MISIONES Y EL CENTRALISMO PORTEÑO


por Rubén Emilio Tito García   ***

En la sesión del 21 de junio de 2012 la Cámara de Representantes con la firma de su titular, Ingeniero Carlos Rovira, comunica al Poder Ejecutivo que gestione la restitución de la obra realizada en 1939 por el artista plástico Luis Perlotti, hasta hoy día en manos ajenas, por pertenecer al Museo Aníbal Cambas.

Es Puntual el proyecto de comunicación cuando se refiere a la figura del prócer: “Mencionar al Comandante General Andrés Guacurarí es remitirnos al capítulo más caro de nuestros sentimientos en la Historia de la Provincia de Misiones: en efecto, ningún otro natural de esta tierra encarna tanto los valores de coraje, humildad, entrega y sacrificio en pos de una causa: la libertad”. Después, testimonia sobre un sentimiento muy misionero al afirmar: “Estamos inmersos en un proceso de reinscribir la verdadera historia, no la escrita por el *centralismo porteño*, para restituir a los protagonistas de nuestras raíces el sitial que se merecen”.

Este concepto de real valía, no hace más que señalar y definir la hegemonía porteña que comenzará desde el principio de la Revolución de Mayo de 1810, y que en la práctica sucedió como un gambito que traspasó el régimen virreinal al de la Primera Junta, y en sucesivas etapas continuó con la Junta Grande, Triunviratos, Directores, siguiendo este proceso centralista y de predominio sin solución de continuidad.

En ese rumbo alguna vez se escribió que el interior del país también existe como el sur de Buenos Aires. Expresión que tuvo en cuenta el alegórico tango de Eladia Blázquez “El Corazón Mirando al Sur”. Pues, en sus versos evocativos, rinde homenaje a los más populares barrios sureros de la Capital Federal: Barracas, la Boca, Pompeya y a sus apéndices bonaerenses: Lanús, Banfield, Avellaneda, el lugar donde ella nació, entre otros. Emotivo reconocimiento el suyo, ya que en sus calles aún perduran las cosas sencillas de la vida y el espíritu fraterno de la buena vecindad, modelo de convivencia pacífica muy común de observar en ciudades provincianas. Valores que por supuesto los opulentos barrios del norte porteño lo han perdido hace bastante tiempo, señalando sin reticencia el conflicto político-social y de clases que separan sus fronteras. Circunstancia que, paradójicamente, se da entre Buenos Aires y el resto de las Provincias Unidas, dividiéndonos de hecho en país central y periférico.

Pero, ¿Dónde termina el Goliat Buenos Aires para los porteños? ¿En la Avenida General Paz? O, tal vez, por algún sentimiento de magnánima proximidad admitan por afinidad existencial a los señoriales San Vicente y San Isidro, pero nunca más allá. Porque más allá siguiendo el rumbo se vislumbra el país Federal: el del interior mediterráneo, el del Litoral y más en septentrión el Norte Argentino, nuestra geografía de vida terrena. Nada más, que ahora, no tan pobre ni olvidado como antaño fuera y, por si fuera poco, en ascendente reconocimiento que también existe como el sur de Buenos Aires.

Tal vez por esa ignorancia tan característica de los funcionarios del país central, dispusieron que el 20 de noviembre se conmemore el Día de la Soberanía Nacional, a propuesta del historiador José María Rosas, concomitante a la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas en 1974, y que fuera aprobado ese mismo año por el Congreso de la Nación y promulgada por la presidenta María Estela Martínez de Perón.

Por esa ignorancia, no supieron tener en cuenta la batalla de Mbororé ocurrida el 11 de marzo de 1641. Porque bien debe entenderse que si aquella batalla anfibia sobre el río Uruguay se perdía (se peleó en el agua y por tierra), y si el ejército bandeirante que doblegaba en número a los 4 mil combatientes misioneros hubiesen vencido, dejaba el camino expedito a la invasión del Imperio Lusitano hasta el Potosí, su anhelo goloso. Por ende, la Mesopotamia, el Paraguay, el Alto Perú y la Banda Oriental serían Estados brasileros. Si así hubiera ocurrido, en ucronía pura “La vuelta de Obligado” jamás hubiera sucedido.

En el año 1813 se reúne la famosa Asamblea presidida por Carlos María de Alvear, cuya mayoría de asambleístas le respondían. Sabían de antemano las propuestas traídas por los representares orientales, emanadas del pensamiento de José Artigas, por esa razón, estos diputados fueron rechazados. Los artiguistas pretendían la implantación de la causa federal mediante la instalación de un sistema de gobierno republicano como el que instauraron los gringos en los Estados Unidos. Un modelo de provincias autónomas sujetas a sus propias leyes, pero siempre supeditadas a la ley madre de la Constitución; una república donde Buenos Aires no fuera la capital y las rentas que atesoraba fueran distribuidas equitativamente entre las demás provincias. Una nación de iguales donde la división de los tres poderes del Estado se sostuviera en el cumplimiento efectivo y que los gobernantes fueran elegidos democráticamente por los ciudadanos periódicamente y no se perpetuaran en el poder mediante maniobras envolventes. Aspiraba un puerto en Montevideo y la libre navegación de los ríos para que los productos de interior pudieran comerciarse libremente. Por lógica consecuencia, nuestro Andrés Guacurarí y Artigas sustentó este mismo ideal hasta su postrera derrota.

Con los capitostes del partido unitario o del partido federal en el poder porteño, la hegemonía hacia el interior del país continuaba en forma alternativa, hasta que Rosas tomó el poder absoluto con la ayuda de otro partidario federal: Justo José de Urquiza. Estatus que duró 17 largos años hasta el 3 de febrero de 1852, cuando Urquiza, su antiguo aliado, lo derrotara en la cruenta batalla de Caseros, dando cabida a la tesis de Alberdi de la libre navegación de los ríos. Sin embargo, con el correr de los años, Buenos Aires se convirtió en el Goliat del novel país acentuado su condición hegemónica. Situación determinante para que Argentina siguiera dividida en país central y periférico. Y el periférico con la cabeza gacha.

Rubén Emilio Tito García

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