REDISEÑO ECONÓMICO Y SOCIAL: ERA CIERTO NOMÁS

Por Raúl Lemos

Cuando los procesos políticos se inician con un cariz sustancialmente distinto a lo esperado y en un lapso relativo corto, el impacto inicial por la frustración encuentra como válvula compensadora a la perplejidad.

CRIS Y MAUCuando los velos caen, la realidad muestra la adversidad en toda su dimensión. Ese momento no es uno cualquiera y es en la temporalidad de ese punto de maduración del malestar donde reside el destino de los próximos años de la Argentina.

Durante el siglo pasado y hasta el presente hubo solo dos momentos, en los que fue el pueblo no con su voto sino con su protagonismo directo y explícito en las calles, quien forzó la llegada o partida abrupta del poder no de un dictador sino de un líder democrático. El primero fue el 17 de octubre de 1945 en el nacimiento del peronismo y el otro, en el fatídico y no tan lejano diciembre de 2001 con la ida apresurada de la Alianza entre ruidos de aspas.

En una de las excepcionalidades de nuestra historia como la gestión de Juan D. Perón al frente de la recientemente creada Secretaría de Trabajo, se aplicó por vez primera en este suelo la justicia social y fue lo que provocó la reacción de las masas cuando el ejército en su viejo rol de brazo de la oligarquía, lo desplazó del poder y lo encarceló en la isla Martín García. Al año era elegido como presidente de la nación.


El más reciente, breve e inverso en su resultado, aconteció luego de la larga decadencia noventista, por la irresolución paralizante de una Alianza que había despertado una esperanza de cambio muy fuerte en la sociedad y de cuya entraña, a la distancia con parte de esos protagonistas nuevamente en el centro de la escena política, ahora conocemos un poco más
. Paradójicamente o no, se vuelve a producir en la actualidad un ciclo similar en cuanto a la temporalidad aunque no en la hechura, pero falta ver aún su desenlace: los doce años que algunos llaman década ganada y otros perdida, cuyos números y estadísticas distan mucho de ser esto último, dieron paso a una nueva fase que hasta ahora solo lleva siete meses, en la que se han invertido dramáticamente todas las variables económicas y sociales, sin mayor razón aparente que lo justifique que el nombre de la fuerza política que lo emprendió.

Con previsible parecer se podría recurrir al lugar común de que este país es así y que nunca va a cambiar, pero el zigzagueo humano del prueba error nos ofrece a la par otras interpretaciones, y los hechos que las alimentan, lejos de la construcción a secas de poder que tiende a no reparar demasiado en ello, aún se están cocinando en su salsa a fuego no tan lento.

Parece ir quedando claro, por más que resistan entenderlo sus ejecutores, que la fase uno de la restauración conservadora en curso, consiste casi exclusivamente en hacer el trabajo sucio como ellos mismos no sin torpe infantilismo han reconocido, pues en principio, el éxito del mismo es inversamente proporcional a la permanencia sine die en el gobierno de quienes lo perpetren.

No se han visto todavía las inversiones millonarias en dólares que pronosticaron desde el Gobierno y no se sabe aún si eso va a ocurrir o en qué medida, lo que es seguro, porque lo pronostican hasta quienes militan en las filas de esa misma derecha restauradora, es que con o sin inflación, la drástica recesión de la economía quizá se le empiece a ver una salida promediando el año próximo; quizá. Mientras tanto aún faltan los peores efectos del pesado paquete con el que, objetivamente, el Gobierno está agrediendo la calidad de vida de los argentinos prácticamente en su conjunto.

No obstante hay una impasse social, que la tuvo a su favor el menemismo en los noventa en el primer año y medio cuando no daba pie con bola, hasta que decidió entregar al poder económico todo lo que pedía y también la Alianza, cuyo principal pecado político fue usarlo para asumir en los hechos el rol de administrador del contexto de malestar que había recibido sin atreverse a alterar el rumbo y, para peor, producir algunos retrocesos de tinte neoliberal. Duró apenas nada, cuando la gente se dio cuenta que no iba a salir del estancamiento y maduró entonces espontáneamente la protesta.

Esta vez es distinto, pues de lo que se trataba ahora era de administrar lo que estaba bien y mejorar lo no tan bien realizado, conforme lo que prometieron y fundamentalmente lo que esperaban quienes los eligieron. Y lo que no se puede sostener a esta altura, como hace el oficialismo, es que ganaron porqué la mitad de la sociedad quería un cambio para salir de una situación desastrosa y decadente, como la que y en tren de comparación, efectivamente sí teníamos en los finales del menemismo.

En la correcta interpretación de esta dicotomía yace una respuesta con bastante aproximación a cuál es el estado real de los ánimos en la sociedad.
MAU Y CARLOS
Seguramente para un sector muy concentrado y núcleo duro de apoyo a las políticas neoliberales esté quien esté al frente y que en el 2003 ante la dispersión supo hacer triunfar en primera vuelta al mismísimo Carlos Menem, eso es así. Pero esos no fueron los que le dieron al macrismo la llave del triunfo, sino aquellos otros que habiendo votado antes preferentemente por el Frente Renovador y descontento con aspectos del kirchnerismo, volcaron su voto en el ballotage.

Lo hicieron con la ilusión de que Macri conservara lo logrado y mejorara algunos aspectos visibles que les molestaban: la comunicación presidencial y la posibilidad de comprar dólares ocupaban entre ellos un lugar sensible. Pero otro, menos aparente y eterno comodín que marca los ritmos más profundos, es ese desiderátum de los agregados humanos que constituye la movilidad social ascendente, que con frecuencia impide reconocer el terreno en que su tozudez se vuelve destructiva.


Resulta sintomático que a un sector social cuyo abigarrado individualismo lo deja naturalmente preso dentro de los confines de un bienestar eminentemente dominado por lo material, lo especulativo y hasta lo mediocre, de un salto de semejantes proporciones cómo el que vimos en el ballotage.

Es evidente que eso algo significa y en la correcta interpretación de ese hecho político y social se pueden seguir las pistas de hacia adonde nos puede conducir el proceso que estamos viviendo. Hasta ahora solo conocen, y conocemos, la consecuencia inmediata de lo que decidieron, pero en la cronología de esos sectores falta la propia reacción frente a la nueva realidad que se  configuró de manera concluyente con su participación en las últimas elecciones.

Una cosa es la  genuina e irresistible necesidad de cambio frente a lo que no se soporta, como en los finales de los 90 y otra, muy distinta, es el salto al vacío, casi suicida, porque se ambiciona más, bien sea por el mero disfrute de sumar bienes o bien para detentar el privilegio de efectivamente poseerlos para destacarse por sobre el resto. O ambos.

Cuando los procesos se inician con un cariz disvalioso sustancialmente distinto a lo esperado y en un lapso relativo corto, al comienzo el impacto por la frustración encuentra como válvula compensadora a la perplejidad, cuyo efecto es dejar en suspenso y dispersas en el aire las angustias como un gas, cual herramienta de negación que emite un silente e invisible mensaje de espera y esperanza, que en una sesión freudiana tal vez sería señalada como resistencia al servicio de un boicot auto infringido.

Pero cuando los velos caen inexorablemente y la realidad muestra la adversidad en toda su dimensión, el mecanismo negador de las conductas gregarias no acostumbradas a tributar a la idea del bien común, no se suple con uno que se hace cargo del yerro. Más bien, recurren a otro auto exculpatorio que convierte en monstruo al objeto de adoración de que se sirvieron como chivo expiatorio de su debilidad aspiracional, cuando finalmente frente al espejo de la disrupción puedan decirse a sí mismos, “era cierto nomás”.

Ese momento no es uno cualquiera y es en la temporalidad de ese punto de maduración del malestar, en que reside en buena medida el destino de los próximos años de la Argentina. Y más precisamente, en el inestable equilibrio entre dos caras de una misma moneda: la verdadera situación de la que se venía, que por sus innegables logros puede retardar o atenuar los efectos dañinos del brusco viraje de la economía, y la comparación de lo anterior con la tierra arrasada que mucho más acá del mediano plazo va a impactar contra la sociedad.

Si la intensidad y el alcance de la protesta no son suficientes, tal como lo pergeña el poder económico, vendrá la fase dos del plan con alguien que ya tiene nombre y apellido, para ordenar el escenario de retroceso y cristalizar un nuevo status quo.

En cambio, si el impasse de la perplejidad muta en acción y la bola de nieve impone su dinámica ganando en velocidad y agigantándose a medida que desciende, la situación, como ya lo hemos vivido, probablemente tienda a salirse de madre para buscar un nuevo punto de equilibrio en vez de un pastor sanador. Quizá, ese sea el hiato en que la grieta pueda perder algo de espesura y nos permita acercar, para después consensuar y finalmente aunar al momento de ponernos a obrar. Esta última sería una verdadera transformación.


* Raúl Lemos
Miembro fundador e integrante de la Mesa Provincial del Partido Solidaridad e Igualdad

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