LA VIOLENCIA DEL CONSENSO

Por Manuel Quaranta

Manuel Quaranta reflexiona sobre el sentido y acción que Cambiemos-Pro le imprime a la idea del consenso, que en la terminología macrista debería traducirse por anulación del disenso y el conflicto, afirma Quaranta.
MACRI Y LA PRIMERA DAMA

Creo que resultaría imposible encontrar un solo debate televisivo en el cual algún integrante del nuevo gobierno no comience su relato con una referencia al discurso del hablante anterior: “te entiendo”, “coincido”, “voy a tomar algo de lo que dijiste”,  “es valioso que nos expresemos”, “es interesante lo que decís”,  “me quedo con lo que decía…”, “lo más importante es escuchar a otros sectores”, “está bueno que ahora podamos hablar de eso”; siempre, en cada caso, el funcionario de CAMBIEMOS incorpora a su discurso el del otro, lo hace cuerpo, se lo come, al otro, a lo otro,  ahoga, la diferencia.

Mauricio Macri, como una especie de premonición, en abril del 2014, dijo: “El consenso es lo que se viene en la Argentina”. La palabra per se para el gran público mediático tiene un sentido positivo y apunta al acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo. ¿Quién osaría levantarse contra un acuerdo llevado a cabo por dos sectores cuyas diferencias se fueron limando? Pero ¿qué sucedería si comprendiéramos que el ejercicio del consenso, bajo los preceptos de una Weltanschauung neoliberal, implica, destrucción?


El consenso, entendido así, básicamente, excluye la palabra del otro.
Y la exclusión es la lógica pura del neoliberalismo: dejar afuera, mantener a distancia –rejas, barrios cerrados, countries–. Parece una paradoja, el consenso mercantil –éste es el adjetivo preciso– incluye de una manera tan brutal que silencia la palabra ajena, la deporta al campo de la pura exterioridad. Interiorizándola, la anula. Incluyéndola, la arrasa.

Recuerdo, a raíz de esto, el librito El intruso, del filósofo francés Jean-Luc Nancy: “No es lógicamente procedente ni éticamente admisible excluir toda intrusión en la llegada del extranjero”. Un extranjero se podría definir como aquél a quien soy incapaz de comprender. Una vez que lo comprendo, deja de ser extranjero, deja de ser otro, y lo incorporo hasta perder su ajenidad. Aceptar, en algún sentido, al extranjero significa anularlo. Continúa el filósofo: “la ajenidad del extranjero se reabsorbe antes de que éste haya franqueado el umbral, y ya no se trata de ella. Recibir al extranjero también debe ser, por cierto, experimentar su intrusión”. ¿Se entiende? En tanto y en cuanto el intruso sea comprendido, recibido, aceptado y naturalizado, pierde su condición diferencial y pasa a formar parte del ejército fulminante de la identidad: Uno. Lo políticamente correcto (la gente de CAMBIEMOS sabe de esto) sería acoger al extranjero, darle lugar a la palabra del otro, sin embargo “esta corrección moral supone recibir al extranjero borrando en el umbral su ajenidad: pretende entonces no haberlo admitido en absoluto”. Aceptar al extranjero significa borrarlo, dejarlo al margen en tanto tal, tachar su intrusión, es decir, y aunque suene, repito, paradójico, significa excluirlo.

(Hago un breve paréntesis: el actual gobierno, como es lógico, intenta dar una disputa por el lenguaje, su ventaja es que cuenta con las empresas de comunicación masiva: llama sinceramiento a la pérdida del poder adquisitivo, reacomodamiento al tarifazo y competitividad a los miles de millones que el Estado le cedió a los sectores más concentrados de la economía. Pero hay una palabra clave en la visión de mundo neoliberal cuyo significado resulta inverso al aparente: libertad. Dice el filósofo coreano Byung-CHul Han en Psicopolítica: “El neoliberalismo convierte al ciudadano en consumidor. La libertad del ciudadano cede ante la pasividad del consumidor”, o sea, la libertad según la ideología neoliberal significa libertad de consumir desaforadamente, hasta el extremo, sin embargo esa libertad, por orientarse hacia un consumo excesivo es “una falta de libertad, una coacción, que es propia de la falta de libertad del trabajo”).

Por eso el consenso en terminología macrista debería traducirse por anulación del disenso y del conflicto. De hecho, más de una vez, aunque ahora sólo recuerdo una, la diputada por la provincia de Buenos Aires Gladys González –célebre por haber querido sobornar, cuando era directora por el PRO del Banco Ciudad, a periodistas de la Revista 23 para realizar reportajes favorables a Rodríguez Larreta– dijo que no entendía por qué razón se quería generar una disputa entre empleados y empresarios. Para ella, evidentemente, el motor de la historia lejos está de ser la lucha de clases. Ni siquiera, me animo a arriesgar, existirían, para ella, clases. Y si no existen sectores antagónicos en una sociedad, entonces, una actitud posible sería obturar cualquier práctica o imaginación política, lo que conduciría, nada más y nada menos, a sepultar por innecesario todo proceso colectivo que abriera en el horizonte la posibilidad de imaginar otro orden de cosas.

* Manuel Quaranta
Licenciado en Filosofía, docente de la Universidad Nacional de Rosario, escritor.

 

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