24 DE MARZO, PRESENTE


por Hernán Brienza

Casi pisando los cuarenta años del inicio de la dictadura militar, todavía está viva, persiste. Y no solo como el acontencimiento que nos sigue interpelando y definiendo, sino como lugar desde donde pensar y plantarse al futuro.24 de marzo

En apenas tres años más se cumplirán cuarenta años del inicio de la dictadura más bruta y más sangrienta que vivió la Argentina en el siglo XX y, quizás, en toda su historia. Cuarenta años es mucho en la vida de un pueblo. Cualquier otro acontecimiento político ya hubiera sido olvidado o registrado en los manuales de historia donde podría agusanarse con el paso del tiempo. Sin embargo, ese 24 de marzo continúa aquí, presente. Persiste como un boquete en el estómago que nos permite ver las vísceras y las miserias de nuestra sociedad. O como un tamiz que nos deja catalogar/nos. Saber quiénes somos, quienes fuimos. O qué hemos sido en un momento particular. Está tan presente que lo tomó a Jorge Bergoglio del cuello cuando fue elegido papa. O vuelve con su estruendosa máquina de generar pobreza cuando abrimos el diario y nos anoticiamos que José Alfredo Martínez de Hoz, ese genocida económico de la dictadura, ha muerto. Y ese fallecimiento nos pone en alerta.

¿Cómo es posible que el mal muera? Debería estar siempre presente, aquí, para seguir haciéndonos daño con su presencia traumática.

Y un día fallecerá Jorge Rafael Videla. Y ese día nos daremos cuenta que millones y millones de argentinos no han vivido la dictadura. Que no tienen ni remoto recuerdo de lo significó para todos nosotros. Que el tiempo ha pasado irremediablemente y que ni siquiera sus padres han tenido mucho que ver en aquella historia. Hoy todavía podemos preguntarles a nuestros mayores con mirada inquisidora: ¿Papá vos qué hiciste durante la dictadura? Y esa terrible pregunta nos llevará a un laberinto de complicidades, de omisiones, de responsabilidades, de culpabilidades. Esa respuesta nos hablará del olor del miedo, de la mezquindad de la supervivencia, o de la impotencia del que fue fuerte pero tuvo doblar el lomo.

Todos aquellos que sobrevivimos a la dictadura militar somos en algún punto recóndito de nuestras almas un poco la dictadura. Algo habremos hecho para estar vivos. O –al menos- algo no habremos hecho lo suficiente contra al horror para poder escaparnos de él. Es sin duda por eso que aquellos que no supieron nada entonces, hoy prefieren olvidarlo todo. Ha de ser por eso también que muchos fiscalizan el pasado de los demás para no andar hurgueteando en los hedores propios.

Pero por suerte allí está la justicia. Allí están los juicios para demostrarnos todo aquello que la sociedad decía no saber. Está para que los que murieron y lucharon encuentren su redención cívica y política. Y los culpables, su castigo. Y para que el «Nunca más» se haga efectivo. Porque no es proclamando que se evita que las cosas no se repitan. Sino que es haciéndolo acto. Es decir, demostrándoles a los partidarios del horror que si generan otra Esma, tarde o temprano, vendrá alguien que los encerrará en cárceles comunes o los hará morir procesados o condenados a las sombras, en sus guaridas.

No se trata de divisiones ni de odios, como creen los voceros de aquella vieja Argentina. Ni de agitar viejos rencores ni resentimientos. Y en algún punto muy secreto, tampoco es exactamente un acto de justicia, aunque lo sea, obviamente. Cada vez que Luciano Benjamín Menéndez desfila por un tribunal o que Videla aparece tras las rejas, los argentinos nos asomamos al futuro. A un futuro sin impunidad y sin miedos. Como cada vez que aparece un nieto recuperado. O un pibe o una piba de 20 años, desafiando a los profetas del odio -aquellos que con sus denuncias falsas intentan generar futuros desaparecidos- se mete a hacer política sin miedos.

Telam

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