Sin duda, el conflicto de Ucrania tiene un claro componente principal geopolítico, con las fuertes presiones de la OTAN sobre el flanco principal del nada despreciable poder militar, económico y político, de la renacida Rusia.

En ese contexto, en un mundo multipolar con fuertes trazas de renacido bipolarismo en creciente evolución, los dos grandes bloques bien definidos – Atlantismo y Continentalismo-, juegan sus improntas en el este europeo, hoy con Ucrania como epicentro. En el Atlantismo, el Poder de Decisión Real evidencia estar en manos de EEUU, con su centenaria alianza con Gran Bretaña y su “poder en las sombras” de las Grandes Finanzas con sede en Londres.
El bifronte Poder Anglosajón evidencia dejar en un segundo y mucho menos relevante rol, al poder multifacético y relativamente fragmentado de la Unión Europea, pese a contar este, con dos potencias de considerable peso, como Francia y Alemania; potencia nuclear neocolonialista y económica una, mega potencia económica la otra.
En el Continentalismo, el núcleo duro lo forman los gigantes chino y ruso, que evidencian coincidencias mucho más sólidas que aquella entente de la ex Unión Soviética y la ex China Comunista en las fenecidas épocas de la Guerra Fría. Resulta muy evidente, pese a ser omitido cuidadosamente por el Poder Mediático Concentrado al servicio del Atlantismo, que Ucrania fue empujada a una actitud confrontativa, bajo promesas de apoyos incluso bélicos de la OTAN, que en los hechos se difuminaron. Aún y pese al riesgo latente de una apocalíptica guerra nuclear, en el marco de las tensiones actuales, aflora una posible y ya casi visible nueva configuración del tablero geopolítico mundial, con una acentuación del poder en Asia y el oriente europeo; mientras que el núcleo anglosajón -poderoso sin duda- no parece encontrar como detener su relativo deterioro. Brevemente descripto, eso evidencia ser en lo esencial lo que motivó el enfrentamiento en Ucrania; guerra que es la ampliación de las hostilidades que datan de 2014, luego del golpe de Estado perpetrado bajo formato de “revoluciones de colores” instigado por las redes sociales tras bambalinas manejadas por EEUU y sus socios.
Pero algo solapado por la violencia desatada, aparece el siempre relevante tema energético, en este caso casi excluyentemente centrado en el abastecimiento de gas a la energéticamente dependiente Europa, sobre todo al núcleo del poder económico centrado en el occidente de ese continente.
Hay varios grandes gasoductos que conectan a Rusia con diversos países de la Unión Europea (UE), principalmente con Alemania, gran consumidor de gas. El último de ellos, que por el Báltico conecta punto a punto a Rusia con Alemania, se terminó, pero no se habilitó, por presiones de EEUU, y ahora por “solidaridad” exigida por la OTAN.
El gas ruso abastece el 40 % del total consumido en la UE, siendo eso más acentuado en el gigante industrial y económico germano. En un marco de paz, esos acuerdos energéticos son positivos para todos los involucrados; para el proveedor (Rusia) al ser un gran mercado para colocar parte de su enorme capacidad de producción de gas natural; para la UE, por recibir un energético poco contaminante, a precio económico, y con provisión segura y previsible.
EEUU, al poner en producción sus grandes reservas de petróleo y gas no convencional (o de fracking, similares a Vaca Muerta en Argentina), se transformó de gran importador, a ser hoy uno de los principales exportadores.
Dentro de algunas medidas erráticas, que autolimitaron la de por sí carencia de alternativas técnicamente lógicas para abastecer de Energía (en su amplia acepción, principalmente eléctrica), en alguna publicación afín a las “renovables” se difundió que Alemania planea invertir en más eólicas y solares, para suplir el gas ruso. Eso tiene limitaciones insalvables.
Esas supuestas inversiones tienen un lapso de ejecución, no son inmediatas, y las carencias son urgentes, de hoy. Además, las energías eólica y solar, son INTERMITENTES, por lo que son poco confiables, además de inútiles para operar como Energías de Base; y necesitarán ampliar la oferta de estas últimas (Energía Firme), no precisando de donde la obtendrán. Además, son energías caras, mucho más que la producida con gas natural.
Europa Occidental no puede ampliar la oferta de hidroelectricidad, pues ya construyeron todas las hidroeléctricas posibles. Como energías de base, quedan entonces dos alternativas: la nuclear y la termoeléctrica.
Magister. Carlos Andrés Ortiz
Analista de Temas Económicos y Geopolíticos