Por Sandra Russo ***
Hace poco, en este diario, en una entrevista firmada por Pablo Esteban, el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi –profesor de la Universidad de Bologna– lanzaba una afirmación conceptual y hasta figurativa muy fuerte: “El capitalismo ha muerto, pero todavía vivimos en el interior de su cadáver”.
El macrismo es la expresión local de esta fase tanática del capitalismo, que es brutalmente reactiva al mundo multipolar al que volvimos después de décadas de hegemonía estable, y que pierde el estribo civilizatorio. Se desemboza, dejando florecer en su seno, descaradamente, ideas que agitan en los intestinos de cada sociedad una pulsión de muerte de la que ignoramos todavía su envergadura y su capacidad de atracción.
Porque la muerte atrae. Es una pulsión que en los mejores ejemplos de la especie humana y animal sólo puede ser reprimida si a ella se le opone la pulsión de la empatía. Ahora que Durán Barba lee mal a Franz De Waal, el primatólogo con uno de cuyos libros trabajé en Lo Femenino, y acuña el relato pergeñado como una fake news de que el macrismo puede conducirnos a un “mundo bonobo”.
Ese mundo, estudiado por De Waal
desde hace décadas, es el reino de la empatía. En él no hay asesinatos,
no hay violaciones ni derramamiento de sangre. Las hembras intervienen
antes de la violencia se desate. Su relajador comunitario es el sexo.
Macri defendiendo y felicitando al policía gatillo fácil Chocobar fue la expresión de un presidente chimpancé, no bonobo.
Macri estaba acompañado por una ministra de Seguridad que unos días
antes del cónclave mundial para que el “diseña” grandes operativos, al
mismo tiempo convive con la muerte que se está regando a nuestro
alrededor, y que nos enerva y acongoja.
Las muertes de Martín D´Amico, periodista de medios alternativos; la del hijo del abogado querellante en la DAIA y la AMIA Gabriel Labaké –que se tiró de un quinto piso con una bolsa en la cabeza–; la de Beatriz Ramos, madre de una candidata a diputada rosarina cercana a Agustín Rossi, acribillada de siete balazos en un barrio periférico de esa ciudad; la de Rodolfo Orellana, miembro de la CTEP, asesinado con balas de plomo en una toma de tierras en Villa Celina, nos obligan a tomar conciencia colectiva y terminante de que Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, Facundo Ferreira y otras víctimas en cuyas muertes participaron fuerzas de seguridad o de inteligencia fueron prolegómenos del proyecto de muerte que Macri tiene para ofrecer a la Argentina.
El robo intensivo y por
transferencia, y la muerte. Hacen pareja. Van de la mano. Son
simbióticos. Se necesitan. Se equilibran. La muerte evita que se impida
la continuidad del saqueo. El saqueo no tiene techo mientras haya
algo público o incluso privado que se pueda vender, expropiar,
malversar, mandar a quiebra, comprar por monedas. La muerte y los gusanos son la mala yunta contra la que hemos de lidiar y que nos ha robado el horizonte.
Este país no es así.
Macri lo convirtió en este manojo de nervios y tensión, de falta de
garantías, de mordaza, de operaciones cruzadas que velan la lucha por el
poder en el interior del poder. Los gusanos libran su propia guerra
para quedarse cada cual con el órgano elegido.
Para llegar
hasta acá contaron con la colaboración de decenas de ex periodistas que
hoy hacen acción psicológica y que cumplen tareas que facilitan la de
los predadores. Los grandes medios hace rato que no comunican nada: su
rol es envenenar y respaldar otras operaciones de formateo de opinión
pública basadas en mentiras tales como Elaskar declarando en el programa
de Lanata.
En esa nota el filósofo Berardi afirmaba que “no hay salida del nacionalsocialismo global”. Era una mirada eurocéntrica. Incluía naturalmente a Bolsonaro, pero también a Rodrigo Duterte (Filipinas), Donald Trump, Matteo Salvini, Viktor Orban (Hungría). En América Latina, decía en otra nota publicada en otro medio poco antes, quizá los procesos sean distintos.
En América Latina los procesos siempre han sido diferentes a los del resto del mundo. En materia de resistencia y organización social, esta región siempre ha tenido la máxima expresión de cada época.
Incluso deshechos, desconectados, inmersos en el nihilismo que siembran
como abono las derechas de todas las épocas, aquí los tejidos sociales
se han recompuesto con una velocidad y a un ritmo indetenible que no ha
ahorrado vidas pero que ha dado década tras década su tenaz batalla
contra los destructores de la política. Ese rasgo latinoamericano se
lo debemos sin duda a una transmisión simbólica que a lo largo de los
siglos hemos recibido de los pueblos originarios.
El
dispositivo de poder del capitalismo terminal no está pensado solamente
en cómo ganar elecciones o encabezar gobiernos. Ya vemos que no tienen
ni idea de cómo hacerlo. Encabezar gobiernos es para ellos la manera más divertida y fácil de hacer dinero. Son entonces una máquina corruptora destinada a convencer a millones de personas de que “son todos iguales” y que “los políticos no sirven para nada”.
Estamos rodeados de ese tipo de dirigentes. No sirven. Han mordido el
palito. Han aceptado financiación para mantenerse a flote en la escena.
Han comido y han chupado hasta limpiarlo con la lengua su plato de
lentejas.
La política es lo que hagamos con ella.
Necesitamos el ascetismo necesario y los ejemplos suficientes como para
montarnos millones en el brío de un proyecto de nación que no es éste ni
el que fue, sino en el que será. Necesitamos la apuesta libidinal por
la política. Que el deseo de la vida y de la convivencia pacífica sea
más potente que los desechos que van dejando los gusanos en todos los
rincones del cadáver. Necesitamos templanza y dirigentes dispuestos a poner coraje y vida donde Macri pone bala. Necesitamos mantener a salvo la pulsión de vida.
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