DESFONDOS O EL ACTO PEDAGÓGICO DE CONSTRUIR UNA CRISIS



Por Lucas Saporosi

“El supuesto derrame necesita de la permanente acción del desfondamiento a fin de mantenerse, ya sea como anhelo o como goce”.
DESFONDO
Desfondar implica quitar un piso y es, ante todo, una operación burocrática que se lleva a cabo a la vera de la amarillenta luz de tungsteno. Desfondar. Cuando la operación se hace, entonces algo, en quienes estamos sostenidos en ese piso, se percibe extraño. Se quita el cimiente y se libera la suerte al desfondamiento. El ambiente se torna confuso; esa es la sensación del desfondamiento y ello implica falta de respuestas o incertidumbre en el porvenir. No se sabe qué pasa. Y ese momento, entre que se quita el piso y el instante en que realmente todo se va al diablo, es el verdadero momento político del desfondamiento. Ni antes ni después. Desfondar es estar desfondándose y no percibirlo con certeza, sino por sus indicios, por sus síntomas y por la astillas de ese fondo que flotan y nos sobrevuelan.

Durante estos primeros meses del año, el concepto se me revela actual y, más que nunca, preciso destacarlo para comprender la forma de operación que subyace en ciertas decisiones políticas de la restauración neoliberal. Es indudable que para quienes abogan por la teoría del derrame, ésta no funciona con pisos establecidos porque, precisamente, la idea del derrame implica que lo que se derrama nunca llegue a quienes se sostienen en esas bases, sino que se agote en las primeras etapas. El supuesto derrame necesita de la permanente acción del desfondamiento a fin de mantenerse, ya sea como anhelo o como goce.

Hay algo de todo esto presente en el modus operandi del macrismo en relación a ciertas políticas públicas impulsadas por la administración anterior, que busca poner en tensión algunas conquistas sociales, establecidas como pisos fundantes de socialidad, en el marco de la nueva gestión gubernamental. Macri, pre-ballotage, cambió su discurso y afirmó que los derechos alcanzados durante el kirchnerismo serían mantenidos: en particular se refería a la AUH, pero, en una lectura amistosa, uno podía también extrapolarlo a planes como Conectar Igualdad, Plan FiNES, Ellas hacen, Nuestra Escuela, Argentina Sonríe, Tecnopolis, etc.

Hoy, con el diario del lunes, aquellas declaraciones constituyen, podemos decir, el comienzo del desfondamiento. Porque todo desfondamiento, como dijimos, opera mediante la confusión y debe, necesariamente, expresar públicamente que el piso efectivamente se va a sostener, aún cuando la decisión de removerlo haya sido establecida. (Nótese que nuestra referencia a los planes mencionados se constituye a partir de su consideración como “pisos”, bases para una posible construcción).

Una vez conseguida la mayoría de votos y con la restauración en proceso, se puso en marcha la acción misma de remover el cimiente de aquellos planes. Sin detenerme en la barroca circulación de posibles escenarios que tuvo lugar en las redes sociales, la incertidumbre se hizo eco en los diferentes estratos que componían el desarrollo y la gestión de los planes en cuestión.

El plan FinES es un ejemplo ilustrativo de lo que respecta a un desfondamiento. Desde el primer momento de la asunción de Macri (incluso antes ya se mencionaba), el plan entró en un mar de confusiones. Vidal y Bullrich afirmaban que el plan se sostenía, pero con reformas. ¿Eso tranquilizaba las aguas? Si y no. El plan seguía en funcionamiento pero la heterogeneidad de situaciones que contemplaba su organización excedía cualquier atisbo de calma y seguridad. Algunos municipios aceptaron la entrega de proyectos para tomar materias, otros no. Algunos municipios llevaron adelante el acto público correspondiente para cubrir los cargos; otros no lo hicieron. Hubo localidades que cerraron sedes y comisiones; otras, desplazaron espacios de cursada a nuevos establecimientos. Los/as referentes del programa no podían cerciorar con certeza las fechas pautadas de comienzo de clase y atribuían esa falta de información a la poca o nula comunicación con las autoridades. Esto, en un escenario de disputa de paritaria docente, compleja y ríspida (con resultados polémicos y aún discutibles), no hacía más que acrecentar la proyección incierta del programa. La dilación de estas maniobras, comenzamos a comprender, respondían a este proceso de desfondar el Plan, sosteniéndolo en su mero estar confuso. No hubo respuestas claras oficiales, no hubo comunicaciones fehacientes que dieran información fidedigna de cómo se estaba reformando el programa ni hubo intentos públicos y visibles de aunar las heterogeneidades de situaciones. Simplemente se dejo así, desfondándose.

Esta misma suerte corrió el plan Conectar Igualdad.
Se despidió a una importante cantidad de trabajadores/as que sostenía el programa pero nunca se mencionó su cierre, al menos públicamente. Persiste en esa confusión, cínica y laberíntica, sabiendo que se le está quitando el piso para que decante por su propio peso y admitir así su inutilidad, parte de la pesada herencia. ¿Cómo, podría uno preguntarse, subsistiría un programa de esta índole sin los programadores de las netbooks, sin el soporte técnico, sin los desarrolladores de contenido? Ellos/as eran el cimiento del plan, hoy astillado por la operación política del desfondamiento pero mantenido en el umbral fantasmático de la indiscernibilidad. La lista sigue y la lógica se repite.

Ahora bien, el desfondamiento es necesario distinguirlo de uno de sus posibles efectos: el vaciamiento. Allí, ya no opera la lógica de la confusión y de la incertidumbre. En ese caso, la política es clara para todos los sectores involucrados. Es vaciamiento lo que ocurre con las áreas sensibles del Ministerio de Seguridad de la Nación, dedicadas a las políticas de DDHH, como por ejemplo la desarticulación del Grupo Especializado de Asistencia Judicial (GEAJ), encargado de colaborar con la extracción de muestras de ADN por vía judicial. Es vaciamiento lo que acontece en las Universidades Nacionales, su presupuesto calculadamente desactualizado y las irrisorias propuestas salariales; es vaciamiento, explícito y público, el “plan de acción” en Aerolíneas Argentinas, que constituye una quita de subsidios de alrededor de 160 millones de dólares por parte del Estado. Nuevamente, la lista sigue.

Desfondar es parte de la política de exposición del gobierno de Cambiemos: las expresiones públicas de gran parte (no todos) del staff gobernante son evocaciones superficiales que no buscan dar a entender el fondo de la cuestión, precisamente porque ese fondo está siendo removido. La superficialidad de las exposiciones públicas del macrismo responde a la imposibilidad de querer evidenciar la falta de fondo que está operando en ciertas políticas públicas. Por ello, la exposición de la gestión es claramente ideológica y premeditadamente organizada, sostenida sobre un marketing político, “de impacto”, bajo un marco de expresiones breves y fácilmente reproducibles.

Para finalizar, surge la pregunta: ¿por qué desfondar? Y la respuesta, en términos generales, lleva a pensar en que la operación de desfondar (y consecuentemente, de vaciar) es un requisito necesario (aún, no suficiente) para el acto pedagógicamente cínico de construir una crisis que justifique, sin muchos reparos, un ajuste brutal: transferencia de ingresos, devaluación, despidos, caída del poder adquisitivo de los asalariados, enfriamiento de la economía, recesión, endeudamiento. Las crisis se experimentan, se sienten, son afecciones públicas como lo fueron en el 1989 y en el 2001. Por aquellos años, no era necesario remitirse a los medios de comunicación para que se nos reafirme el proceso de crisis; era en la experiencia misma y en nuestras relaciones sociales donde se plasmaba el devenir crítico.

Cuando esa crisis, no acontece, es necesario fabricarla a fin de revertir un proyecto político-económico con una orientación determinada. Y esto es lo que ocurre hoy, 2016. La construcción de la crisis requiere de una permanente invocación a un pasado espurio: la pesada herencia. Fogoneada por las corporaciones mediáticas, esa grotesca herencia se replica en una cadena de sentidos que trasciende el mero dispositivo de comunicación. En el bar, en el club, en la calle, en la escuela se habla de esos cuatro componentes: déficit fiscal, inflación, reservas y recesión.

La operación de desfondar incide en esta línea: crear confusión, promover la incertidumbre laboral, dudar de la continuidad de un programa, y una única certeza, advertir que la cosa se esta trastocando. En ese devenir de confusión, todas las posibilidades son actuales, casi como el juego ideal delueziano. Todo puede ocurrir, por lo tanto, uno/a se prepara para los posibles escenarios. Es la duda, ya no en su faceta positiva de cuestionar, sino en su formato cínico y especulativo: ¿Qué va pasar con mi laburo? ¿Qué va a pasar con un piso adquirido?

Revertir esta situación requiere de la organización política y de la militancia, cuya exposición también debiera orientarse en este sentido: es tan necesario salir a las calles como exponer estos procesos. Tal vez, seguramente diría, ambas cosas vayan de la mano.

Lucas Saporosi (Fac. Ciencia Sociales – UBA)

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos para un instante de peligro. Selección y producción de textos Negra Mala Testa y La bola sin Manija. Para la APU. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)

 

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