Por Norberto Colominas
La oposición al gobierno de Cristina Kirchner corre detrás de su propia cola con una ignorancia que sorprende. No alcanza a comprender que las palabras necesitan apoyarse en la realidad, en las cosas, porque no se sostienen por sí mismas.
Por ejemplo, es absurdo acusar al gobierno de retacear la libertad de prensa cuando, a diario, y por los diarios, se ataca sistemáticamente la acción de gobierno y a las personas que lo integran. La realidad no sostiene a estas palabras, que giran en el vacío. Cualquiera se da cuenta.
Afirmar que la inflación ya superó el 40 por ciento es decir algo que no es real, como es fácil de observar, y otra vez las palabras quedan girando en el aire. No obstante lo afirman, lo escriben en carteles y se fotografían con ellos en el Congreso.
Decir o dar a entender que este gobierno es el más corrupto de la historia es una enormidad. ¿Acaso quienes realizan estas acusaciones olvidaron que la última dictadura militar dejó al país con 30 mil muertos, una deuda externa gigante y una economía en ruinas? Y si sólo se refieren a los gobiernos democráticos, ¿tan rápidamente se olvidaron de la década menemista, que consumió tres millones de empleos, multiplicó la deuda externa y sembró el terreno para la enorme crisis económica y social que sobrevendría poco después de su salida?
Viendo la cuestión desde otro ángulo, es lícito preguntar el por qué de estas conductas opositoras, que se han vuelto virales. Los críticos del menemismo no necesitaban inventar sus defectos; les alcanzaba con señalarlos. Los críticos del kirchnerismo, en cambio, se esfuerzan por exagerar, mentir y degradar al gobierno con acusaciones que no se sostienen en la realidad. ¿Será sólo porque son torpes?
Esta oposición mercachifle se olvida que la frase favorita de Guebels: «miente, miente, que algo queda», agregaba a continuación: «siempre y cuando no te desmienta la realidad».
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