Por Lenny Cáceres ***
Suele asociarse la conducta de los pasivo-agresivos con el denominado Trastorno de Personalidad, “que algunos varones tengan un TP y sean pasivo-agresivos, no significa que todos los varones que sean violentos pasivos-agresivos vayan a tener un TP, esa conducta es aprendida y estimulada en nuestra cultura”.[1]
Hablamos de una forma de violencia casi imperceptible, tanto que, al padecerla, podemos demorar mucho tiempo en notarla. Esta es distinta a la violencia psicológica, definida en la Ley N° 26.485 como un tipo de violencia “que causa daño emocional y disminución de la autoestima o perjudica y perturba el pleno desarrollo personal o que busca degradar o controlar sus acciones, comportamientos, creencias y decisiones, mediante amenaza, acoso, hostigamiento, restricción, humillación, deshonra, descrédito, manipulación y aislamiento. Incluye también la culpabilización, vigilancia constante, exigencia de obediencia, sumisión, coerción verbal, persecución, insulto, indiferencia, abandono, celos excesivos, chantaje, ridiculización, explotación y limitación del derecho de circulación o cualquier otro medio que cause perjuicio a su salud psicológica y a la autodeterminación”.
Si bien la violencia silenciosa se manifiesta de muchas de las maneras mencionadas, asociadas a la psicológica, es, en su ejercicio, aún más sutil. Es muy difícil de distinguir y provoca el mismo o mayor daño que todas las otras formas de violencia. Esta diferencia se da en las formas de ejercerla, esa sutileza de la que hablamos hace que demoremos más tiempo en notarla, en darnos cuenta de que nos violenta y lastima.
Es común en relaciones sexo-afectivas, y se da, con mucha frecuencia, en relaciones laborales. Este punto es complejo, puesto que, por diversas razones, no siempre podemos tomar distancia con esas personas, reducir el contacto y mantener el diálogo únicamente a lo imprescindible para el trabajo. El pasivo agresivo aprovechará cualquier ocasión, la mínima que tenga, para ejercer su violencia.
También es muy común encontrarla en el comportamiento de varones “aliados”. Los que están a favor de la libertad, autonomía y poder de las mujeres. Esos a quienes, desde los feminismos, solemos denominar feministos.
Algunas señales para detectarla
En las relaciones afectivas:
Es una forma de violencia que se siente, pero no se hace; la agresión que se intuye, pero no se identifica con claridad. Tampoco es detectable para quien no lo sufre y caemos en el remanido discurso de “pero si es un divino”, “un gran amigo” y así.
En el trabajo:
Te ignora mirando el celular o la computadora mientras estás hablando, e incluso suele hacerlo cuando no hay nadie más presente.
La lista es interminable y seguramente sentiste algunas de estas formas de violencia, e incluso hayas caído en esa trampa sosteniéndola en el tiempo. A veces son conductas aprendidas y no registradas que pueden revertirse y hay casos en que son la base de la personalidad, del carácter, elegidas como forma de vida.
La violencia silenciosa: los pasivo-agresivos
Las formas de abordarla o quitar a la persona pasiva-agresiva de nuestra vida es salir corriendo, aunque no siempre se puede. De todas maneras, debemos identificarla y hablar con otras personas, especialmente cuando al ámbito laboral nos referimos, para que la identifiquen también y se puedan tomar medidas. Cuando es en relaciones interpersonales, sexo-afectivas, la manera es hablarlo. Hablar en espacios de comprensión y contención para fortalecer nuestras herramientas o conocer nuevas y poder tomar la decisión de alejar a la persona que daña.