GANAR Y TRANSFORMAR

 

Por Carlos Raimundi

Consideraciones sobre la Unidad. Carlos Raimundi afirma que en la construcción de un frente opositor la conducción debe ser ejercida por quien exprese un carácter transformador que en un nuevo ciclo de gobiernos populares deberá intervenir muy radicalmente sobre los núcleos del poder oligárquico.

1. Voluntad de Poder

En política es fundamental la conquista de poder real. Poder de persuasión, poder de convocatoria, poder de ejecución, poder de transformación. Poder para que la históricamente desmesurada tasa de ganancia de algunos sectores se empareje con la ganancia promedio de la economía y fundamentalmente con los ingresos de las y los trabajadores y los sectores más humildes, de modo de propiciar mayor cohesión en la sociedad.

Poder para redistribuir el poder y transferir los derechos a sus verdaderos destinatarios.

Para ello es necesario conducir el Estado, gobernar.

Y eso requiere ganar elecciones, es decir, construir una base social y cultural, un activo militante, una organización política y una mayoría electoral.

Quiere decir que la necesidad de ampliar nuestro agrupamiento político con el fin de convocar a mayorías y ganar es un objetivo natural para nosotros. Toda consideración que hagamos sobre el concepto unidad, no provendrá de ninguna concepción sectaria, sino desde una profunda vocación de poder real.

2. Desmontar algunos mitos

A esta altura del planteo cabe intervenir también sobre algunos slogans que, por reiterados, se tienden –equivocadamente- a naturalizar.

Uno de ellos es suponer que la mentada unidad resulta de la suma matemática de dirigentes o sectores. Es decir, si tal sector -a los que generalmente se los denomina con el nombre de un dirigente y la terminación “ismo”- obtuvo tal porcentaje en las elecciones, sumado a otro “ismo” con su respectivo porcentaje y así sucesivamente, nos estaríamos aproximando a obtener esa ansiada mayoría electoral que todos reconocemos necesaria. Pero resulta que la realidad nos indica un grado de acatamiento cada vez más inestable a los referentes políticos y a los sellos que estos representan, lo cual habla de cierta labilidad o deslizamiento de la opinión pública. Es decir, los porcentajes no se replican mecánicamente. Ese débil apoyo se debe, además, al comportamiento cambiante e inconsistente de esos mismos referentes políticos, que, por priorizar conveniencias de corto plazo se tornan tan poco previsibles que hacen que sus votantes no se sientan comprometidos de manera estable.

Por eso aquellos dirigentes que más allá de la nominación circunstancial de su frente electoral, sí han estado siempre en una misma posición frente a las grandes definiciones como los derechos del pueblo, de las mayorías, y especialmente de los trabajadores y de los más humildes, esos dirigentes sí mantienen márgenes altos y estables de adhesión popular.

En línea con esto, muchos de esos “ismos”, esas estructuras formales y endebles creadas en los últimos tiempos, no han sido más que inventos, en muchos casos por preponderancia mediática más que por una genuina aspiración popular. En la mayoría de los casos se trató de figuras promovidas y sostenidas durante un tiempo por los grandes medios de comunicación, que al no contar con una densidad personal, con un pensamiento voluminoso, con una mirada estratégica suficiente, terminaron no resistiendo a más de una o dos elecciones y tornaron efímeras aquellas expectativas creadas artificialmente.

Otra leyenda es seguir creyendo que si se cuenta con grandes aparatos o estructuras partidarias, eso constituye un factor concluyente. Está comprobado que ayudan al despliegue territorial, a distribuir boletas y a la fiscalización del comicio, lo que no es menor.

Pero está claro que sin proyecto político seductor no hay aparato capaz de garantizar el triunfo por sí solo. La prueba está en que cuando hubo un clima, un humor social adverso en la Provincia de Buenos Aires, el aparato más aceitado de la política argentina como lo es el partido justicialista de esa provincia no pudo sostener el triunfo de sus candidatos, luego de haberla gobernado ininterrumpidamente durante siete períodos.

Y fue una persona desconocida, promovida en tiempo récord por el sistema oficial de comunicación, quien usufructuó de ese cambio de clima social y, contando con muy poca estructura partidaria tradicional, le arrebató la elección.

María Eugenia Vidal ganó en 2015 la gobernación de la Provincia de Buenos Aires luego de que su partido, el PRO, no presentara lista de legisladores nacionales en la elección de 2013. Paradójicamente, Massa sobrepasó los 40 puntos en 2013 y se redujo a la cuarta parte cuatro años después.

Lo que había cambiado era el clima.
Sólo resta aclarar que me refiero al PJ como estructura político-electoral, no al Peronismo. Eje inapelable del movimiento nacional, el Peronismo es una cultura, un capital simbólico del Pueblo, una memoria histórica, un caudal arrollador que se encuadra en la soberanía política, la independencia económica y la justicia social, y, como tal me siento incluido en él.

3. Construir un núcleo de irradiación

Cuando cada vez más sectores de la población van acumulando grados   crecientes de cansancio moral y político, o bien van construyendo niveles crecientes de esperanza, el proceso –sea en un sentido o en otro- se torna indetenible. Pasa por etapas de evolución más lenta que se intercalan con momentos de aceleración. Fase acumulativa-fase disruptiva: se acumula, pero a partir de un momento se irradia, se propaga, se precipita. Para acabar con un proceso, o para lanzar uno nuevo. Por ello, lo central no es reunir el mayor número posible de dirigentes, sino cimentar ese núcleo de irradiación.

El núcleo de irradiación no garantiza la perdurabilidad. Si es sólido perdura, si no lo es se desvanece. Pero ni los aparatos, ni la matemática son hoy día los pilares de las mayorías sociales y electorales.

4. Impronta transformadora

El debate sobre la tan mentada unidad de la oposición no está planteado entre generosos y sectarios. Todos queremos alcanzar la mayor unidad posible porque todos queremos ganar. Lo que sucede es que no pocos capítulos de la historia reciente nos condujeron a alianzas que a medida que enfatizaban su impronta ganadora, diluían proporcionalmente su impronta transformadora. En lugar de transformar, sólo administraron con algún matiz de diferenciación formal, el mismo modelo de sociedad al que retóricamente expresaban querer cambiar.

¿Qué quiere decir esto? ¿Que existe necesariamente una contradicción entre capacidad para ganar y capacidad transformadora? Decididamente no existe tal contradicción. Si sostuviéramos eso caeríamos en un dilema en el que no creemos, y cuya superación está en el centro de nuestra militancia política. Me niego terminantemente a creer que quien gana se ha ampliado tanto que ha desdibujado su sesgo transformador, y que quien se propone transformar en profundidad está condenado a no ganar. La historia reciente de los gobiernos populares en América Latina desmiente categóricamente ese falso dilema.

Pero esa misma historia reciente también nos deja la enseñanza de que cuando no se construyeron alianzas –o “unidades”- hegemonizadas por quienes le imprimían el carácter profundamente transformador, ese fuego sagrado de los líderes, fueron precisamente los aliados dentro de esa misma “unidad”, quienes terminaron desplazando a los Presidentes. Federico Franco desplazó a Fernando Lugo en Paraguay, Michel Temer desplazó a Dilma Rousseff en Brasil, y Lenin Moreno hizo lo propio con Rafael Correa en Ecuador. Los tres, en distintas circunstancias, habían sido sus respectivos vicepresidentes.

La construcción de un gran frente opositor es muy importante, tanto para sus propios integrantes como para el macrismo. Es un signo de voluntad ganadora, y eso genera alerta en el gobierno, y mística en la fuerza propia. Por lo tanto tiene un gran efecto convocante. Mi observación no va dirigida a ponerle límites de nombres y apellidos, aunque a veces ello encierre un significado simbólico importante. Va dirigida a la necesidad de ser conducida por quien expresa su espíritu más intensamente transformador. Porque está claro que un nuevo ciclo de gobiernos populares deberá intervenir muy radicalmente sobre los núcleos del poder oligárquico.

No es por paladar negro ni por maximalismo ideológico, sino desde una perspectiva puramente analítica, que se debe evitar repetir experiencias frustrantes de nuestro propio pasado local y regional con alianzas tibias, y en cambio marchar hacia construcciones políticas guiadas por un temperamento altamente interpelador del poder real. Y conducidas por las y los líderes que expresen ese temperamento, ese carácter, ese punto de inflexión del clima colectivo, ese poder de irradiación de na nueva esperanza.

Para no sólo ganar, sino también transformar.


​​Carlos Raimundi
Ex diputado FpV, secretario general del Partido Si

 

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