LA POLÍTICA DE LA DESPOLITIZACIÓN



Por Florencia Marcote

Allí donde todo parece suceder de manera natural e ingenua, es donde más enraízada reside la ideología. La ideología como efecto de sentido alienante e inmovilizador.
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Los argentinos elegimos un nuevo presidente para el próximo período constitucional y la sociedad ha optado por un proyecto que se presenta a sí mismo como el cambio. Lo que aquí ha acontecido merece revisar con un poco más de detenimiento algunas cuestiones ya muy erosionadas por el sentido común de lo cotidiano y lo mediático.

En primera instancia, la idea de cambio en el marco de la campaña política ha actuado con eficacia para representar un anhelo que anidaba en poco más del 51% de los argentinos. Un lema en apariencia vacío de contenido político, que apela a lo más superficial y pulsional de los sujetos (a)políticos para empujarla hacia una acción tan simple como trascendental: “votemos el cambio”. Más allá de las estrategias, los errores y los aciertos, debemos reconocer la novedad que representa el éxito de una alianza política que no se identifica con ninguno de los partidos tradicionales de la historia argentina; y que además no explicita su programa de gobierno, sino más bien ideas abstractas cuya forma de implementación permanece como un misterio para buena parte de la sociedad. Este hecho, inédito, algo nos está indicando sobre nosotros mismos.

La ideología del cambio se nos presenta entonces como una ideología de la despolitización, como el resguardo para el ciudadano que no quiere pensarse como sujeto político y gregario, y solo se concibe como sujeto económico e individual(ista). La política visibilizada molesta, porque genera confrontación, porque evidencia tensiones, entonces se enmascara tras la idea de la administración técnica, desaparece para naturalizarse y tornarse materia exclusiva de los funcionarios de gobierno. Los ciudadanos se “sacan de encima” la pesada mochila de la política y la “expulsan” de sus vidas, y es allí donde se desliza, sigilosamente, en cada momento, en cada actividad, en cada espacio, sin ser vista: la política de la despolitización ha triunfado.

Hemos desarrollado sin dudas un proceso electoral democrático a lo largo de este año en las distintas jurisdicciones y poderes del país. Pero la democracia no comienza ni acaba allí, es también la construcción de mayor equidad, más oportunidades y mayores (y mejores) derechos para todos los seres humanos.

El cambió ganó, pero queda vigente el desafío de evitar que la política vuelva a ponerse la máscara, para que siga siendo una herramienta de lucha colectiva y un elemento movilizador en nuestras vidas, para que no sea nunca más una soga que nos aprieta el cuello disfrazada de mano invisible del mercado, entre otras cosas.

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