DEL «VATAYÓN MILITANTE» A BERNI, «NUESTRO HDP»

por Gabriel Conte

El secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, ha logrado instalar con éxito un debate absurdo e innecesario que –ya lo sabemos aunque nos ilusionemos- no cambiará el estado de la seguridad cuyos ejes pasan por otros lados y no por, precisamente, deportar o no a los extranjeros.
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La escenificación del planteo del funcionario, ex militar y gestado en las huestes de Alicia Kirchner, es digna de ser analizada, ya que ha generado situaciones paradojales importantes hacia adentro del Gobierno y también en la vereda de enfrente. Pero ese tampoco parece ser el objetivo central de su cruzada antiextranjeros. Todo indicaría que es un “¡mírenme a mí, mírenme a mí!” que logra distraer a propios y ajenos de los problemas de fondo que tiene el país e, inclusive, consigue torcer la mirada sobre uno de ellos no abordado planificadamente e irresuelto, como es el de la seguridad.

Entretenidos como estamos, ya hay sectores que jamás votarían por Cristina Fernández de Kirchner ni por sus candidatos, pero que ven con afecto e interés la irrupción de Berni. Están encantados. Creen que el kirchnerismo ha dado un giro hacia “la cordura”.

Adentro, en tanto, pocos creen que se trate de un volantazo a la derecha. Los sectores más ajenos al discurso de Berni dentro de la alianza que compone el Frente para la Victoria aplauden la picardía, aunque algunos –los más sólidos y convencidos- sepan que está sembrando una semilla cuyo brote no da otro fruto que el odio, el racismo y la xenofobia.

Cordel Hull fue un diplomático estadounidense que nadie recordaría si no hubiese cometido un monumental sincericidio que hoy le es pedido prestado para calificar a casos como éste. Hull dijo respecto del dictador nicaragüense Anastacio Somoza: “Es un hijo de puta. Pero es `nuestro` hijo de puta”.

El show de Berni es peligroso, además de repudiable. Provocador y contradictorio y deja al descubierto grietas dentro de lo que se llamó como “el modelo”. Es que si no se tratara de “nuestro hdp”, los sectores que han proclamado otras ideas durante la última década no lo estarían tolerando como lo están haciendo. Calculemos no más qué hubiera pasado si lo que él está diciendo estudio por estudio de TV, captando audiencia, donando rating y creando una distracción inusitada de los problemas centrales, lo hubiera pronunciado otro: pónganle el nombre que quieran, pero que resulte fácilmente detectable dentro del arco opositor.

Lo que ocurre, pasando en limpio, es:

– Frente a casos conmocionantes de inseguridad que demuestran descoordinación, complicidad de uniformados y ausencia de un plan del Estado, se convoca a la sociedad a expulsar a “los extranjeros que delinquen”.

– Pero en la realidad “real”, no la que consigue instalar Berni, hay otras preguntas que hacerse y la respuesta está en el descontrol de las fuerzas de seguridad e inteligencia, posiblemente abocadas a otras cosas:

o ¿Por qué entran con tanta facilidad delincuentes extranjeros al país?

o ¿Por qué pueden desarrollar libremente sus actividades criminales?

o ¿Por qué no están presos?

o Si se gobierna desde hace 12 años, ¿desde cuándo ejercen estas actividades ilegales sin que nadie los toque? ¿Desde antes? ¿Son la herencia recibida?

o ¿Por qué no se los expulsó antes?

– Ahora se actúa con apuro: habrá elecciones. Se propone una presunta solución que convence por derecha a sectores medios conformistas o desinformados y, de paso, se los distrae de otras cuestiones.

– Además, cabe preguntarse en qué quedaron las políticas que promovieron el surgimiento, por ejemplo del “Vatayón militante”, que no sólo jamás habló de deportar a los delincuentes extranjeros, sino que les otorgaba una “libertad cultural” a todos, sin miramientos de origen ni de razón por las que fueron privados de su libertad.

Finalmente, en la superficie queda que pocos recuerdan el nombre de la ministra de Seguridad de la Nación y difícil resulta, por otro lado, recordar un esbozo de su política, si es que la tiene.

Durante muchos años se repartieron móviles policiales a troche y moche y se dijo que eso era “un plan”. Alguien se quedó contento con las compras masivas y otros agradecieron el envío de móviles que nunca vienen mal. No se pensó para qué ni como parte de cuál programación. No se apuntó a reducir en determinado tiempo un porcentaje de los delitos, tal como otros países (como Chile, por ejemplo) lo ha hecho con una vasta grilla de responsabilidades en todos los niveles del gobierno y también de la sociedad.

Ahora resulta que, como pasa en Mendoza, a las autoridades les preocupa más saber cómo harán para llenarles el tanque con combustible, que otra cosa. Y todos sabemos un grupo de cosas que hay que pronunciar para exorcizar a los fantasmas:

– El fin de año requiere de mucha capacidad de contención y acción responsable, ante las posibilidades de desbordes sociales y actos delictuales perfectamente organizados y disfrazados de “estallidos”. Hay que desmontarlos antes.

– El fin de cada gobierno nacional en los últimos 30 años (con la salvedad de los de Néstor y el primer mandato de Cristina) han sido violentos.

– Enero es, además, un mes de inseguridad expresa en todas las estadísticas, las que muestra la prensa y la que ocultan los gobiernos.

Por todo esto está bueno recordar que el circo sirve hasta cierto punto para hacernos olvidar de los dramas de la vida cotidiana. Cuando se va, el terreno queda lleno de marcas que parecen delimitar la realidad de la ilusión.

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