RADICALISMO CEREBRAL: DIAGNOSTICAR SI FESTEJAR

 

Por Julián Ferreyra   ***

El autor advierte sobre el riesgo de degradar la discusión democrática y el debate público por la vía de la psicopatologización de lo político.


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Facundo Manes, diputado electo por la UCR-Juntos por el Cambio, comenzó formalmente su carrera política diagnosticando al presidente de la Nación con anosognosia (del griego: a, prefijo privativo + nosos, enfermedad + gnosis, conocimiento), es decir, el desconocimiento de una enfermedad o dolencia.
Dicho término no remite estrictamente a lo que coloquialmente pensaríamos como “negación”, ni mucho menos a lo propio de alguien testarudo o necio frente a su situación, sino específicamente a los efectos de algún posible déficit neurológico que suele asociarse y describirse como uno de los síntomas iniciales de la enfermedad de Alzheimer. Hasta aquí, entonces, podríamos consignar un uso incorrecto y banalizado de una sintomatología descripta y circunscripta por la disciplina que el diputado ejerce o ejerció, la neurología; o lo propio de los neurocientismos (reduccionismos del saber en neurociencias aplicados directa y acríticamente a situaciones complejas en salud mental) que el personaje aludido nos tiene acostumbrados. Ahora bien, así como lo anterior redundaría en una disquisición técnico-profesional, más preocupante aún resulta la operación retórica en la cual se aplica un supuesto saber legitimado socialmente, el de la medicina, como sentencia inapelable en torno al accionar político de su adversario. Digo “sentencia” como también podría decir agravio o falta de respeto, dado que ni siquiera se trata de un “diagnóstico [a la distancia]”: éste último existe solamente en el interior de un acto clínico atravesado por los principios éticos y deontológicos requeridos.

Paréntesis: un diagnóstico es siempre a distancia, mejor dicho, construye una distancia que eventualmente puede resultar conveniente y reparadora, sobre todo cuando quien porta determinado saber reconoce el carácter falible, aproximado y en ningún caso determinante de una categoría nosológica. Las personas usuarias de los servicios de salud tienen derecho a conocer su diagnóstico en el marco del pleno resguardo de su intimidad, así como también a no ser estigmatizadas u objetivadas por los mismos. A su vez, entre otras legislaciones vigentes, la Ley Nacional de Salud Mental 26657 plantea en su artículo tercero que «en ningún caso puede hacerse diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva del estatus político de una persona” ni tampoco, por extensión, sobre conductas y gestos político-ideológicos.

Volviendo, dicha ofensa fue justificada apelando a una suerte de criterio de realidad desviado por parte del presidente, esto es, a lo incongruente de festejar un resultado que no fue triunfo. Lejos de argumentar o criticar desde razones políticas, estratégicas o pragmáticas, Manes atacó con la anosognosia; cabría preguntarse si sólo detenta no otro sino solamente su saber profesional, o si íntimamente reniega de la discusión político-ideológica (recordemos que fundó el partido “Que se vayan todos” en 2001) y se monta sobre su rasgo más prestigiado, el de neurocientífico objetivo y apolítico, que por sondeos y focus groups está advertido de su eficacia sugestiva. No interesa especular sobre su estrategia, pero sí poner en consideración algunos efectos performativos, a saber:

1. Si el presidente es dicho diagnóstico, no tendría sentido diálogo alguno desde la oposición, siendo su negativa justificada más por razones “científicas” que políticas;

2. La vicepresidenta, mujer, es “loca, bipolar o desmedida” y el presidente, varón, estaría cursando los primeros signos de una enfermedad incapacitante y, por ende, habría que pensar con urgencia en alguien “sano” en la línea sucesoria;

3. La fiesta peronista se comprueba como indefectiblemente desmesurada, irracional y ahora también patológica, siendo urgente e incluso “humano” clausurarla;

4. La culminación de una elección nacional, es decir la democracia, no sería motivo de festejo suficiente.

“De mí nunca va a salir un ataque, me formé para curar y vengo a sanar la política”,
 dijo en una entrevista, en donde se lo fotografía con guardapolvo blanco; hace pocos días declaró que se requería de centros y no de extremos (en referencia a los “libertarios”) para “estabilizar” al país. ¿Neuromesianismo? Habría en Manes una nueva expresión de dicho partido centenario, que al enunciarla parecerá un chiste y lo es, por su seriedad: un radicalismo cerebral que pretende reducir la dramática nacional a parámetros que ni siquiera son científicos sino, antes bien, de un sentido común más próximo a la moral salubrista del siglo pasado, o a cierto espiritismo neuroliberal, que a los desafíos impuestos por la crisis sanitaria que atravesamos a nivel mundial. No omitamos que alguien “estable” suele ser un sujeto fuertemente intervenido por el saber biomédico, siendo dicha homeostasis frecuentemente próxima a diversas formas de desubjetivación. Un ciudadano centrado y estable es condición para un sujeto apolítico, neuropolítica e individualismo mediante.

No es la primera vez Manes incurre en faltas éticas graves lindantes a la mala praxis.
 Sería oportuno que algunas de las instituciones académico-científicas de las cuales pertenece expidiera críticamente al respecto, más aún tratándose de un profesional matriculado. Antes bien, sería interesante que un partido político centenario como la UCR intentara valerse de la experiencia, saber y recorrido de sus militantes y dirigentes en pos de construir una retórica política, tan crítica como la ética lo permite, evitando así degradar la discusión democrática y el debate público por la vía de la psicopatologización de lo político. Esto, si es que sigue siendo un partido supuestamente hermanado a los valores republicanos. De lo contrario, el supuesto gesto de diferenciación con expresiones francamente de derecha y fascistas como las de Milei no habrá sido más que oportunismo circunstancial. Si hablamos de violencia política, nada peor que la banalidad del diagnóstico sobre un adversario y su reverso: su anulación como sujeto político.

Julián Ferreyra es psicoanalista y docente en Salud Pública/Mental II, Psicología-UBA. Compiló Neurocientismo o Salud Mental (Miño y Dávila, 2019) junto a J. A. Castorina.

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