EL INSULTO AL PROGRESISTA

 

Por Jorge Alemán

En las agendas Internacionales de las nuevas derechas ultraderechizadas se impone un recurso que se ha comprobado como teniendo una gran rentabilidad política.


Isabel Díaz Ayuso, alcaldesa de Madrid.

Se hable de lo que se hable el político o política ultraderechista neoliberal se mofa del progre, de los feminismos, de lo nacional y popular, de los proyectos transformadores. Por instinto sabe que se ha instalado una fuerte incredulidad en vastos sectores de la población con respecto a todos estos temas.

Los otros días la alcaldesa Ayuso, ícono de la ultraderecha profirió con altanería: Somos el partido del pueblo, el de las pandillas, el de los bares, el de los estadios. Dando a entender que las izquierdas y los progres son gruñones, quejosos, que quieren arruinar el goce de la vida en su condición más inmediata. Más que rebeldes, las derechas actuales hacen semblante del buen vivir, de la sabiduría de las tradiciones y de su supuesta insolencia frente a las exigencias de la política y de la ética, que para las nuevas derechas son puras máscaras de intereses privados, disfrazados de amor popular.

¿Por qué tienen tanto éxito en el mundo entero estas figuras retóricas, que con distintas variaciones se repiten como un mantra?

Para muchos por culpa de las izquierdas o lo nacional y popular que no han sabido o, peor aún, no han querido satisfacer las demandas populares. Esta hipótesis, que se remonta a la tesis de Benjamin, la que señalaba de un modo pertinente que la interrupción de un proyecto revolucionario engendraba la emergencia del fascismo, no parece estar en juego ahora, entre otras cosas porque como es evidente los proyectos revolucionarios brillan por su ausencia.

Además, las derechas parecen tener un tipo de crecimiento por contagio, al modo de las epidemias actuales, con una dinámica interna propia, al margen de los resultados concretos. Por ello la identificación con las mismas abarca a estamentos de la población donde todo les ha ido muy mal bajo sus gobiernos de las derechas neoliberales.

Toda la izquierda se burló de Fukuyama con su célebre tesis del Fin de la Historia. Y es verdad que a Fukuyama se le fue la mano con el triunfo de la democracia liberal y la economía de mercado, presentadas universalmente como las metas de la realización de la historia. La tesis procedía de una vulgarización de Hegel y de Kojeve. Pero la misma tenía su trasfondo problemático que Hegel supo ver, la historia siempre trabajada «por el arduo movimiento de lo negativo» iba a encontrar un punto de detención, el Saber Absoluto, donde lo negativo perdía su eficacia dialéctica.

Si hoy en día las derechas se burlan con impunidad descarada recogiendo los beneficios políticos de esos gestos es porque saben que el Capitalismo funciona por ahora como el Saber Absoluto de nuestro tiempo. Nadie, ni los pensadores marxistas radicales se atreven a indicar cómo podría ser una salida del Capitalismo o cómo se podría imaginar una sociedad poscapitalista. Se puede decir todo en contra del Neoliberalismo, pero todo se complica y mucho, si se admite que el Neoliberalismo no es otra cosa que la modulación actual del capitalismo, una variante del Capital cuando ya también logra que se produzca subjetividad como valor.

Por eso los insultos, que siempre son simbólicamente más eficaces que las declaraciones, ganan terreno exponencialmente. Es como si los mismos tradujeran lo siguiente: digas lo que digas, incluso si te defines como anticapitalista, sabemos que no ha llegado todavía el tiempo, para que sepas cómo salir de la jaula.

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