DIOS, DARWIN Y LA EVOLUCIÓN DE LAS ESPECIES

 

por  Rubén Emilio García

En zoología, materia de la carrera de veterinaria, estudiamos paleontología y la evolución de las especies. Así fue que conocimos a Charles Darwin, el gran naturalista inglés que iniciara sus estudios evolucionistas en la tierra de los Pampas y Tehuelches en Argentina, años antes de la revolución de los restauradores que derrocó al gobernador Federal Juan Ramón Balcarce y confirmó en el poder a otro Federal: Juan Manuel de Rozas.Darwin

Nació el 12 de febrero de 1809, y ningún augur presagió que siendo muy joven postularía la determinante teoría de que todas las especies de seres vivos evolucionaron con el tiempo a partir de un antepasado común, mediante un proceso denominado selección natural. Toda una revolución que rompía con la hipótesis fijista de Linné, el naturalista sueco, quien afirmaba que cada especie había sido creada independientemente en forma de parejas, tantas como especies existían.

Sostenía, junto a las creencias religiosas de la época, que los seres vivos nacían tal cual los creó Dios, así crecían y consecuentemente se reproducían. Darwin en su obra
fundamental, El origen de las especies por medio de la selección natural, demolió el fijismo y estableció que la explicación de la diversidad que se observa en la naturaleza,
se debe a las modificaciones acumuladas por la evolución a lo largo de las sucesivas generaciones. Y en el “Origen del hombre” trató la evolución humana y la selección
natural diciendo que los más fuertes se imponen, pero los que mejor se adaptan sobreviven. Y el ejemplo son las cucarachas, el animalito más combatido en la historia de la humanidad, sería la única especie que soportaría la radioactividad después que una guerra nuclear destruya la faz de la tierra.

No obstante Darwin, cuando en 1879 estaba escribiendo su autobiografía, le llegó una carta preguntándole si creía en dios, y si el teísmo y la evolución eran compatibles.
Él replicó que «un hombre puede ser un ardiente teísta y un evolucionista», citando como ejemplo al médico y botánico cristiano Asa Gray, defensor acérrimo de su teoría
en los Estados Unidos. Y con respecto a mí, digo que «nunca he sido ateo en el sentido de negar la existencia de un Dios». Y agregó: «Creo que en general, y más cuanto más viejo me hago, que «agnóstico» sería una descripción correcta de mi pensamiento»

Al respecto el filósofo humanista Antonio Sokolinski sostenía que no hay ateos, pues ellos sin saberlo son agnósticos. Porque concibo enfáticamente que no hay ateos
absolutos, sino que siempre se cree en algo; en la naturaleza, en el universo, en la energía, en la generación espontánea y hasta en la mismísima cosmogonía. Nada
más que siempre queda el misterio de dónde sale la fuerza para poner todo esto en movimiento. Algunos jamás hallan la respuesta que los tranquilice; otros, más pragmáticos, como aquél gran sabio de la relatividad, (Einstein) en el límite de la duda admitió que la ciencia termina cuando comienza Dios.

Hombre de gran fe -Sokolinski- decía que “las calamidades y los males de la humanidad no se dan por la ausencia de Dios. Al contrario, se suceden porque el ser humano se aleja de Él. En definitiva, es la ausencia de Dios en el corazón de los hombres”.

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