LA OTRA GRIETA

Por Emanuel Respighi

La televisión argentina abrió una grieta. No una como la que atraviesa a la sociedad argentina desde tiempos inmemoriales pero que los medios descubrieron hace apenas unos años.

La pantalla chica, que durante mucho tiempo fue un sistema cerrado de espejos que se reflejaba a sí misma, encontró en el lugar menos pensado, Intrusos, la posibilidad de olvidar definitivamente aquella idea de que sólo se trata de una caja boba.

El programa de Jorge Rial, que históricamente fue un aceitado ring en el que se dirimía la última rencilla mediática, decidió patear el tablero de la TV basura y darle lugar a que las mujeres hablen sobre los padecimientos que sufrieron -y aún sufren- entre tanto macho acosador. Incluso, el conductor ofreció el espacio de América TV para debatir la despenalización del aborto.

El «rey del chimento», tantas veces criticado incluso por quien escribe estas líneas, se animó a hacer lo que muchos señores de traje importado y ceño fruncido niegan: darle voz a las mujeres para que cuenten lo que les pasa, para abrir conciencias, para despertar(nos). Una decisión para celebrar que, sin embargo, expuso otra realidad: la falta del ejercicio a debatir temas complejos que tiene la pantalla chica.

Contrariamente a lo que se cree, entre tantos programas en el que periodistas más o menos preparados cruzan afirmaciones con lengua más filosa que juiciosa, la TV argentina perdió la faceta de servir para la instalación en la agenda pública de problemáticas que trasciendan a la coyuntura política.

«Minuto a minuto» y negocio de la otra grieta mediante, el «resultadismo» de posiciones enfrentadas le ganó por goleada al entendimiento. No es que no haya discusiones. Todo lo contrario: se discute mucho y a toda hora. La cuestión es que en función de la nunca definida definida «lógica televisiva» la pantalla dejó de ser un espacio para tratar con argumentos temas de fondo, con especialistas que puedan brindarle herramientas a los televidentes para la comprensión de cuestiones complejas. La TV dejó de pensarse. Ahora sólo se mide.

«Hay quien mucho cacarea y no ha puesto nunca un huevo»
, dice el refrán. La TV panelizada de la última década bien puede servir de ejemplo de la certeza de esa frase popular. A excepción de algunos pocos ciclos (El debate, con Adrián Paenza, o Por venir, con Florencia Halfon, ambos emitidos en distintas gestiones de la TV Pública), en la pantalla chica abundan los gritos y «polémicas» a las que se le ven los hilos cuando los efectos sonoros que tiran de fondo veloces musicalizadores contaminan aún más el viciado aire. El show debe continuar. Desde hace tiempo, en la TV vale más una afirmación punzante que una idea interesante, un cruce gracioso o descalificador que una reflexión que demande tiempo para procesarla. Los argumentos ad hominem coparon la pantalla. ¿Qué se debate hoy en la TV argentina? ¿Lo urgente? ¿Lo importante? ¿Lo que mide? ¿Lo que impacta?

Desde que esta semana Rial decidió reemplazar concheros por víctimas de la cultura patriarcal, fueron muchas y muchos los que celebraron la posibilidad de instalar la problemática en espacios en los que habitualmente no circulan ese tipo de mensajes. Pero también se alzaron numerosas voces, incluso de algunos comunicadores, criticando el viraje realizado por Intrusos.

Cuestionamientos que alcanzaron tal grado de virulencia que no dejaron de ser llamativos, teniendo en cuenta que quienes lo expresaron no tuvieron el mismo ímpetu para criticar abusivos abordajes periodísticos a víctimas de violencia de género. ¿Qué es lo que molesta, entonces? ¿Que haya sido Rial el que permitió hablar largo y tendido en TV abierta sobre violencia de género y aborto? ¿O lo que produce tanta indignación es, en realidad, la posibilidad de que la amplificación masiva de los padeceres femeninos o de la argumentación a favor de la despenalización del aborto termine modificando dinámicas sociales y culturales arraigadas en la sociedad?

La discusión en la pantalla chica parece ser selectiva. Son pocos los que cuestionan que en los programas se pasen horas y horas debatiendo sobre la última pelea entre vedettes, o sobre los amoríos furtivos del galancito o la modelo. Se puede hablar durante horas sobre la corrupción, donde hay consenso de que es repudiable siempre y cuando no afecte al poder de turno o a los anunciantes del programa. Como si la TV sólo pudiera ser propicia para plantear frivolidades o reafirmar ideas preconcebidas.

En medio de la fuga de televidentes, la pantalla chica se volvió cada vez más conservadora. El «minuto a minuto» que todo lo digita no permite ni la reflexión ni la argumentación conceptual. Mucho menos abordar temáticas que dividan las opiniones, trasciendan la antinomia K-AntiK, y afecten grandes intereses. «Espanta televidentes», argumentan, superados, quienes todo lo saben pero no pueden frenar la ininterrumpida caída de audiencia.

La TV podrá haber dejado de ser la «gran mayoría» en el sistema mediático. Sin embargo, aún continúa siendo la «primera minoría», el medio masivo por excelencia, el que más se consume y el que penetra en todos los hogares argentinos, independientemente del nivel cultural, económico y social.

No está mal, entonces, que la TV deje de ser un mero entretenedor de efecto narcotizante, al que muchos la desterraron interesadamente, para recuperarla en su sentido formativo. Es hora de ensanchar la (otra) grieta.

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