HEGEL PATAS PARA ARRIBA

 

Por E. Raúl Zaffaroni   ***

LA NATURALEZA, SUJETO DE DERECHOS / Mientras los pueblos que sabían que del respeto a la naturaleza dependía su supervivencia dialogaban con ella, los colonizadores negaron su lenguaje, impusieron su saber de dominus e hicieron que el método científico apareciera como la única vía de acceso al conocimiento.

Fotos: Sebastián Miquel

En ese camino, en el que siempre un sujeto interroga a un objeto porque quiere saber para dominar, no se busca la verdad, sino solo aquella verdad que confiere poder. En tanto, a los saberes populares propios de las culturas resistentes de nuestro sur se llega mediante un proceso de diálogo horizontal, en el que la verdad que se busca no es otra que la que permite seguir viviendo a la comunidad. Por eso, ahora que el derecho constitucional balbucea el reconocimiento de la personalidad de la naturaleza, el quehacer principal es la recuperación de la capacidad de comunicación fraterna.

Los grandes relatos del Norte se desarmaron. La Filosofía de la historia de Hegel fue un cuento de niños para adormecer a los pobres en melanina del Norte, aunque tampoco lo logró con los que allí tenían hambre. Marx se limitó a acostar a Hegel. Luego el norte creyó que la implosión de la Unión Soviética era el fin de las ideologías, pero fue solo la quiebra de los grandes relatos del Norte, dado que el oxímoron publicitario e inmoral del autodenominado neoliberalismo no merece ser considerado ideología.

Desde nuestro sur –porque hay otros sures–, hace tiempo que no nos conformamos con acostar a Hegel, pues vimos la necesidad de ponerlo cabeza abajo, dado que de ese modo resultamos nosotros, es decir, todas las víctimas del colonialismo originario, del neocolonialismo oligárquico y de seguridad nacional y, ahora, del colonialismo financiero tardío. El cuento de niños que glorifica el avance eurocéntrico de la historia estaba armado con inteligencia, de modo que es un buen índice para escribir sus contracapítulos, agregándole los posteriores al momento en que el cólera mató a Hegel.

Y en estos capítulos surgen nuevos actores de la historia, hasta hace poco ausentados en los grandes relatos del Norte colonizador.

Marx había hecho hablar a los obreros hambreados del norte, pero nada más.
Ahora hablan las mujeres, cuya subhumanización había sido el presupuesto necesario de la colonización, indispensable para configurar las jerarquizadas sociedades guerreras, sin las cuales no les hubiese sido posible sembrar sus genocidios sobre todo el planeta.

Y al poner a Hegel patas arriba, también aparecen los pueblos del mundo, con mayor o menor melanina, que fueron subhumanizados en los cinco últimos siglos, que todavía sufren sus secuelas y ahora oponen resistencia a la actual etapa colonial financiera.

Pero también apareció con fuerza la naturaleza, que nos habla señalándonos los límites impuestos por nuestra condición de habitantes de la superficie del planeta. Hasta ahora estaba ausentada, bajo la torpe idea de que éramos sus dueños, cuando solo somos una parte de los huéspedes de su frágil cáscara y, además y sin duda, la más dañina.

No existe ningún gran relato que explique los nuevos protagonismos, pero nos acostumbraron a los grandes relatos. No sabemos si son necesarios, pero igual se buscan y, debido a esa vocación de gran relato, los nuevos protagonistas andan peor que los personajes de Pirandello, porque no solo buscan autor, sino directamente el libreto que, con lo que el querido Boaventura de Souza Santos llama la epistemología del Norte, es imposible elaborar.

Por eso, obsesionados por la búsqueda del gran relato, cuya ausencia da la falsa impresión de una intemperie intelectual, los nuevos protagonistas chocan a veces entre ellos y ellas, discuten, yerran acerca del verdadero contrincante, pretenden hablar en nombre de la naturaleza sin escucharla. Todo debido a que una parte de los monos locos que un día empezaron a hablar terminó creyendo que todo se comunica con sus palabras y dejó de comprender los otros lenguajes.

De allí el tremendo embrollo de las múltiples ideologías verdes, que se mueven desde la egoísta defensa de los cotos de caza de las élites hasta la absurda exigencia de que los pueblos se mueran de hambre por no tocar nada de la naturaleza y, en medio, una reiterada frase hueca: desarrollo sustentable.

Los pueblos que sabían que del respeto a la naturaleza dependía su supervivencia dialogaban con ella, pero los colonizadores arrasaron con sus economías, las subestimaron como de subsistencia y a sus sociedades como estáticas –cuando ninguna sociedad lo es–, y negaron el lenguaje de la naturaleza.

Los colonizadores no solo mataron y sometieron a servidumbre a los seres humanos, sino que impusieron su saber de dominus, señorial y patriarcal, destinado a dominar a la naturaleza y a los humanos. El mono hablante colonizador perdió su capacidad de diálogo, cree que su saber señorial es la única vía de acceso al conocimiento. No se percata de que –como dijo Rodolfo Kusch– la ciencia es solo una propuesta cultural más, proveniente de un Occidente que ordena la realidad según una determinada perspectiva. Agregaríamos que siempre es la de sus intereses colonizadores.

Este método científico –como observó Foucault– es hijo de la inquisición, que pasó de la lucha ordálica (de la prueba de Dios por el duelo) a la interrogación o inquisitio, pero luego ese método se extendió a todo el saber científico. Aunque no se aceptase esta tesis, es incuestionable que el método occidental de obtención de la verdad es por interrogación, en que siempre un sujeto interroga a un objeto.

Este camino de acceso a la verdad del Norte presupone un humano situado en posición de superioridad frente a un objeto (ente humano o no humano) porque quiere saber. Pero ¿para qué quiere saber el científico del Norte? La respuesta la proporcionó Francis Bacon en 1626: para dominar a la naturaleza.

Este objetivo limita su conocimiento, porque no busca la verdad, sino solo la verdad que confiere poder, por lo cual fuerza al objeto a responder, incluso bajo tortura, tanto en el proceso inquisitorial como en el saber científico, que no se detiene ante la vivisección, los experimentos de Eugen Fischer en África, de Mengele en los campos de exterminio o en la privación de tratamiento de la sífilis en Tuskegee y en Guatemala.

Pero, respecto de la naturaleza, como nunca el objeto sabe lo que el sujeto quiere saber, responde con toda su entidad. Cuando el científico fuerza a la vaca para que le responda cómo obtener más leche, recibe un mugido en respuesta, es decir, la vaca le responde con toda su vaquidad, porque tampoco puede hacerlo de otro modo.

Pero como el científico está preparado (como sujeto cognoscente) para recibir únicamente la respuesta que interesa a su objetivo de poder, no puede digerir o asimilar la totalidad de la respuesta entitativa. Se produce así lo que la etimología latina grafica con meridana claridad: la parte no digerible de la respuesta entitativa que se le lanza (yecta) en contra (ob), se le acumula encima y lo va aplastando, lo yecta hacia abajo, lo su-jeta. El objeto lo sujeta.

El dominus resulta su-jetado, yectado hacia abajo, aplastado como humano. La incapacidad para escuchar (hören) la parte de la respuesta que no interesa para su poder lo aliena, deja de pertenecer (gehören) al mundo real y tan aplastada queda su condición humana que llega hoy a creer que su objetivo existencial es reunir infinitos números que representan papeles inexistentes. Algo de esto dijo uno de los pensadores eurocéntricos más sagaces al emprender la crítica a la tecnología (Heidegger), aunque con tónica pesimista, porque la perspectiva del Norte no brinda salidas.

En todas las culturas resistentes de nuestro sur rigen principios o reglas éticas básicas correspondientes a sus cosmovisiones, que también regulan sus propios caminos (métodos) para llegar a la verdad. El más próximo a nosotros es el buen vivir o sumak kawsay de la Pachamama, pero no es el único ni mucho menos, porque todas las culturas colonizadas –de América, África, Asia y Oceanía– acceden a saberes ancestrales por caminos diferentes a la inquisitio. Todos ellos imponen el respeto a la naturaleza, que no resulta de ningún mandato divino, sino del método de acceso a los saberes colectivos, consistente en un proceso de diálogo horizontal, sustancialmente diferente del vertical (jerárquico).

A los saberes populares no se llega mediante el interrogatorio jerárquico del dominus, sino por medio del dialogus horizontal del frater, de lo que resulta un saber colectivo sin monopolio individual y del que tampoco hay un descubridor, sino que lo son todos comunitariamente. No hay un pater o patriarca que interroga desde su posición dominante, sino un conjunto de fratres que dialogan buscando la verdad en una suerte de mayéutica colectiva, porque la verdad que buscan es la que permite seguir viviendo a la comunidad.

El método no responde al esquema patriarcal sujeto/objeto, sino al de persona/persona, no sólo cuando el otro es un humano, sino también cuando se trata de un ente no humano al que se debe respetar para vivir, dialogando con animales, plantas, ríos y montañas.

Nuestro derecho constitucional balbucea ahora el reconocimiento de la personalidad de la naturaleza. El norte conoció relámpagos de este diálogo, que desechó rápidamente, como el del hermano lobo franciscano, pero si san Francisco dialogase hoy con el lobo, en el norte le aplicarían el chaleco químico. La supervivencia de la humanidad dependerá de la recuperación de la capacidad de comunicación fraterna, de la que, entre otras tantas cosas, nos privó el colonialismo genocida.


E. Raúl Zaffaroni

Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

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