ALIMENTAR EL ODIO, ENTRISTECER AL PUEBLO


Por Esther Díaz   ***

Últimamente -y no sólo en Argentina-, una virulencia inusitada y cargada de discriminación y prejuicios apunta, desde la boca de personas privilegiadas y con mucho aire en los medios, contra los feminismos, la comunidad Lgbtiq+, las personas pobres y racializadas, las luchas por los Derechos Humanos. Pueden parecer sólo palabras, pero el objetivo se les nota y es un peligro ¿o acaso al nazismo no lo antecedieron antes discursos de odio?


Esther Díaz, la filósofa punk, alucinando con las cosas que se dicen públicamente como si nada..
Imagen: Sebastián Freire

Entregarse al odio es entregarse por completo al egoísmo. Se siente odio por aquello que contradice intereses personales y/o grupales. En su forma extrema el odio supera un rango que trasciende lo ético y alcanza un estadio demoníaco. En ese caso, el odio deja de ser un sentimiento y se convierte en una pasión. Cuando la sensibilidad de quienes odian se exacerba al extremo, aborrecer se convierte en la meca de todas las maldades produciendo la demonización de la persona aborrecida, dice Arturo Jaureche en Los profetas del odio y la yapa.

Las sensibilidades odiadoras tienden al gigantismo y al contagio. Y lo que parece que no sería grave -porque supuestamente se limitaría al plano lingüístico-, cobra materialidad. Son virus culturales. ¡Mucha sangre derramada por agravios verbales hacia personas o comunidades! Para que Hitler haya sido posible hacía falta que -con anterioridad- se caldeara el ambiente con palabras. La inflación de los discursos de odio del siglo XIX fueron la condición de posibilidad de las cámaras de gas del XX.

Toda la admiración y respeto que Nietzsche le profesaba a Wagner se iban convirtiendo en rechazo cuando fue aumentando el nacionalismo extremo del músico, que también era belicista y proclamaba la superioridad de la raza germana. Sus ideas xenófobas, según Nietzsche, convirtieron a Wagner en un decadente. Pérdida de potencia, de intensidad, de positividad. Un declinante ético. Lo contrario de los verdaderos “espíritus libres que tienen una función que cumplir: derribar todas las barreras que se opongan a la fusión entre las personas, tales como las religiones que se autoproclaman únicas y verdaderas, las ideas totalitarias o los instintos aristocratizantes promotores de los prejuicios de raza”, señala Nietzsche en sus Escritos póstumos.

Por otra parte, en La Gaya ciencia, en su Correspondencia y en expresiones volcadas por aquí y por allá, Nietzsche confiesa vergüenza de su nacionalidad. Los discursos de odio se multiplicaban en su país. Ni hablar cuando su hermana le presentó a su futuro esposo, un fanático antisionista. El filósofo se distanció de ella no sin antes decirle “no me dejé convencer por tu prometido y su entusiasmo por el ‘ser alemán’, y aún menos por el deseo de conservar ‘pura’ esa ‘magnífica’ raza. Al contrario, todo lo contrario” (carta del 14 de marzo de 1885).

El discurso de odio tiene como meta promover prejuicios y exclusiones que atentan contra la dignidad de ciertos sectores
. Se propaga con intenciones dañinas e incita a sus interlocutores, lectores y oyentes a llevar a cabo acciones destructivas en contra de ciertas personas o comunidades históricamente discriminadas. Racismo, machismo, xenofobia, transfobia, aporofobia, intolerancia con las diferencias, y políticas hostiles con los sectores más vulnerables de la sociedad. Estamos asistiendo a la maduración del huevo de la serpiente: el neoliberalismo y sus satélites.

Marx comprendió que el capitalismo es un sistema implacable que extiende sus propios límites para sobrepasarlos nuevamente. Hoy, en su forma liberal y sus adláteres, amplía esos límites y copia recursos de las políticas populares: la crítica ¡al neoliberalismo!, consignas políticas, cánticos, movilizaciones y acusaciones de fascismo hacía las personas que ellos mismos excluyen. Negativistas, pero dicen reivindicar los derechos humanos.

El reino del revés. Determinados seres que formaron parte del segundo gobierno neoliberal de la Argentina en democracia -algunos continúan en el poder y quieren más- ahora sermonean en contra del neoliberalismo que ellos mismos ejercen. El arte de les odiadores (de mujeres, diversidades sexuales, políticas populares, pobres, inmigrantes y demás “descartables”) es desmoralizar y entristecer al pueblo. Dice Jaureche que los pueblos deprimidos no vencen. Por eso hay que bregar para lograr derechos alegremente, pues nada grande se logra con tristeza.

La fuga de capitales, la privatización de los espacios públicos, la negación del genocidio y la criminalización de las diversidades arremeten contra quienes poseen las penas (que son de nosotros mientras las vaquitas son ajenas) y les acusan de emitir discursos de odio. “Me dijeron que en el reino del revés / nada el pájaro y vuela el pez / que los gatos no hacen miau y dicen yes / porque estudian mucho inglés. / Vamos a ver cómo es /el reino del revés” (María Elena Walsh).

Les profetas del odio actuales ya no se fascinan con Europa -como los contemporáneos de Jaureche- ahora el paradigma es EE.UU. y las potencias que conforman las cúpulas capitalistas, tal como las conceptualiza Antonio Negri en Imperio.

Denominamos “discursos de odio” a los proferidos por las personas privilegiadas contra las vulnerables o sus representantes. Se trata de comunicaciones que utilizan lenguaje peyorativo y violento contra individualidades o grupos, simplemente por lo que son. Lo contrario no corresponde. Una señora privilegiada y famosa humillando a un menor pobre emite discurso de odio porque produce daños concretos. La inversión de esa situación no les haría ni cosquillas a odiadores seriales o a legisladores afines a la derecha. El ataque a las diversidades sexuales, a las mujeres y a quienes sufrieron terrorismo de Estado se ha exacerbado en los últimos tiempos. A tal punto que los victimarios posan de víctimas. Insólito.

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Ahora bien, no es discurso de odio la ira que proviene de personas relegadas contra sus opresores, es reclamo de justicia. L.O.V.E. (amor, odio, venganza y eternidad) es una escultura de Maurizio Cattelan alusiva al odio. Está en Piazza Affari, frente al Palazzo Mezzanotte, un edificio fascista. Ahí funciona la Bolsa de Comercio Italiana, uno de los símbolos del capitalismo financiero. En Milán llaman a la obra Il Dito. Mide once metros, es de mármol y representa una mano haciendo el gesto fascista, pero con cuatro dedos amputados, de modo que subsiste solamente el puño y el irreverente dedo corazón erguido y señalando hacía el palacio de las potencias financieras que, escandalizadas, exigieron retirar la obra, pero la ciudadanía logró salvarla. Se sintió identificada con esa denuncia estética contra la intolerancia y el despojo. Cattelan, controvertido artista y humorista, “echó a los mercaderes del templo” de manera simbólica. Su ira es justa. Al fascismo y al neocapitalismo odiador, ¡Fuck you!

 
 

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