EL NUEVO GOLPISMO

Por Luis Bruschtein   ***

En esta nota Luis Bruschtein sostiene que luego del resultado de las PASO, la derecha junto a los medios hegemónicos y corporaciones como la AEA, se concentraron en la preparación de un golpe blando, parlamentario, cuyo objetivo fue no sólo reemplazar al presidente sino erradicar todo vestigio posible del movimiento popular.


La carta de Cristina Kirchner no planteó condiciones ni amenazas de fracturas, no adjetivó y tampoco le habló a alguien de quien descontara que fuera a rechazar lo que le dice. Es una carta política, que plantea aportes para un debate que fortalezca la alianza de la que forma parte. Son personas que coinciden en algunos temas y disienten en otros, y son personalidades diferentes. Pero tanto Cristina como Alberto Fernández sobrellevan la responsabilidad por la gestión, sienten las dificultades y la presión de los intereses en colisión en cada medida que toma el gobierno.

Esa carta fue tomada por los sectores más disímiles como una patoteada o como una forma de exponer la ropa sucia. Para otros, la carta demostró que el Presidente es casi lo mismo que los macristas y condicionan su respaldo: “Hasta aquí llegué”, “te voto pero no te acompaño”, y así se escucharon críticas de ese tipo. En los dos casos son personas enojadas.

Mientras en un sector del Frente de Todos se tomaba de esa forma la carta de Cristina, la corporación mediática hacía su trabajo de zapa. Las primeras columnas de Clarín, La Nación e Infobae querían mostrar a un Alberto Fernández sin poder, sin capacidad de reacción frente a la atropellada de Cristina que, según ellos, iba a renunciar después de la inminente y nueva derrota electoral.

Tras cartón, algunos dirigentes del macrismo anunciaron que si resultaban la primera minoría en las elecciones de medio término, iban a reclamar la presidencia de la Cámara de Diputados. Si bien la presidencia corresponde a la primera minoría, la tradición es que aún cuando no sea primera minoría el oficialismo –del signo que fuera– ocupe ese lugar. La razón es simple: el titular de Diputados está en la línea de sucesión presidencial.

Al tercer fin de semana después de las PASO, ya hablaban con toda seguridad del estallido del Frente de Todos, que el kirchnerismo saldría del gobierno y que a Alberto Fernández no le quedaría otra opción que renunciar. Entonces se convocaría a una Asamblea Legislativa para designar al nuevo presidente que cumpliera los dos años de gestión que faltan.

El colmo fue cuando gente suelta que vota o tiene alguna participación en el Frente de Todos, y hasta algunos funcionarios menores, comenzaron a repetir el discurso de los medios macristas, algunos en contra de Cristina y otros a favor, pero todos haciéndole coro a estos medios. No es anormal que ocurra después de una derrota. Es el derrotismo, aflojar en medio de la cinchada y dejarse influenciar por el adversario que ganó. De hecho, el escenario que se planteaba partía de información falsa porque ni el kirchnerismo ni Cristina habían dado señales de retirarse de la alianza. Y cuando todos los columnistas de estas corporaciones coinciden, se trata de una campaña coordinada.

Engolosinada por el resultado de las PASO, la derecha preparaba un golpe blando, parlamentario, al estilo del que dieron contra Dilma Rouseff. Si alguien del Frente de Todos piensa que Alberto Fernández es igual que Macri, no es lo que planteó para nada la carta de Cristina Kirchner.

Todos los frentes implican concesiones –hasta las parejas se conforman así–, pero es más fácil hacerlas cuando se gana que cuando se pierde. En ese momento quedan dos caminos: el debate para recuperar el espacio perdido o la separación. Quedarse en el medio es aceptar una derrota anticipada. Y además, muchos temen más equivocarse cuando apoyan que cuando critican.

El mensaje de la carta de Cristina fue: abramos el debate para recuperar el espacio. De lo contrario, hubiera renunciado como hizo Chacho Alvarez en el gobierno de Fernando De la Rúa. Si se abre el debate es porque se queda, no porque se va.

Empacarse después de la derrota resulta patético frente a la arremetida de una derecha muy agrandada por el resultado de las PASO. En esa ofensiva golpista quedó muy al descubierto que la derecha democrática todavía no es más que una fantasía o muy minoritaria.

La embestida macrista fue acompañada por las corporaciones de la AEA, lo que se vio claramente en el rechazo de las tres grandes firmas de alimentos al congelamiento de precios, que obligó al gobierno a hacerlo por decreto.
Al mismo tiempo operaban sobre el dólar blue para provocar una devaluación.

La suerte del movimiento popular está atada a la del gobierno en su conjunto. La intención del capital concentrado no era solamente reemplazar a Alberto Fernández, sino hacerlo de manera que arrastrara por el barro a todo el movimiento popular, sobre todo al gobernador bonaerense Axel Kicillof, al kirchnerismo, a los movimientos sociales, y a cualquiera que asomara como posible punto de reorganización. No es nuevo, ya lo intentó con la campaña de persecución judicial y de difamación de los dirigentes populares durante la gestión macrista.

El derrotismo es lo contrario del exitismo. Después de las PASO, el exitismo de Juntos por el Cambio le impidió festejar un triunfo que no fue tan contundente como esperaba. Y el repunte del Frente de Todos fue en gran parte por la reacción del gobierno, –en la que incidió la carta de Cristina– y por la militancia que no se dejó arrastrar por el derrotismo. Un aprendizaje democrático es dar la discusión sin bajar los brazos ni convertirse en transmisor del derrotismo.


*** Luis Bruschtein – Periodista.

 

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