EL LIDERAZGO DE CRISTINA

 

 
 
por Damián Selci
 
Las dos posturas ante el liderazgo de CFK. -Importancia o falta de importancia de Alejandro Fantino. -El Frente Renovador y el delicado problema de la corrección política. -Kirchner, Magnetto, Pynchon y el triunfo cultural de la izquierda peronista. 
 
 cRISTINA
 
1- La tediosa construcción cultural del autodenominado “poskirchnerismo”
El último mes fue sumamente pródigo en eventos de repercusión más o menos enorme: el accidente del Sarmiento, su posterior estatización, la entrega récord de 130 mil créditos para viviendas, los hechos de violencia política contra Bonfatti, Milagro Sala y Jesús Salim, la pérdida de reservas del Central, el accidente de Gioja, las elecciones parlamentarias, el histórico fallo de la Corte… Lo notable es que todo esto ocurrió con la principal figura política del país, Cristina Kirchner, cumpliendo un mes de reposo médico. No debe haber muchos precedentes de un primer mandatario argentino fuera de la arena pública por tanto tiempo. Esta circunstancia fortuita se adhirió a la actual imposibilidad que tiene la presidenta de presentarse a un nuevo mandato –para muchos analistas, fue como si la convalecencia presidencial hubiese adelantado una imagen del futuro; esta fascinante visión, sumada a una interpretación digamos “finisecular” de las elecciones, desató intrigas, reclamos, especulaciones, declaraciones enigmáticas, teorías periodísticas, reuniones contranatura, y por supuesto, varias candidaturas naturales o artificiales, puntuales o apresuradas. Pero el caos, incluso el argentino, puede ser ordenado. Todo reside en preguntar una misma cosa a cada uno, “quién te conduce”.
Para decirlo en forma drástica (porque las elecciones, cuando se gana y cuando se pierde, son drásticas), en Argentina existen actualmente dos posturas y sólo dos: o bien se respeta el liderazgo de Cristina, o bien no se lo respeta –en cuyo caso el “líder” será otro (y habrá que especificarlo, por mera cortesía intelectual). Esta es la cuestión política de fondo. Gana pertinencia en la medida en que irrumpe el tópico de la sucesión presidencial. Los ex kirchneristas suelen esquivar el tema. Es algo para lamentar. Y esto dicho sin la menor ironía. Basta verlo a Facundo Moyano, que pasó del kirchnerismo a la lista de De Narváez y ahora al Frente Renovador. En privado quizá alegue que estos movimientos son simplemente tácticos; que no hay un acuerdo profundo que lo esté reuniendo con un capitalista privatizador y antiobrero como De Narváez. Sin embargo, ninguna táctica es gratuita, y el constante cambio de táctica sale muy caro. Es la lección cristalina que dejó Kirchner: la táctica sin convicciones hace que se pierda credibilidad, se malgaste tiempo, se sacrifique la construcción, disminuya el poder.
Lo mismo corre para los comentaristas y blogueros que se abrieron del kirchnerismo. Es evidente que ya no respetan el liderazgo de Cristina, dado que sus textos están apuntados a dañar al gobierno, ya sea por su gestión o por su política, a la vez que encumbran opositores y posibles continuadores. Últimamente los blogueros ingresaron en una segunda fase: elaborar la fundamentación cultural de una hipotética presidencia de Massa o de algún peronista que “supere” la etapa kirchnerista. Luego de la probable voluptuosidad experimentada por desaprobar a 678 y a Carta Abierta, se pusieron a escribir artículos y propagar declaraciones sobre la importancia del programa de Fantino, de Eduardo Feinmann, de Rial. Con una maniobra que habría que calificar de ladina si pudiera engañar a alguien, argumentan sobre el fin de la batalla cultural y al mismo tiempo erigen unos íconos culturales para defenestrar otros. Ahí radica el primer defecto de estas glorificaciones, la incoherencia del planteo. Es lo mismo que Macri cuando dice que él no hace política y simplemente gobierna. El segundo defecto tiene mayor importancia y concierne al contenido. Cómo decirlo… resulta un poco “decepcionante” que nos presenten a Fantino y a Feinmann como los íconos culturales de una nueva época por venir. La verdad, no dan para tanto. Son conductores de televisión. Existen hace mucho, irrelevantemente hace mucho. Hay que estar harto de todo para encontrarles la gracia. Por supuesto, en un principio estas ponderaciones se redactaron en broma, seguramente para molestar a los progresistas, que todo lo leen. Pero después se volvieron una costumbre, es decir que se “objetivaron” y perdieron el espíritu irónico hasta convertirse en aseveraciones directas. Como decía Pascal a los no creyentes: hagan los rituales de la creencia, recen todos los días aunque no se les venga ningún pensamiento piadoso a la mente –y la creencia llegará sola. Los blogueros practicaron tanto el ritual pascaliano de la pose conservadora que terminaron por identificarse con ella. Aún no lo asumen del todo. Les falta poco. Ya empezaron por ofrecernos un futuro aburrido, donde Feinmann se vuelve alguien interesante, donde la dirigencia política no pronuncia una sola frase con contenido, donde los escritores publican loas a Fantino, en fin, una cosa de lo más insípida [1].
 
2- El Frente Renovador Anticomunista y el lenguaje de la democracia
El otro inconveniente es que los blogueros massistas niegan la batalla cultural mientras Massa la revitaliza; quizá no haciendo un alarde de habilidad o de buen gusto, pero la revitaliza. Días después del fallo de la Ley de Medios y de haber firmado la aparatosa “Declaración de Chapultepec”, Massa declaró el 3 de noviembre en El día: “La mirada de Sabbatella, por su formación en el Partido Comunista, es la de creer que el Estado tiene que tener una voz única en el sistema de información hacia la gente (…) está bueno que estén representadas todas las voces, en la medida en que no prime el pensamiento comunista de la voz única”. Gustavo Posse, aliado suyo, ya había declarado en FM Millenium que “Sabbatella es un comisario de la dictadura”, lo cual “seguramente tiene que ver con su origen comunista en el sentido de que no valoran el derecho constitucional a la propiedad”. Interesante, pero, ¿dónde quedó la post-ideología, los problemas de la gente, la gestión en el barro del territorio, manteniendo siempre lo bueno y nunca lo malo? Contra lo que nos dicen bíblicamente o talmúdicamente los blogueros massistas, y de acuerdo a lo que se puede leer en las uniformadas declaraciones de los dirigentes renovadores (evidenciando que se trata una línea política y no de un exabrupto personal), vemos que Sabbatella no es cuestionado por su gestión (en AFSCA o en Morón), sino por haber militado en la Federación Juvenil Comunista. Lanata también resaltó este dato en su emisión dominical. Es curioso. Los escritores massistas se quejan de la referencia constante a los 70 y Massa descalifica (o pretende descalificar) a una persona por ser comunista. Muy raro. Quizá no lo sepan, pero se salieron de la corrección política. Subrayemos esta idea, convencionalmente ausente de las preocupaciones de muchos dirigentes y opinadores. Vamos a decirlo rápido: en Argentina, hay ciertas palabras que no se pueden usar como descalificaciones. No son demasiadas: “subversivo”, “marxista”, “montonero”, “comunista”, “judío”, “zurdo”. La razón es simple: eran las palabras que usaba la dictadura genocida de 1976 para injuriar a sus oponentes, a los que luego asesinaba en forma ilegal. Por eso no se pueden usar. El que lo hace, cae por fuera de la democracia. Constituye un hecho grave, que no fue debidamente repudiado a causa de la protección mediática que circunda al diputado: Massa empleó el viejo lenguaje de la dictadura con el objetivo de descalificar a un adversario democrático. Debería pedirle disculpas a Sabbatella. También a las Madres y Abuelas, y a los treinta mil desaparecidos. Una violación del idioma del consenso democrático, que acaba de cumplir 30 años. Independientemente de que lo haya hecho con el miserable objetivo de pagar sus deudas publicitarias con Clarín, lo cierto es que dio un espectáculo desagradable y tenebroso. Mientras tanto, los massistas culturales deberían llamarse a reflexión. ¿Y si el verdadero correlato cultural del massismo no fuese la sobreactuada candidez de Fantino, sino un nostálgico anticomunismo rancio y criminal que sobrevuela como un fantasma por la Primera Sección? ¿Están seguros de que desean vivir en un país donde la palabra “comunista” sea un agravio? ¿Como en el 76? Los blogueros massistas suelen quejarse de la “persecución ideológica” que el kirchnerismo practicaría sobre ciertos aliados del peronismo. ¿Cómo calificar las declaraciones anticomunistas de dos exponentes principales del Frente Renovador, sino como “persecución ideológica” en estado puro? Haciendo gala de su inocencia, querrán alegar que las acusaciones de Massa contra Sabbatella son una “reacción” contra el “comisariado ideológico” que ellos debieron padecer antes, cuando el kirchnerismo sacaba el 54% de los votos… El inmenso error de este planteo reside en el hecho bastante obvio de que los lenguajes en juego no son simétricos. El lenguaje político de la derecha peronista (“zurdo”, “bolche”, “comunista”) fue funcional a un genocidio y está muerto históricamente. En el lenguaje de la izquierda peronista (“facho”, “burócrata”, “milico”) reverbera el heroísmo de la resistencia legítima de un pueblo contra una dictadura, y la prueba es que cualquiera lo puede usar –es decir, es políticamente correcto.
 
3- El triunfo cultural de la izquierda peronista
La declaración de constitucionalidad de la Ley de Medios señala el máximo triunfo cultural del kirchnerismo. El Ejecutivo primero, el Legislativo después y por último el poder Judicial antepusieron el interés público al interés para-estatal del Grupo. No había pasado esto en los significativos treinta años de recuperación democrática, que se cumplieron por estos días. Por primera vez, el Estado es más que Clarín. Por primera vez, se puede decir que en Argentina las instituciones funcionan. Por supuesto, diferentes comentaristas han intentado bajarle el precio a la disputa del kirchnerismo con Clarín. Pero equivocaron por completo el sentido de lo que significa la “batalla cultural”. Quizá sea momento de aclararlo. El propósito básico (no único) de Néstor Kirchner y Cristina Kirchner ha sido fortalecer al Estado. Su clarividencia consistió en descubrir que el poder del Estado sólo podía crecer a expensas del poder de Clarín. Esto es lo que está en discusión cuando se habla de batalla cultural. No se trata solamente de favorecer a las radios comunitarias. Se trata de la percepción genial de que el nuevo Estado y el viejo Clarín son entidades incompatibles. O bien Clarín se transforma en otra cosa, o bien el Estado retorna a su histórico raquitismo impotente, es decir, a su falta de credibilidad.
Se trata de una contradicción acerca de lo que debe ser el Estado. Kirchner elaboró un concepto de Estado que colisionaba con el que había preparado Magnetto. Para Magnetto, el Estado real era Clarín. Después había un débil y quebradizo Estado formal por el que se peleaban los candidatos a presidente, cuya candidez sólo podía inspirar, y sólo al principio, piedad. Para Kirchner las cosas eran sumamente distintas. El Estado formal tenía que coincidir con el Estado real. En otras palabras: había que terminar con el sentimiento argentino más antiguo –el sentimiento de que el Estado era una mera herramienta policial-represiva y que el poder verdadero siempre estaba en otra parte: en conjuros, conspiraciones, intrigas secretas, nombres desconocidos… En El arco iris de gravedad (1972), Thomas Pynchon lo expresó con una nitidez y una penetración que nunca exhibió Beatriz Sarlo en sus copiosos libros sobre historia y cultura argentina: “La conversación de aquella noche en el espacio de acero estaba llena de eses y de íes griegas palatales, llenas de la peculiar y renuente amargura del español argentino, moldeado por años de frustraciones, de autocensura, por prolongadas evasiones indirectas de la verdad política, a fuerza de hacer que el Estado viviera en los músculos de tu lengua, en la húmedad intimidad de tus labios… pero ché, no sós argentino…” No sos argentino. No sos ciudadano argentino. El problema histórico del Estado argentino reside en que, demasiadas veces, dejó a sus propios ciudadanos sin ninguna protección constitucional. Esto ocurrió durante los gobiernos oligárquicos que tardaron veinticinco años en concederle las elecciones a la UCR, pero especialmente durante las dictaduras del siglo XX, donde la “ciudadanía” se perdía con gran facilidad, y también con facilidad la vida. El colmo de esta desprotección se vivió en la última dictadura, cuando el Estado ni siquiera se dignaba a registrar legalmente las ejecuciones de sus ciudadanos. Las instituciones habían desaparecido completamente. En su lugar estaban Clarín y los militares.
Este contexto nos permite comprender la enormidad del triunfo de la izquierda peronista: hecha jirones, la generación diezmada de los 70 llegó al poder, y curiosamente no se dedicó (como fantaseaban Magdalena Ruiz Guiñazú o Lorenzo Miguel) a conducir al país hacia la anarquía social-institucional, sino que muy por el contrario se dio la tarea de reconstruir el Estado y sus instituciones. Y lo logró. Cristina Kirchner puso a Clarín bajo jurisdicción de las leyes argentinas. Empieza una nueva época –ese fue el triunfo cultural de la izquierda peronista: la existencia del Estado y la credibilidad de las instituciones.
Ahora queda, dirán algunos, recomponer el sistema político y fortalecer a los partidos. Nuevamente, es el kirchnerismo quien comenzó la tarea. Los que quieren que la política se “ordene” o se “enfríe” suelen aducir que “no todo es política” y critican al kirchnerismo por su exaltación discursiva constante. Pero en caso de que sea cierto que “no todo es política”, entonces la política debe estar en los partidos y las organizaciones; y los partidos precisan de militantes orgánicos que lleven adelante las directivas de la conducción y no se larguen por afuera a la menor oportunidad. Cansa insistir en estas obviedades. Pero los que desprecian a la militancia kirchnerista por su verticalismo y a la vez reclaman un “sistema de partidos fuertes” están incurriendo en una postura totamente ilógica. Los partidos sólo pueden ser fuertes si tienen una estructura orgánica consistente que los militantes respetan. Aun cuando pierden. En otras palabras, la candidatura de Massa fue contraria a la salud del sistema político, dado que rompió con el Partido Justicialista y armó un experimento nuevo. Puede que funcione, pero su actitud inorgánica (basada únicamente en sus ganas de ser presidente ya mismo) debilita los partidos políticos. Vamos con más obviedades: Merkel es una “militonta”, Obama es un “militonto”, es decir, respetaron la orgánica de sus partidos, no se fueron cuando perdieron una elección, hicieron todo el camino interno, adoptaron el verticalismo, obedecieron a su conducción. Pero en Argentina se da la curiosa circunstancia de que los analistas políticos reclaman por un lado partidos sólidos y por otro lado le solicitan a los jóvenes que “corran por izquierda a la Presidenta”, que “tengan agenda propia”, “no sean aplaudidores”, “no sean consumidores de poder”, etc. Es esquizofrénico. Exigen un sistema de partidos mientras tocan la guitarra en el Foro Social Mundial.
Y el corolario final de estas reflexiones es que, nuevamente, la previsibilidad y la estabilidad hoy sólo pueden provenir del liderazgo de Cristina. Independientemente de que vuelva a ser presidenta luego de 2015. Hay que tener en cuenta que puede haber presidentes peronistas que no sean líderes populares (Menem). Y más todavía, hay que recordarse continuamente que los peores momentos del pueblo argentino tuvieron lugar entre 1974 y 2003, es decir, después de que muriera Perón y antes de que asumiera Néstor. Esos treinta años fueron los más destructivos, los más empobrecedores, los más criminales. En cambio, siempre que el pueblo tiene líder, avanza. Obtiene conquistas sociales, se vuelve más consciente, vive mejor. Y el liderazgo lo tiene Cristina. Se lo ganó. Hay que defenderla. Atacar su conducción, desoírla, es jugar para la derecha voluntariamente o cometer una irresponsabilidad.
 
NOTAS
[1] O bien loas a Jorge Asís. Este culto reciente merece comentario. Lo que escritores y opinadores rescatan de Asís es (parece ser) su antiprogresismo. En realidad hay algo más: su postura de “escritor quebrado” –el intelectual cínico que se vende por plata y lo hace orgullosamente, rompe para siempre con su ideario de juventud y pretende que su traición valga por un gesto ético. Tanta fascinación genera que algunos llegan a imitar con éxito su pésimo estilo (uno de los reproductores más conspicuos de esta prosa altisonante, llena de comas, de unimembres sentenciosas, de palabrejas supuestamente “elegantes” y de apodos irreflexivos como “Macri, el Niño Cincuentón” o “Cobos, el No Positivo” es, por supuesto, Lucas Carrasco). Pero los opinadores poskirchneristas no notan que para ser un “quebrado” como Asís hay que haber militado en el PC, haber sido proscripto por Clarín y luego haber abrazado la traición menemista y el neoliberalismo (porque, dicho sea de paso, si Asís exhibe un halo de transgresor cultural, de silenciado maldito, eso no se debe a su pasado menemista y no se puede achacar al progresismo, sino que fue causado por una novela y la responsabildiad cabe a Clarín y La Nación: fueron estos diarios los que durante casi treinta años se prohibieron mencionarlo en sus páginas, como represalia por la novela Diario de la Argentina, en la que Asís ventilaba internas periodísticas de la redacción de Tacuarí). El cinismo de Jorge Asís indica algo: pasó de los ideales revolucionarios a las palmeras de Miami. Todo a conciencia. El de los poskirchneristas, ¿qué expresa, aparte de aspiraciones, inexperiencia, aire?  Su verdadero precursor no es el mal escritor Jorge Asís, sino el mal escritor Juan Terranova, quien hizo fama declarando, festivamente, “Los desaparecidos me chupan un huevo”. Pero no había militado en el PC durante los 70 ni después, así que no importó.
 

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