DILEMAS Y ESCISIONES EN EL KIRCHNERISMO ACTUAL


Por Eduardo Medina   *** 

En el presente artículo, el politólogo Eduardo Medina analiza la situación actual del kirchnerismo en tanto parte del Frente de Todos y de una cultura política asediada por la pandemia. El pasaje por el macrismo, su relación con el peronismo y las fragmentaciones que se producen al interior del movimiento. Finalmente, una mención al querido Horacio González, como aquel precursor que con pasión y abnegación más trabajó sobre todos estos temas, dejando las bases para seguir con esta tarea.

Cuando el 9 de diciembre de 2015 Cristina Fernández levantaba los brazos frente a una Plaza de Mayo desbordada, el fin de una época golpeaba dramáticamente las puertas de innumerables corazones frente a ella, y alrededor de ella. Eran las nueve menos cuarto de la noche. Estallaban los papeles, sonaban los Redondos y comenzaba, pocas horas después, la angustiante era macrista.

Algo hacía adivinar que no sería como en el final del menemismo, cuando el gobierno de la Alianza parecía venir a aplastar la fiesta impune de los 90 y casi que borrarla de la memoria. No. El kirchnerismo se quedaba cantando que iba a Volver, con una “V” mayúscula que remitía a décadas pasadas. Que no solo iba a volver esa militancia, sino que también volvería con Cristina y con una nueva generación de jóvenes dispuestos a completar y complementar la Década Ganada. El macrismo era solo la parte de suspenso en una película con final feliz. Había cierto aire determinista en el ambiente. Una épica y una mística de antaño descendían (de nuevo) a las corrientes profundas.

Lo que el movimiento originado por Néstor Kirchner pareció haber perdido en esos cuatro años oscuros fue solo su representación institucional.
 De un plumazo, en los distintos estamentos del Estado, nadie pareció ser kirchnerista. Los que no se subieron al globo amarillo, habían hecho un rápido pasaje a un peronismo dialoguista, de acuerdos, de armonía, “light”si se admite la expresión. Reivindicar las políticas tantas veces festejadas era poco menos que una vergüenza. Había una culpa muy grande que no podía ser identificada en su constitución. El discurso oficial y el asedio de la prensa derruían algunas identidades, mientras que se comprimían y sellaban por tiempo indeterminado algunas otras.

El triunfo del Frente de Todos en 2019 ponía a la épica popular nuevamente a trabajar en el corazón de los kirchneristas. Operó en las conciencias un tiempo de renovación, de cambio en favor de las grandes mayorías, de recuperación de lo logrado y de alcanzar aquello a lo que no se pudo llegar antes de 2015. Pero también hubo lugar en esos espíritus para la reivindicación, ánimos de revancha por las afrentas sufridas en los tiempos recientes. Es que el kirchnerismo no solo vio con pavor cómo se llevaban presos a los suyos, sino que también observó estupefacto cómo se daban de baja políticas, programas y proyectos insistentemente defendidos durante su primer ciclo. Un vendaval de saña y resentimiento que la derecha más anquilosada y sucia de Sudamérica le tenía guardada desde hace años.

Pero la pandemia trastocó los tiempos políticos y sociales de una manera radical.

La parte albertista de la tríada enfocó sus esfuerzos de lleno en lo sanitario, afectando con esto directamente otras demandas por mucho tiempo sostenidas.
 Por un periodo de casi dos años (bastante para un país como el nuestro), esta prioridad establecida por la pandemia tuvo un efecto de sometimiento de las pretensiones de otros actores, principalmente de aquellos que acompañaron al Frente. Pero, cuando no hay canales ni formas para que los reclamos y demandas tengan su curso, aun en lo interno de una coalición y en un contexto catastrófico como el que vivimos, tarde o temprano los cruces, las acciones y las afrentas empiezan a cobrar vida propia. Las contradicciones, verbales por naturaleza, saltan a lo público, como así también las oposiciones que se empiezan a generar entre los distintos bloques de poder, internos y externos.

El Frente de Todos pone al kirchnerismo día a día en un jaque agónico. Si fue por todo hasta 2015, y si durante el periodo macrista bancó los trapos y “retrocedió golpeando” como diría Wanfield, en esta nueva etapa, pandémica si se quiere, no son sus convicciones las que están en juego sino las potencialidades que antaño supo explotar. Sobrevivió a la muerte de Néstor Kirchner y a la arremetida de Cambiemos ante el certificado de defunción que muchos les extendieron. Ahora todos se preguntan si podrá ser parte de una coalición demasiado formal para su gusto, sabiendo que ese sistema es su ¿única? posibilidad, pero también su techo.

Desde hace más de una década, el kirchnerismo centra toda su fuerza en el sostenimiento de su propia “ideología” [¿será una blasfemia este término?]. Desde luego, esa “ideología” es etérea, maleable, difusa de a ratos, pero sin dudas que está más firme que la del peronismo actual, ese que dispara del kirchnerismo como viendo a un fantasma, aun integrando el Frente de Todos y festejando muchas de las medidas que llevan el sello de agua del kirchnerismo.

Con el dogma de Conducción política que reza que hay que dar las respuestas a los problemas particulares, adecuando dichas respuestas al tiempo y al espacio en el que toque actuar, el peronismo menemista, el duhaldista o el más reciente de Pichetto, fue resquebrajando en tantas partes su espacio de acción, que en cierto modo se ha disuelto. El kirchnerismo, poco institucionalizado como sabemos, ha sido más orgánico en ese aspecto, no solo porque la línea está marcada por su líder, sino porque sus antagonistas lo reducen a un lugar que le termina siendo cómodo, por costumbre y convicción.

Pero el kirchnerismo también da muestras de resquebrajamientos, no por traicionar sus principios, sino justamente por no poder volcarlos a la arena política. Las potencialidades vedadas de las que antes hablábamos.

Con la llegada al gobierno nacional de la alianza Cambiemos, algunos referentes imaginaron “un kirchnerismo sin Cristina”. Ahí estuvieron Randazzo, Bossio o Abal Medina, por ejemplo. También organizaciones sociales y piqueteras que antaño fueron aliados incondicionales y que luego decidieron aclimatarse. Más cercano a nuestro tiempo, se incorporó a ese staff sedicioso Guillermo Moreno, quizás preso de su ego por ser en algún tiempo emblema del movimiento. Todos fracasaron. Nadie entendió que al cierre de la identidad kirchnerista lo otorga Cristina y que, fuera de eso, no hay kirchnerismo ni desplazamiento identitario que pueda darse. Ese círculo está cerrado y toda crítica tiene que hacerse dentro de esa lógica, pero claro, pagando la entrada para dicha temeridad con trayectoria comprobable y anteponiendo el credo explícitamente.

Hay un punto en el que Cristina toma las enseñanzas del Viejo Líder: dejar hacer.  Principalmente, dejar hacer al interior de su propio espacio, sabiendo que la ramificación y diversificación suma más de lo que resta. Muchos no han entrevisto nada en esa puerta. Asimilando entonces que la crítica está vedada y allí solo sirve la complacencia, se mudan a otros lares pregonando exilio, cuando no son más que auto-desterrados.

Soberanxs es la movida más interesante producida al interior del kirchnerismo
, tal vez la primera en su numen. Con un equilibrio extremo, maneja los hilos de la crítica y de la reivindicación en un mismo tempo. Congrega al kirchnerismo más duro, al más indomable, no tanto por sus acciones, sino por su “vamos por todo” que no se agota nunca, aun en las peores condiciones. Pero Soberanxs también convoca en su léxico a una palabra tan simple como profunda a la vez en el discurso político: futuro. Desde la llegada de la pandemia, el futuro había sido desterrado de las expresiones del Frente, sucumbiendo a la inmediatez del drama vivido. Sobran razones para justificar este déficit, pero también para cavilar lo necesario que es tener en cuenta el inconmensurable Todo, incluyendo ahí a las subjetividades y a las miradas que estas puedan tener de un gobierno. El político necesita ver constantemente su reflejo en el espejo para que este no lo sorprenda luego con una imagen distorsionada. Soberanxs trata de devolver una imagen pareja, ensamblando aciertos y falencias, sin saber si aun esta a tiempo, o si ha llegado a tiempo.

¿Se seguirán produciendo fragmentos al interior del kirchnerismo?
 Seguramente que sí. No es solo un treinta por ciento del electorado. El kirchnerismo es también una cultura y una forma muy rica de pensar la historia, la sociedad, al Otro en la política. Las dudas de sus referentes se entrelazan oblicuamente con las angustias de quienes transitan por su identidad. La pregunta incontestable no está dada para conocer el espíritu que lo anima (eso ya se sabe), sino para saber hacia dónde dirigirá sus potencialidades cuando el nuevo ciclo institucional llegue a su fin. Seguramente estará anudado a la figura de su líder, pero con trastocadas demandas, difíciles de gestionar tanto técnica como políticamente. Solo deja que una voz lo ordene, es verdad, y en ese sentido guarda relación con su directo antecesor, pero necesita de futuro y no solo eso, sino que también desea intervenirlo desde sus cimientos. A diferencia del peronismo posdictadura, construye o repara con sus propias hipótesis o aparatos de lectura espacios estatales y no-estales (“Memoria”, “El Otro”, “Igualdad”) e incorpora esto a su capital identitario. El kirchnerismo se hace cada vez más consistente en un mundo volátil o, como diría el filósofo polaco, “líquido”.

Peronismo y kirchnerismo están escindidos, han sido cortados en algún punto que ambos compartían y la violencia originaria producida por este acontecimiento nunca fue trabajada
. Ese punto esta dado en un tiempo histórico, no lineal desde luego, que puede ser dado a partir del 25 de mayo de 2003 o bien durante el llamado “Conflicto del campo”. Desde el punto que sea, lo que tenemos frente a nosotros nos seduce más por su interrogante que por sus figuras concretas.

Nuestra cultura nacional es proclive a generar esos artefactos, esos elementos sociales creados con todo lo que hay alrededor, pero nuevos y distintos. Ricardo Piglia lo marcaba muy bien hablando de Sarmiento o Borges. El peronismo y el kirchnerismo son hechos singulares que tienen el maravilloso don de trascender ciclos institucionales y permanecer anclados en las corrientes profundas. Pero es justamente esa singularidad tan finita la que desde hace más de 70 años impide conceptualizar la razón populista que mueve las aguas en las que hasta hoy nos encontramos.

Arrojarnos a la tarea de analizar el kirchnerismo es también y de algún modo homenajear a quien más se arriesgó a pensarlo, el insoslayable y extraordinario Horacio González. Nuestra orfandad de él es vacío, pero también abnegación por seguir interpretando lo que nos rodea.

Foto: María José Minatel

Horacio González dudaba entre dos formas conceptuales para pensar el dilema y la escisión que nos trae hasta aquí. O bien el kirchnerismo había salvado al peronismo, o bien el kirchnerismo había absorbido, integrado, al peronismo. La duda se transformaba en inclinación por la segunda opción, sin dejar de pensar que ambas podían complementarse mutuamente. González era partidario de pasar a otro capítulo de la historia argentina, en donde el peronismo siga tejiendo el entramado de las memorias sociales, pero ceda su lugar al kirchnerismo.

“El kirchnerismo es atrevido pero sumiso a la vez” escribió González en noviembre de 2008. Para pensar semejante afrenta, al peronismo justamente, el kirchnerismo requería (¿requiere?) de escrituras que le den sustento a su posición y a su inevitable trascendencia. Horacio alentaba la idea de que estas escrituras se produjeran, aun en los tiempos inhóspitos y sin sentido como el que hoy atravesamos. Muere sin ver este deseo cumplido, o al menos sin ver que otros ensayaran, como él lo hizo con tanta pasión, las respuestas que un dilema popular de esta magnitud nos demanda. El humanismo por el que buceó hasta sus últimos días quizás sea el nombre genérico con el que podamos pensar las subjetividades que hoy se entrecruzan en nuestro campo popular.

En los destellos míticos del kirchnerismo, nos encontramos con el caleidoscopio con el que González trabajó la luz de su escritura durante todos estos años. Él también le dio consistencia, la que pudo, la que el lenguaje nos permite según el tiempo que habitamos. No sin dificultad, podemos observar rastros, pistas y formas de su prosa en cada recodo de nuestra cultura nacional, la que pasó y la que vendrá. De alguna manera, un precursor. Debemos honrarlo cada vez que podamos, no para exaltación de su figura, sino para bien nuestro. Para esa empresa, en uno de sus textos más logrados, hablando de su amigo y maestro Roberto Carri, Horacio nos dejó tal vez su epitafio y su bandera: “fue un ensayista, es decir, aquel que lucha contra la fatalidad incompleta de la expresión”.

***  Eduardo Medina – Politólogo. Facultad de Trabajo Social. Universidad Nacional de Entre Ríos

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