URUGUAYOS, TRISTES CAMPEONES DEL SUICIDIO DEL QUE HABLAN TAN POCO

Por Carina Novarese   ***

Son 14.196 las personas que se suicidaron en Uruguay desde 1996. Los números tienden a entumecer la sensibilidad y tal vez por eso perdemos noción de lo que significa una cifra como ésta. En el mismo período murieron 5.000 personas por homicidios, un tipo de crimen que en estos días se discute con énfasis político partidario y casi todos los días es un titular de prensa. En estos años y por causa de todo accidente, murieron 30.000 personas.

Toda muerte es excesiva, sobre todo si hay alguna chance de prevenirla. Más de 14.000 muertes por suicidio es un disparate del que lentamente vamos tomando conciencia, aunque el fenómeno viene de lejos: llevamos al menos 20 años con cifras que superan la tasa de 15 suicidios cada 100.000 habitantes.

La conciencia es buena pero insuficiente. ¿Cómo se para esta pandemia, cómo se ayuda a una persona que, en la mayoría de los casos, nunca imaginaríamos que podría suicidarse, cómo nos hacemos cargo de lo que le pasa a otros y nos podría pasar a nosotros?

El mismo país que encabeza rankings internacionales de calidad democrática y calidad de vida, de energías verdes y de destinos turísticos, lidera también tristes listas de altísimas tasas de suicidios. El pico se dio en 2019, con 723 muertos, o 20,55 suicidios cada 100.000 habitantes. Pero los picos no deben esconder la llanura, porque los suicidios están en un nivel altísimo desde hace tiempo: 718 personas en 2020, 710 en 2018.

De todo esto hablamos poco y nada y, tal vez, esta sea una de las razones por las cuales siguen subiendo. El suicidio es mala palabra porque da miedo, porque nadie sabe muy bien qué lo causa, qué nivel de desesperación, desbalance, desesperanza o total lucidez afecta a una persona que decide terminar con su vida. Hasta que llega el 17 de julio, el Día Nacional de Prevención del Suicidio, en el que el MSP publica cifras oficiales y hace algún tipo de campaña de concientización y nos creemos especialistas para pregonar que “algo hay que hacer”.

Mientras tanto encabezamos rankings con una tasa que ahora supera los 20 casos por cada 100.000 habitantes (frente a la media americana de 10 y la europea, de 15.4). Nada nuevo bajo el sol: desde los años 2000 hasta ahora la tasa uruguaya siempre supera los 15 casos por cada 100.000.

Uruguay no necesita más datos para decidir actuar firmemente y de todas las maneras posibles para prevenir enfermedades mentales y crisis que puedan terminar en suicidios. Tampoco necesita debates virales tuiteros sobre campañas como la que impulsó el gobierno este 17 de julio. Necesita respuestas y acciones. ¿Por qué más del 80% de quienes se suicidan son hombres, porque hay tantos adultos mayores pero también jóvenes de entre 25 y 29 años?

En marzo, el periodista Manuel Soriano de Gatopardo publicó un reportaje titulado “El extraño fenómeno del suicidio en Uruguay”, en el que escribe: “En estas últimas semanas he leído decenas de entrevistas a familiares de suicidas y a profesionales en la materia, pero no a personas que hayan tenido intentos. Me interesa escuchar esa voz, pero me enfrento a un problema esencial: aunque todos están de acuerdo en que hay que hablar más sobre el suicidio, casi nadie quiere hacerlo”.

Aparentemente todos estamos de acuerdo en que hay que hablar más sobre el suicidio pero casi nunca queremos hacerlo. Cuando se buscan causas casi ninguna de las hipótesis cierra: somo más ateos (pero en Montevideo, donde hay menos personas religiosas, también hay menos suicidios), tenemos más armas (pero la mayoría de los suicidios no se producen por armas de fuego), tenemos inviernos grises (pero casi todo el año está parejo en suicidios y destaca diciembre).

Mientras que analizamos causas y efectos, hablemos y preguntemos y cuestionemos y estemos atentos, con nosotros mismos y con quienes nos rodean. Los países con tasas de suicidios altas que han logrado bajarlas -España, Alemania, Bélgica- han usado campañas sociales que van más allá de lo que puede hacer el médico, la mutualista, la policlínica o el MSP. En las escuelas, por ejemplo, se habla abiertamente de emociones, de cómo manejar los fracasos, de la muerte. Y del suicidio.

En Uruguay sabemos cuántas personas se suicidaron pero no hay un registro sistemático sobre cuántas intentaron hacerlo que, me dice un psiquiatra, es el indicador más claro de riesgo suicida. Este año, el Ministerio anunció que se hará un seguimiento “en tiempo real” y el subsecretario de Salud Pública, José Luis Satdjian, dijo que trabajará en actualizar la Ficha de Registro Obligatoria de Intento de Autoeliminación.

Ahora, cuando en las puertas de emergencia se recibe a una persona que intentó suicidarse, se debe llenar una ficha de papel que luego se remite al MSP. En la era de los celulares inteligentes, de las pantallas omnipresentes, de las apps de Covid y las vacunas en QR, las personas que intentaron suicidarse quedan relegadas a un papel que no siempre llega al registro final.

¿Por qué recién ahora nos damos cuenta los uruguayos, incluyendo las autoridades, de que este sistema es rudimentario y genera subregistro? Es el mismo Uruguay donde sabemos al dedillo cuántos niños están vacunados, cuántos van a la escuela, si las embarazadas se hicieron todos los controles y cuántos tipos de cáncer enferman o matan a cuántas personas.

Mientras que pasamos del papel al servidor, el ministro de Salud anunció que el país “puso rumbo” hacia una Estrategia Nacional de Prevención de Suicidio 2021-2025, y que es necesario cubrir las deficiencias de psiquiatras y psicólogos en el interior. En el día de Prevención del Suicidio nos enteramos que el año pasado Uruguay rompió otro récord: 758 suicidios o 21,39 suicidios cada 100.000 habitantes. ¿Qué estamos haciendo?

*** Carina Novarese –  Autora de la newsletter Picnic y columnista del diario uruguayo El Observador

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