LAS HERIDAS ETERNAS DE LA GUERRA


Por Sonia Tessa    ***

La directora Jimena Chaves avanza en la producción de Matria, un documental sobre las mujeres que perdieron a sus hijos en el conflicto bélico. Gonaria, una de ellas, dice que el recuerdo se limita a «un solo día» y el resto del año está «en soledad». También pregunta si a las autoridades «no les da vergüenza» que el nombre de su hijo ya no esté inscripto -porque fue borrado- en la plazoleta y el polideportivo que lo recuerdan.


Jimena Chaves dirige el documental Matria y Gonaria Soru es una de sus protagonistas.

Gonaria Soru tiene 86 años, y durante 70 trabajó muchas horas por día como costurera, así solventó los estudios de su hija Sonia. ¿Cómo siguió adelante después de la muerte de su hijo Daniel Esturel, a los 18 años, en el hundimiento del ARA General Belgrano, el 2 de mayo de 1982? “Es que yo tenía que terminar de criar a la otra chica, quién me la iba a criar”, dice 40 años después. Ella sabe que la tendrán en cuenta en estos días, pero el resto del año no. “Como le dije a a mi hija, un día al año se acuerdan, después, los 364 días del año ¿qué? Estoy en soledad. Estuve siempre en soledad. No me mando la parte, no me hago la mártir ni nada por el estilo. Mi salvación, mi cable a tierra ¿sabés qué fue? La máquina de coser. Y mi hija, que tenía 16 años, estudiaba, terminó la secundaria y después empezó la Facultad. Yo quería que ella estudiara, no como yo, que tengo primaria nada más”, dice Gonaria, una de las madres de soldados caídos en Malvinas que será parte del documental Matria, dirigido por Jimena Chaves.

¿Por qué nadie hizo un documental centrado en las madres de los ex combatientes hasta ahora?
Esa es una pregunta que reitera Chaves. “Lo que va a buscar este documental es esa sensibilidad, ese sentir de haber atravesado todo eso siendo madre. Yo me pongo en este lugar y quiero hacer este documental, porque soy madre”, dice la directora de Matria, que antes dirigió Lo que teníamos en la cabeza, un documental con veteranos de guerra. “Entonces, cuando escuchaba a los ex combatientes que se refugiaban en la mirada de la vieja, es impensable para mí que, a los 18 años de mi pibe, me lo agarren sin que él ni su famiia estén de acuerdo, lo lleven a la guerra, muera, y que nunca más lo vea. Me parece tremendo. Y me parece tremendo que no esté contado todo lo que generó en una madre, y que la gente no se haya detenido a pensarlo. ¿Por qué las dejaron tanto de lado a estas madres? ¿Por qué?”, es la pregunta disparadora de un trabajo que encontró un obstáculo concreto con la pandemia: las entrevistas con dos de las mujeres -de más de 80 años- no pudieron hacerse todavía.

“Estos tiempos nos permitieron que hoy en día, Delmira Cao, la madre de La Matanza, según me comentó su hija, esté atravesando su análisis de toda su militancia, lo que hizo en su vida. Entonces, ahora no está tan centrada en su hijo y los compañeros, sino en ella misma, y cómo estaba su cuerpo, cómo se sentía como mujer, toda esta vida abocada a esta lucha. Eso me conmueve un montón, porque uno cree que los tiempos perjudican y no te dejan avanzar, pero en realidad asientan y permiten repensar, entonces, todo lo que esta madre está transitando en estos días, eso es Matria”, di
ce Chaves. La otra entrevistada es Elma Pelozo, que vive en Colonia Pando, a 140 kilómetros de Corrientes.

A Gonaria sí pudieron visitarla en su casa, en Rosario, donde las plantas se convirtieron en su refugio, después de dejar la costura. “A mí me encantan las plantas y ahora me está sirviendo de terapia. Como no coso, voy a ver si hay una hojita seca, la saco. Y así ando, viste”, dice por teléfono. Cuenta que tiene un montón de plantas en su casa, en el jardín de adelante.

Gonaria vive en el barrio Industrial de Rosario desde siempre. Por allí, había un pasaje llamado Inglaterra. Los compañeros de su hijo, en la escuela técnica 10 , reemplazaron el nombre con una madera pintada que decía: Daniel Osvaldo Esturel.Es lo único que está sano, porque la plazoleta tendría que tener el nombre y no lo tiene, ya le sacaron la placa dos veces. Está abandonada completamente, porque Parques y Paseos no se ocupa de nada. Y el polideportivo que habían hecho los vecinos… No sabés los juegos que tenía, iban los chicos de la escuela Nicasio Oroño a hacer gimnasia, y cuando ensancharon la (avenida) Travesía, me serrucharon medio polideportivo, está abandonado”, relata Gonaria un olvido que no perdona. “¿No les da vergüenza?”, plantea.

Daniel quería ser marino. Y Gonaria se enoja mucho cuando le dicen que fue militar “del proceso” (así llama a la dictadura cívico-militar-eclesiástica-empresarial). “¿De qué militar del proceso me hablan si cuando entraron los milicos mi hijo tenía 12 años? Que después haya elegido la carrera naval porque a él le gustaba, es otra cosa, pero no tiene nada que ver con ser militar del proceso”, dice la mujer, que siempre quiso darles estudios a sus hijos. “No nos fascinaba la carrera militar, pero a él le gustaba la marina, ¿qué querés que le haga?. Él estaba estudiando en la Técnica 10, había hecho tres años mientras esperaba la edad para entrar a la Escuela de Mecánica (de la Armada), y después rindió, y entró”. Daniel ingresó en la carrera a los 16 años.

“No puedo concebir que aplaudan una guerra”,
dice Gonaria, que despotrica contra la decisión de la entonces Junta Militar de iniciar un conflicto con tal desigualdad de condiciones. También le costó entender cuando le dijeron que los restos de sus hijos habían sido encontrados por una embarcación rusa, días después del hundimiento del Belgrano, pero no había aviones para trasladarlos. “¿Cómo van a una guerra sin aviones?”, preguntó y pregunta. Cuando llegó el cuerpo de su hijo, a los pocos días, vio que el cajón decía NN y peleó en Tribunales para que le permitieran exhumarlo, así se sacaba las dudas. A la primera funcionaria que la atendió, le dijo: “Doctora, quiero hacer abrir un cajón de muerto”. La mujer abrió los ojos, y Gonaria argumentó. “Le hice una pregunta como madre. ¿Usted qué haría si le traen un cajón y no sabe lo que tiene adentro? Yo no sé lo que tengo adentro del cajón, porque no me dejaron ver. Si es mi hijo, se terminó la búsqueda, si es otro chico que lo tenga el familiar de ese chico. Creo que le contesté bien”, recuerda. Empezaron los trámites, pero todavía faltaría algo más.  A los dos meses de hacer el pedido, el juez llamó al esposo de Gonaria. “Quería saber si mi marido sabía lo que yo estaba haciendo ¿a vos te parece cosa más ridícula? El juez lo llamó para preguntarle eso. Y mi marido le contesta ‘sí lo sé, y así no lo supiera es la madre y tiene derecho a saber si está su hijo ahí o no’’”, sigue su relato.

Escuchar las voces de estas mujeres es una tarea urgente. Así lo entiende Jimena, y por eso también impulsa y dirige el conversatorio que este domingo, a las 17, se realizará en el Monumento a la Bandera de Rosario. Voces de la Matria es el nombre del encuentro que conducirá Florencia Sciangula, donde Gonaria compartirá sus experiencias con Florencia Sánchez, hija del veterano de guerra Claudio Sánchez, que integra Generación Malvinas y Elba Estela García, compañera de otro ex combatiente. Se trata de un espacio de diálogo integrado por mujeres vinculadas con la causa de Malvinas. Con la moderación de la periodista Virginia Giacosa, la intervención narrativa de Paula Contino, las intervenciones poéticas de Maia Morosano y Rocío Muñoz Vergara, habrá un cierre musical a cargo de Mariela Carabajal.

Enlace permanente a este artículo: http://ellibertadorenlinea.com.ar/2022/05/15/las-heridas-eternas-de-la-guerra/