con la longitud de onda que transmite el dispositivo: su
ventaja es que permite que las antenas sean chicas (dos metros) y
pueden ser ubicadas arriba de un camión para circular, pero su
desventaja es que si la densidad de las lluvias es muy potente, el agua
absorbe la energía –en un proceso denominado “atenuación”– y la señal
codificada se desperfila muy rápido. Por ello, también utilizamos un
radar móvil de banda C, con una antena más grande (cinco metros). Estas
tecnologías no “ven” nubes porque no logran percibir gotas de agua tan
chiquitas, por el contrario, solo pueden captar aquellas con un tamaño
aproximado de medio milímetro.
–¿Para qué calculan el tamaño de las gotas?
–Porque si comprendemos las características de las gotas (más chatas, más redondas, chicas o grandes) podemos
inferir los procesos que suceden al interior de las nubes, advertir la
presencia de granizo y describir con antelación la intensidad que
tendrán las precipitaciones. Conocer la información en tiempo real es un
plus muy importante.
–¿Por qué? ¿Hacen pronósticos?
–Todos
los datos se colectan y se guardan. El proyecto es científico y su
propósito es contestar preguntas específicas acerca de la meteorología
asociada a las sierras de Córdoba. Buscamos saber cuál es el rol que
tiene la topografía de las montañas en la iniciación de las tormentas,
ya que las que ocurren en esta provincia –junto a las que suceden en algunas planicies de Estados Unidos y en el centro de Africa– son las más intensas del mundo.
Se prolongan en el tiempo y exhiben una tasa muy alta de actividad
eléctrica. En definitiva, si logramos encontrar patrones comunes y
conceptualizar la masa de datos que obtenemos será posible, en un
futuro, disminuir aún más los márgenes de error en la confección de los
pronósticos. Como la atmósfera tiene una naturaleza caótica, debemos
desarrollar herramientas para ensayar mejores modelos de predicción, que
ayuden a la sociedad en la toma de decisiones.
–Si el propósito es estudiar mejor las tormentas es porque aún no conocen todo lo que deberían saber. ¿Qué otras preguntas se hacen los meteorólogos que participan del proyecto?
–La
respuesta que puedo llegar a formular será muy sesgada, ya que depende
de una opinión personal. La semana pasada conversaba con algunos colegas
de la campaña que me planteaban que, desde su perspectiva, el
experimento era todo un éxito porque ya obtuvimos una gran cantidad de
datos que serán muy útiles para futuras aplicaciones. No obstante, desde
mi punto de vista, todavía restan algunos interrogantes por saldar. Por
ejemplo, aún no sabemos cómo el granizo alcanza el orden de los 10 cm y
cuáles son los procesos que se producen al interior de las nubes y los
empujan a alcanzar este tamaño. Tampoco conocemos a ciencia cierta por
qué esta región no posee tantos tornados como tiene Estados Unidos. Son
preguntas sencillas, del sentido común, para las cuales aún no tenemos
soluciones pero si de algo se puede estar seguro es de que trabajamos
para resolver estos enigmas. Nos apasiona encontrar respuestas, sobre
todo, porque nos plantean nuevas preguntas.
poesteban@gmail.com
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