EL FRACASO CIVILIZATORIO



por Jorge Muracciole

Más de 1000 millones de personas, una séptima parte de la población mundial, viven en condición de pobreza extrema,  sobreviviendo con 1,25 dólares diarios, por lo que la erradicación de este flagelo sigue siendo el mayor reto que enfrenta la humanidad.
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A este inmenso contingente de excluidos de la globalización capitalista se les niega sus derechos a la educación, alimento y a obtener servicios de salud. Los datos han sido suministrados por  el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, durante el día internacional para la erradicación de la pobreza  en octubre de 2014.
En paralelo a esta vergonzosa realidad, las acumulación y concentración de riqueza es, según el informe de la organización OXFAM realizado a fines de 2014, el dato más significativo de la realidad económica a escala planetaria, es el crecimiento de la desigualdad.  Los 85 individuos  más ricos acumulan tanta riqueza como los 3570 millones de personas que forman la mitad más pobre de la población mundial. O que la mitad de la riqueza está en manos de apenas el 1% de la población mundial. Eso sin contar –advierte el informe–, que una considerable cantidad de esta riqueza está oculta en paraísos fiscales.
En una suerte de círculo vicioso, la acumulación se da en un escenario donde los negocios más rentables del  planeta son en orden de ganancias  el tráfico de armas, el narcotráfico, la trata de personas y la prostitución.
En el caso de la industria armamentista se calcula según el informe anual del Instituto de Investigación de la Paz de Estocolmo (SIPRI)  que las empresas que más facturan con la venta de armas y equipos bélicos, mueven un total de 465.770 millones de dólares. Según el analista especializado en  conflictos bélicos Jean-Marie Guehenno, desde  Afganistán hasta Yemen, los conflictos y crisis que afronta el mundo en el año 2015, presentan un panorama más desalentador que los años que lo precedieron. Los conflictos vuelven a aumentar después de un importante declive tras el final de la Guerra Fría. Las guerras actuales matan y desplazan a más personas y son más difíciles de terminar que en el pasado.
La larga nómina de países atravesados por conflictos bélicos inciden en el desplazamiento de significativos sectores de su población. Desde Siria, Iraq, Sudán del  Sur, Nigeria, República Democrática del Congo, Libia y el Sahel, Somalía y Yemen.  Conflictos que han debilitado sus Estados, y en algunos casos como el de Irak y Libia, no solo han derrocado a sus gobiernos, sino que los han cuasi destruido, dejando el territorio abierto a la incursión del Terrorismo Integrista del Estado Islámico. De estas  consecuencias no pueden desligarse la alianza militar de la OTAN y los EE UU.
Entre las guerras más devastadoras del presente, se encuentra la guerra civil de Siria, donde hace cuatro años intereses de los más diversos a escala planetaria atizan su permanencia. La guerra de Siria ha causado hasta ahora en cuatro años 240 mil muertos. El número de personas que se han visto obligadas a refugiarse en países vecinos son más de 3 millones. Han abandonado sus casas buscando protección, en particular en el Líbano, Jordania, Irak, Turquía y Egipto. Alrededor de 1,17 millones de refugiados están en el Líbano, más de 612 mil en Jordania, 832 mil en Turquía y alrededor de 217 mil en Irak, mientras que Egipto está acogiendo a otros 138 mil refugiados. Los  desplazados  en el interior del territorio sirio son más de 6 millones, sobre una población total de 23,4 millones de habitantes. Pero la prensa que en estos días ha puesto en sus titulares el drama de los refugiados, nada dice sobre cuáles fueron las causas que detonaron el conflicto. Mucho antes del comienzo de la guerra, las organizaciones internacionales de Derechos Humanos ya denunciaban los terribles abusos de Bashar al-Assad. Por ejemplo, la detención de centenas de opositores políticos y la situación de los 17 mil desaparecidos desde los años ’70.
Pero esta realidad es un lugar común en otros países de la región, como Emiratos Árabes, Arabia Saudi, Qatar o Egipto, que son considerados aliados estratégicos de los EE UU y  la Unión Europea. Pero, ¿quiénes son los que luchan contra el poder de Bashar al-Assad? En principio habría que aclarar que el término «rebeldes» que pregona la prensa occidental, no tiene ningún rigurosidad. La oposición armada al régimen de Bashar al-Assad, está formada por grupos muy diferentes y con objetivos muy distintos. Según algunos analistas, si venciera la oposición armada al régimen sirio, la posguerra se transformaría en una nueva Guerra Civil, entre la heterogénea  oposición.
La mayor parte de la oposición armada está organizada en torno a una estructura diferente: el llamado Ejército Libre de Siria, que ha recibido armas a través de Turquía, EE UU, Qatar y Arabia Saudí.
Para poder entender en su real magnitud el llamado drama de los migrantes, es necesario  contextualizar dicho fenómeno en el cuadro de situación antes mencionado. Los efectos no deseados de la irracionalidad de las potencias militares y económicas que hegemonizan la escena internacional, no sólo se desentienden del problema o tratan de calificarlo de problema exógeno. Cuando son parte determinante del origen de sus causas.
Si se compara los 350 mil  desesperados en busca de refugio en las tierras europeas, con los 4 millones desplazados que han migrado en los últimos años a los países limítrofes de Siria, comprenderemos que la gran ausente en esta crisis es la de voluntad política del conjunto de países que conforman la Unión Europea. El total de habitantes que conforman los 28 países de la Unión supera los 503 millones. La incidencia de los actuales desplazados  que buscan refugio  tras el Mediterráneo es menor que el, 0,0.7 por ciento. Por lo tanto, la incidencia  de la integración de los potenciales refugiados en la economía de uno de los continentes de mayor PBI a escala global, es absolutamente metabolizable.
El 14 de septiembre, la reunión plenaria de los jefes de Estado de la Unión Europea , discutirán cómo afrontar tardíamente la crisis. De seguro por el grado de heterogeneidad de los países miembros, y su consuetudinaria miopía política, impedirá una verdadera solución. Por lo tanto, el drama no sólo no se resolverá, sino que se incrementará en el tiempo. Cabe  preguntarse, ante esta acumulación de irracionalidades sintetizadas en el crecimiento de la desigualdad social y económica a escala planetaria, las guerras endémicas y los desplazamientos masivos de población, qué proyecto de sociabilidad global será necesaria construir ante tamaño fracaso civilizatorio. «

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