PERÚ: PEDRO HUILCA ENSEÑA EN NUESTRO TIEMPO

 
Por Gustavo Espinoza M. 
 
El proceso peruano es muy complejo. Recientemente se han sumado a él nuevos elementos que permiten avizorar un significativo cambio en el escenario político: han surgido indicios fundados respecto a la red  clandestina operada por Oscar López Meneses y a sus vínculos con servicios de inteligencia del exterior. Será posible hablar de eso en los próximos días. Entre tanto, como quien hace un alto en el camino, debe evocarse la figura de Pedro Huilca Tecse cuya trayectoria de lucha sigue siendo emblemática para los trabajadores.
huilcaEs curiosa la reflexión que hace Lenin cuando habla de los grandes personajes de la historia.
 
En vida -dice- son perseguidos y atacados con ira irrefrenable, con el odio más salvaje; pero una vez muertos, se les elogia y adula y se les pretende convertir en santos, en una suerte de íconos inofensivos que deben pasar al recuerdo como expresión angelical de un pasado ya vencido.
 
Algo así está ocurriendo en nuestro tiempo con muchas de nuestras más descollantes figuras.
 
Sucede de alguna manera con Juan Velasco Alvarado a quien hoy le niegan méritos solo los sicofantes de la burguesía, en tanto que muchos de los que lo atacaron alevosamente, admiten hoy que se equivocaron y que no supieron comprender la naturaleza de su lucha. .
 
También ocurre con Jorge del Prado, Alfonso Barrantes o Isidoro Gamarra, figuras ejemplares del movimiento popular que fueron sistemáticamente calumniados, perseguidos y acosados, pero que hoy reciben elogios incluso de sus adversarios más enconados.
 
Se los exalta por su modestia, su consecuencia y su lealtad para con la causa de los pueblos; pero antes se dijo de ellos que eran “pacifistas”, “conciliadores” “reformistas”.
 
Y ese es, por cierto, el caso de Pedro Huilca Tecse, cuya muerte -ocurrida hace 21 años- se evocó el pasado 18 de diciembre con  actividades rituales, cuando no  con proclamas en algunos casos poco sinceras y ciertamente acomodadas a intereses triviales,  aldeanos y mezquinos.
 
Y es que ahora, cuando el país se aproxima a nuevas contiendas electorales -están programas para el 2014 elecciones regionales y municipales- personajes que llenaban de improperios a Huilca y lo calumniaban vilmente, asoman nuevamente porque buscan votos para postular una vez más – siempre lo hicieron desde 1990 y siempre fueron vencidos- y lanzan encendidas proclamas de “identificación con el mensaje de Huilca” que ellos denigraron aviesamente.
 
Hoy, para las nuevas generaciones de trabajadores,  es bueno que se recuerde lo que fue realmente Pedro Huilca.
 
Que se hable de su origen humilde, de su sacrificada infancia, de su juventud rebelde, de sus inicios como luchador sindical, de su carrera brillante al servicio de la causa del proletariado, de su trabajo constante; y también de su muerte a manos de esbirros del régimen fujimorista.
 
Nacido el 4 de diciembre de 1949 en la localidad de Ccorca, provincia del Cusco, fue huérfano de padre y madre desde un inicio, razón por la que fue criado en un hogar de adopción que supo brindarle cariñoso afecto. Estudió su educación inicial en la escuela del Círculo de Obreros Católicos  y solo comenzó a operar como obrero de la Construcción en 1971, cuando el Perú vivía el gobierno de  Juan Velasco Alvarado.
 
Su trayectoria sindical se desarrolló con fuerza al calor de los combates obreros de la época, iluminados con las invictas banderas de la CGTP de entonces, dirigida, en primer lugar, por Isidoro Gamarra, otra figura gigantesca del movimiento sindical peruano.
 
En un periodo de casi 20 años -entre 1971 y 1992- Pedro escaló posiciones a partir de su creciente experiencia de clase. Allí se fraguó en tareas de choque y  conoció a quienes serían sus compañeros de lucha. Ellos, a su vez, lo conocieron y estimaron al tiempo que lo ayudaron en la formación de su personalidad y en su desarrollo político y humano. 
 
Hay que advertir, sin embargo, un hecho real: No todos reparan hoy en lo que le costó a Pedro ser lo que fue. Porque a él, nadie le regaló reconocimientos ni cargos en vida. Se los ganó en la lucha, defendiendo a pulso sus ideas, y enfrentándose con firmeza a quienes lo agredieron desde uno y otro lado de la trinchera.
 
Fue difícil mantener por diez años la dirección de la Federación de la Construcción en sus manos, sin atornillarse en ningún cargo, consultado siempre con los trabajadores, oyendo la voz de sus representados y aceptando modestamente consejos y sugerencias de quienes le tendieron fraternalmente la mano.
 
Pero fue mucho más difícil aún ser ungido como Secretario General de la CGTP en un ambiente hostil, venciendo, resistencias, incomprensiones, prejuicios y mezquindades.
 
Y fue aún más duro mantener nueve meses ese cargo hasta ofrendar la vida en él, atacado como estaba por adversarios de diverso signo.
 
Fue en esa circunstancia cuando arreciaron los ataques contra él, las intrigas más perversas, las calumnias más inmundas, las distorsiones más evidentes; usadas todas con el ánimo de mellar su imagen y destruir su aporte al movimiento obrero.
 
El argentino Jorge Luis Borges decía que lo más importante en la vida de un hombre, “es la imagen que guardan de él los demás hombres”. Y la imagen que guardamos de Pedro quienes vivimos y luchamos a su lado, es la de un hombre íntegro, definido y valeroso.
 
Nunca fue estrecho,  amorfo, conciliador, opaco ni oportunista. Supo ser leal a la causa que enarboló, porque fue fiel a su propia conciencia. Por eso fue constantemente agredido y atacado.
 
Con frecuencia se ha citado de él una frase: “Luchamos por una causa superior a nuestras vidas”.
 
No fue una frase de escritorio, ni una expresión literaria. Fue la palabra de un hombre puesto en un trance histórico, cuando entendió que debía hacer honor a la confianza que los trabajadores habían puesto en él, y que estaba llamado a entregar la vida en la batalla.
 
Fue una frase dicha, en efecto, en la antevíspera de su muerte y forma parte del último documento que aprobó dos días antes de caer abatido por balas asesinas.
 
El texto -recordémoslo- decía: “Por encima de nuestra libertad personal y aún de nuestras vidas, está la causa por la que luchamos, que sobrevivirá, sin duda alguna, al ingeniero Fujimori y a todos sus serviles y obsecuentes portavoces”.
 
Fechado el 15 de diciembre de 1992, el mensaje sólo fue publicado ocho días después del crimen por el diario “La República”. .
 
Muchas veces se ha dicho que debemos seguir el ejemplo de este valeroso combatiente. Ese compromiso no debe ser una frase de ocasión. Exige revelar lo que se sabe, sentir lo que se dice, y decir lo que se piensa. Y es, ciertamente, la única manera de ser leal a la memoria de lo que Lermontov habría considerado “Un hombre de verdad”.
 
Al rendirle homenaje en esta circunstancia, hay que reafirmar el compromiso de no descansar hasta que se haga luz sobre este crimen, y hasta que el recuerdo de Huilca sea tomado en sus manos por los que realmente honran su nombre y su memoria.
 
Y es que, en efecto, evocándolo hoy y recorriendo el camino de su vida, podemos decir que Pedro Huilca enseña en nuestro tiempo. 

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