LA INSUBORDINACIÓN REFUNDANTE

 

Por Marcelo Brignoni   ***

Marcelo Brignoni analiza en esta nota la crisis que se desarrolla en la frontera este de Ucrania con la Federación Rusa. Brignoni sostiene que esta crisis abre las puertas a un nuevo mundo multipolar donde los EE.UU. y la OTAN ya no pueden erigirse como gendarmes del mundo y decisores de las democracias mundiales.

Mientras se desarrolla la crisis en el Donbass, en la frontera este de Ucrania con la Federación de Rusia, escribo estas líneas, tratando de acercar algunas reflexiones que nos permitan ayudar a comprender lo que sucede.

Hace unos años, uno de los pensadores de nuestro país escribió un libro muy importante para intentar abordar el mundo aquel y el mundo actual. Ese libro se llamó LA INSUBORDINACIÓN FUNDANTE, y contenía tres aspectos principales:

  1. Un sistema de categorías analíticas;
  2. Un contexto histórico de análisis;
  3. Una tesis central, que refería a que todos los procesos exitosos de emancipación o consolidación de los Estados Nación modernos, resultaron de una conveniente conjugación de una actitud de insubordinación ideológica para con el pensamiento de la época y las potencias dominantes, y de un eficaz impulso político estatal en busca de autonomía e influencia internacional.

Marcelo Gullo, de él se trata, exponía que las posibilidades que  tiene América del Sur de realizar esa “insubordinación fundante” debían reflejar formatos y antecedentes que tuvieran en cuenta la historia de la construcción del poder de las naciones que pudieron convertirse en interlocutores internacionales independientes y autónomos. Eso sucedió en su tiempo con los países que hoy integran el G7, y así se ha demostrado en el crecimiento de todos los países que a la fecha ostentan un grado de relevancia en el escenario internacional.

Hoy, esta tesis parece no solo aplicable a países con vocación de construir su propio nuevo poder para interactuar en un mundo complejo, sino también parece aplicable a países como la Federación de Rusia, con vocación de volver a convertirse en una potencia geopolítica global y clausurar la etapa del unipolarismo autoritario, iniciado por EE.UU y sus subordinados en 2001, luego del fin de la guerra fría y la era soviética.

Un breve repaso de esta coyuntura nos permite observar que el análisis de lo que sucede en el Donbass no puede ser revisado desde la situación actual, sin contemplar los hechos que la preceden.

Luego del Golpe de Estado de 2014 en Ucrania, impulsado y financiado por Estados Unidos y la Unión Europea, el Donbass ha vivido un genocidio protagonizado por fuerzas militares y paramilitares ucranianas que cuenta 14 mil víctimas, entre muertos y desaparecidos.

Víctimas que no han sido televisadas ni transmitidas por ninguna de las cadenas empresariales radicadas en los países del G7 ni comentadas por “enviados especiales” preocupados por la “situación humanitaria”.

Aquel Golpe de Estado de 2014 en Ucrania surgió luego de la negativa del gobierno democrático de Víctor Yanukovich, electo en 2010, de ingresar a la Unión Europea y la OTAN.

El golpista, transformado en presidente, Oleksandr Turchynov,  fue reconocido como legítimo en horas por los franquiciantes globales de la democracia y la libertad, pero el genocidio iniciado entonces en las regiones que no reconocieron las autoridades surgidas del golpe, y cuyo desborde motivó los acuerdos de respeto reciproco de Minsk entre Ucrania occidental y las Repúblicas del Donbass, lo saco pronto del poder.

A pesar de ello, las brutales acciones de violación de los DD.HH. de aquel gobierno golpista duran hasta nuestros días y se acrecentaron desde la asunción del nuevo gobierno de Zelensky, aunque nadie de Europa o Estados Unidos ha hablado mucho de ello.

Yendo un poco más atrás en el tiempo, es bueno recordar que al  final de la Segunda Guerra Mundial, en aquella histórica conferencia de Yalta, en la península de Crimea en 1945, se pactaron áreas de influencia de las potencias triunfadoras y un mecanismo de interconsulta para abordar problemas internacionales de interés mutuo.

Sin aviso, y en 1949, Estados Unidos formó la OTAN 
(Organización del Tratado Atlántico Norte) a partir de la asociación de diversos estados europeos occidentales con los estadounidenses, con el propósito de “defender a occidente” de la “hostilidad soviética”.

La URSS y sus aliados respondieron a la OTAN fundando el  Pacto de Varsovia en 1955, el que tras la caída del Muro de Berlín en 1989, y la disolución de la URSS poco tiempo después, desapareció.

Producto de esta realidad, en 1991 se firmarían los acuerdos recíprocos entre la naciente Federación de Rusia y la OTAN que darían lugar al mundo post soviético que llega a nuestros días. El tiempo del Donbass bolchevique de mediados del siglo XX parecía quedar atrás.

Desde entonces, Rusia se ha ido fortaleciendo y reconfigurando, sobre todo a partir del acceso al poder de Vladimir Putin en 2000, y desde esa fecha Rusia ha observado con cautela los acercamientos de la OTAN a los países ex-comunistas. La OTAN ha ido incorporando esos países de forma ininterrumpida, violando los tratados firmados en 1991.

Afiche realizado por los bolcheviques en 1921.

Desde entonces, la República Checa, Hungría y Polonia a finales de los noventa, y Bulgaria, Estonia, Letonia, Rumanía, Eslovaquia y Albania en la siguiente década, se han incorporado a la OTAN bajo la protesta de la Federación de Rusia.

En 2004, a pesar de las protestas de Rusia y transcurridos apenas quince años desde la caída del Muro de Berlín, todos los Estados del antiguo Pacto de Varsovia, salvo Rusia, formaban parte, de modo violatorio de los tratados precedentes, de la OTAN o de la Unión Europea.

Nunca estuvo previsto en el marco del respeto de las seguridades mutuas que Estados Unidos tuviera fuerzas militares desplegadas en Polonia y en los países bálticos, apenas a pocos cientos de kilómetros de Moscú, sin embargo, hoy es un dato del paisaje.

A esta altura, para Rusia la presencia de la OTAN en Ucrania y la violación sistemática de los acuerdos de Minsk de 1991 y 2014, provocan un riesgo existencial para su propia seguridad estratégica, algo de lo que no hablan, con una hipocresía rayana en el cinismo, los voceros anglosajones de la OTAN.

Cuando la Unión Soviética se derrumbó, se desgajó en quince países. El plan siguiente era hacer lo mismo con la Federación de Rusia. Los estrategas del pentágono nunca lo ocultaron demasiado. La decisión de bombardear Yugoslavia de modo unilateral y destrozar ese país dividiéndolo en 7 nuevos mini estados es la prueba más concreta de aquella intención.

Desde entonces, la Federación de Rusia ha intentado recomponer vínculos con Uzbekistán, Azerbaiyán y Turkmenistán. Con Kazajistán, Kirguistán, Turkmenistán, Bielorrusia y Armenia, intentando recrear y mantener vigente el acuerdo de la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

Las economías y culturas de estos países están ligadas a la de Rusia de un modo similar a la del Donbass, que es otra de las razones que explican la decisión de Donetsk y Lugansk de declararse independientes.

No ha sido así con antiguos países del Pacto de Varsovia, de una relación más distante y menos interdependiente con la Federación de Rusia. En esa lista están los países que antes formaban parte del Pacto de Varsovia y que hoy son miembros de la OTAN o la Unión Europea: Polonia, Letonia, Lituania, Estonia, la República Checa, Bulgaria, Hungría, Eslovaquia, Albania y Rumanía.

Pero tres de los países que formaron parte de la URSS son los elegidos para forzar una crisis militar en la región por parte de la OTAN. Georgia, donde una crisis similar a la actual se resolvió con la independencia de las regiones de Osetia del Sur y Adjazia en 2008, lo que produjo, a su vez, la posterior derrota política y militar del gobierno pro OTAN de Georgia, cuyo presidente Mijeil Saakashvili fuera destituido tiempo después acusado de torturas sistemáticas a opositores políticos. Demostrando el accionar coordinado de la OTAN en la región, Saakashvili es hoy extrañamente, aunque no tanto, funcionario de alto rango del Gobierno de Zelensky en Ucrania a pedido de Estados Unidos.

Moldavia ha cumplido un rol menor pero Ucrania, como veíamos, se ha transformado en el ariete de la OTAN para desestabilizar internamente a la Federación de Rusia. Lo acaecido en Libia, Syria e Irak es un buen ilustrativo de las formas y objetivos de los arcángeles de la democracia.

Un país como el que lidera la OTAN, que invadió otros países y participó de masacres de pueblos enteros a lo largo del mundo, no parece hoy estar en condiciones de acreditar su real vocación por el respeto de los DDHH.
 Si a ello le sumamos que es el único país que se atrevió a tirar bombas atómicas sobre poblaciones indefensas, su credibilidad democrática surge, cuanto menos, opaca.

Para entender el significado geopolítico de un posible ingreso de Ucrania a la OTAN debemos imaginar qué sucedería si México  acordara una estrategia militar conjunta con Rusia e instalara bases militares misilísticas apuntando a Estados Unidos dentro de su territorio.

Hoy se puede afirmar que la situación precedente a este presente, de una OTAN unipolar con patente de corsario para llevar adelante barbaridades de todo tipo en cualquier lugar del mundo, ha fenecido en la noche moscovita del 22 de febrero del 2022.

Hace unos años, Estados Unidos decidió intentar desestabilizar Rusia desde Georgia. Más acá en el tiempo, desde Armenia, y en estos últimos meses desde Kazajistan. En todos los casos las conspiraciones fueron derrotadas y Estados Unidos y sus subordinados se retiraron en silencio. Falta saber que pasará en el Donbass.

Por el momento la OTAN dice tener más poder del que puede demostrar.

Y esta “insubordinación refundante” de la Federación de Rusia parece abrir las puertas, con un costo que pudo haberse evitado, a un nuevo mundo multipolar donde el patotero del barrio ya no pueda extorsionar a todos sus vecinos.

*** Marcelo Brignoni – Analista de política internacional.

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