LA HISTORIA DE LAS MAESTRAS ESTADOUNIDENSES QUE SARMIENTO TRAJO A LA ARGENTINA


Por Claudio Zeiger   ***

Junto a la educadora Mary Mann, el gobierno argentino contrató 61 maestras entre 1869 y 1898. La vida de todas ellas, desde su partida de USA hasta arribar a destinos como San Juan, Catamarca o Paraná, no fue nada sencilla.


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Alejandra Lopez

«Fue la lucha tu vida y tu elemento, la fatiga tu descanso y calma. La niñez, tu ilusión y tu contento.» ¿Tendría Domingo Faustino Sarmiento a esa niñez en la cabeza cuando visitó por primera vez los Estados Unidos de Norteamérica? Exiliado en Chile, partió hacia Europa a estudiar los sistemas educativos más avanzados, misión encargada por el ministro de Instrucción del vecino país. Las ciudades del viejo continente pronto lo decepcionaron. Todo le resultaba rancio. Pero en el último minuto, en Londres, encontró los escritos del pedagogo estadounidense Horace Mann, quien, en su país, en las escuelas públicas, había aplicado la doctrina pedagógica del suizo Pestalozzi. Raudamente Sarmiento partió de Liverpool hacia los Estados Unidos. Y ahí vio la luz, para iluminar la razón en la noche de ignorancia.

“Si a algún país se parecía la Argentina por su extensión, sus novedades, su exigua población y su urgente necesidad de inmigrantes que llenaran un presunto vacío, eran los Estados Unidos”, escribe David Viñas en De Sarmiento a Dios (Viajeros argentinos a USA). “Franklin y míster Mann podían ser además los antepasados quiméricos de un burgués conquistador y plebeyo como era él. La propia novela de aprendizaje de joven pobre del Sarmiento de 1847 al fin apuntaba hacia un centro ágil, estimulante y concreto. Y como en toda historia moral del siglo XIX, los pobres siempre triunfan”.

Mitad padre del aula mitad burgués conquistador, el futuro presidente argentino se deslumbra con los yankees, la modernidad del flirt de las jóvenes norteamericanas, compara un país y otro, una cultura y otra (“Yo viajo en contra de mi propia tierra natal”, escribe en Viaje a los Estados Unidos) y como buen pionero de avanzada prepara el terreno para el regreso triunfal de 1865, donde Horace Mann será reemplazado por su viuda Mary y la niñez por las mujeres en general, y una o dos en particular.

A propósito de la relación entre Sarmiento y Mary Mann, así escribió Viñas (en una insólita primera persona que irrumpe en su punteo de viajeros argentinos por USA): «Contemplo una fotografía de Mary Mann en los alrededores de 1870. El parecido con doña Paula Albarracín me inquieta. Desde ya que no tan polvorienta, pero también sin marido más o menos próximo, con los ojos ahuecados, los bandos en un desaliento que le disimulan las sienes, y las comisuras de los labios como dos tajos que aluden a numerosas expectativas frustradas. Viudas las dos –de un carretero anónimo y patriota episódico, la argentina; de un vehemente pedagogo, la de Nueva Inglaterra- los pasados con esos dos hombres ausentes se les acumulan en los hombros con fatiga, escrupulosamente cubiertos de luto”.

Pero ese pasado será decididamente la prehistoria de un caleidoscopio de historias brillantes y coloridas de unas muchachas en flor. Nada de luto, aunque sí habrá más de una fatiga, drama y melodramas por doquier.

En el prólogo de Las señoritas, Laura Ramos condensa este segundo viaje en los siguientes términos:

“Mann y Sarmiento ya no volvieron a verse. En cambio, el sanjuanino retomó el contacto con Mary Mann cuando regresó a Estados Unidos en mayo de 1865, veinte años después de su primer viaje. Viuda desde hacía seis años, Mary Mann se había instalado en Concord con sus hijos y con su hermana Elizabeth, muy cerca de las Alcott. Si Sarmiento hubiera viajado diez años antes, no tengo dudas que la señora Mann habría postulado para el proyecto a Louisa May Alcott, la inteligente hija de sus amigos. Pero en 1865 Louisa tenía treinta y tres años y ya era una escritora reconocida a punto de viajar a Europa. Decidida a apoyar el proyecto pedagógico de Sarmiento como si fuera propio, la señora Mann organizó una cena en su casa para que el argentino conociera a Emerson, lector de Facundo. En Cambridge le presentó al poeta Henry W. Longfellow, que hablaba castellano, y al astrónomo Benjamin Gould, amigo de Humboldt, figura muy importante para los planes sarmientinos, ya que en 1870 viajaría a Córdoba con su familia para crear el Observatorio Astronómico”.

El “proyecto pedagógico” de Sarmiento y Mary Mann se concretó unos años después de la siguiente manera: entre 1869 y 1898 el gobierno argentino contrató a 61 maestras estadounidenses para trabajar en escuelas normales del interior del país. En muchos casos tuvieron directamente que fundarlas y en otras, ayudar a construirlas, como sucedería en Catamarca. ¿Qué es enseñar en una escuela al lado de fundarla?

Las señoritas, de Laura Ramos, sigue los hilos de la Historia y de las historias –contexto, época, intimidad, vida doméstica, secretos y chismes- de un puñado de mujeres excepcionales o de mujeres comunes en circunstancias excepcionales, que enseñaron, fundaron y construyeron escuelas en la nueva tierra de promisión, la Argentina del desmesurado Sarmiento.

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Alejandra López

Sarmiento, cereales y mujeres

“Imajínese lo que sería un centro luminoso en el interior, una colonia norteamericana, en San Juan, produciendo plata, i cereales, i educando al pueblo”, le escribe Sarmiento a Mary Mann.

Sin rodeos, el prólogo de Las señoritas se titula “Un sueño colonizador”. Evidentemente Sarmiento iba mucho más allá de lo estrictamente pedagógico en cuanto al proyecto de traer maestras para sembrar de saberes el territorio de la patria. Estaba inserto en el corazón de un proyecto de inmigración más vasto que será el que en sucesivas oleadas -1870, 1880, primeras décadas del siglo XX- le terminarán por dar una fisonomía absolutamente distinta al país aunque, por cierto, sucederá lo mismo que se vislumbra ya en el permanente tironeo con las maestras norteamericanas: todo nuevo inmigrante, más cerca del exiliado que del pionero, se sentirá fuertemente atraído por los núcleos urbanos donde por otra parte se concentraban las personas más pudientes y la riqueza de las ciudades-puerto.

Tomando en cuenta quimeras, expresiones de deseo, la megalomanía de los emprendimientos y las situaciones concretas (por ejemplo, de la investigación del libro surge que no se tuvo en cuenta el hecho de que la mayoría de las maestras eran protestantes y eso iba a provocar mucho ruido con la iglesia católica de la Argentina, o que la mayoría de ellas llegaba sin saber hablar castellano, retrasando todo plan educativo), cabe preguntarse qué fue de ese sueño colonizador.

ROSA DARK Y LOUISE DANIELS, DOS JÓVENES MAESTRAS QUE CRUZARON LOS ANDES EN MULA


“Supongo que para su sueño de hacer una colonia americana en la Argentina fue un fracaso, porque ninguna de las maestras se casó con un argentino. Pero este proyecto me reveló que Sarmiento era en más de un sentido federal, el proyecto era federal en su fuero íntimo: él tenía ataques de rabia cada vez que una de las maestras se negaba a ir al interior. Descargaba su ira diciéndoles cosas que un hombre jamás debe decir a una mujer, como contó una de ellas. No le interesaba plasmar el proyecto en Buenos Aires. Su proyecto era nacional”
, reflexiona Laura Ramos acerca de este punto.

“Él era tan federal que intentó reemplazar el término federal por bárbaro, en contraposición al salvaje unitario que habían impuesto los federales. Y estaba tan fascinado con el interior que lo describió como poético en el Facundo. A ese interior mandó a las maestras. Y allí, no en Buenos Aires, ellas sembraron los ideales de honradez, de valoración del trabajo y el esfuerzo y sobre todo de la autonomía de las mujeres. Las camadas de maestras argentinas que sucedieron a las sarmientinas dan cuenta, aunque sea fragmentariamente, de aquella visión del mundo. En ese punto no fue un fracaso. Para mí el triunfo de las maestras fue un triunfo de política familiar, un triunfo político sobre mis padres, que me prohibían leer Mujercitas, libro que yo adoraba: la ideología de Mujercitas, de Louisa May Alcott, de los filósofos trascendentalistas de Concord, conquistó a Sarmiento y por medio de él, por medio de la historia argentina, oficial o de contrabando, llegó a mi patria, a la patria de mis padres.»

-Si tomamos en cuenta el trato con mujeres como Mary Mann e Ida Wickersham, o la señorita Gorman, la primera maestra reclutada con quien habrá muchos conflictos por la resistencia a ir a San Juan, pero también sus consideraciones sobre la mujer norteamericana, libre e independiente en relación a la mujer española e hispana ¿cómo evaluás la posición de Sarmiento en su época respecto de cuestiones de género? ¿Creés que hay en él una incipiente, o más que incipiente, noción de feminismo?
 

-Sarmiento como hijo de su época se deslumbró con la mujer que ahora podemos definir como feminista o protofeminista, que estaba floreciendo en Estados Unidos. Él se encontró en Concord con las hermanas Peabody: las tres mujeres más inteligentes, ilustradas y avanzadas de Estados Unidos y tal vez de su época en general. Elizabeth Peabody es el personaje de Henry James en Las bostonianas, él hace lo posible por ridiculizar a las feministas sin lograrlo. No sólo era sufragista, educadora y reformadora, fue considerada la abuela de los jardines de infantes de Estados Unidos, ella los impulsó y creó. Su hermana Mary Peabody fue quien, al enviudar del educador Horace Mann, se deslumbró con la inteligencia extravagante de Sarmiento y llevó adelante el proyecto argentino. Concord era un enjambre de ideas nuevas, de filósofos revolucionarios, de idealistas. El grupo de filósofos trascendentalistas de Concord lo formaban Emerson, Alcott, el padre de Louisa May, una sufragista militante, Hawthorne, Thoreau y nada menos que la feminista Margaret Füller, una sufragista y reformadora genial. Este fue el grupo con el que se conectó Sarmiento, la flor y nata de las nuevas ideas. Ya sea por su cipayismo pro estadounidense, ya fuera por la originalidad de las ideas, él se dejó subyugar por ellas y las puso en práctica en la Argentina. Él tenía a su lado a otra protofeminista genial, que era Juana Manso. De modo que sí, creo que Sarmiento se dejó inocular por las ideas feministas y por el ideal de mujer independiente que traían estas muchachas.

Clara Gilles, gran reformadora y recitadora que no escatimaba en contar cuentos picantes.


Pioneras, intrépidas y encantadoras

Las señoritas incluye fichas biográficas de las 61 mujeres docentes que viajaron a la Argentina entre 1869 y 1898, pero se concentra en la historia de unas 20 maestras, “las más jóvenes, las grandes pedagogas, las aventureras”.

Laura Ramos accedió a un material excepcional y abundante en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, compuesto de cartas y diarios íntimos que excedieron por mucho lo conocido a través del libro canónico de Alice Houston Luiggi publicado en castellano en 1959: Sesenta y cinco valientes: Sarmiento y las maestras norteamericanas. Con ese material novedoso y original, llevó adelante un delicadísimo trabajo de filtrado narrativo, reconstruyendo con sensatez y sentimiento algo más que un contexto de época o una femineidad “de su tiempo”. El libro abre un abanico de intimidades femeninas tan diversas como excepcionales. Todo el tiempo está atenta al doble registro de una pedagogía que, si bien era de avanzada, no desdeñaba la centralidad de la familia, el matrimonio y la crianza de los hijos en inestable equilibrio entre lo femenino y lo masculino, lo salvaje y vitalista y lo “culto”, el saber y lo público. Finalmente, tratándose de una gran aldea: el irrenunciable derecho al goce y la intimidad plena y una preocupación nada desdeñable por el que dirán los protagonistas de la buena sociedad.

-¿Cuáles son tus historias favoritas de estas mujeres y por qué?

-Una de mis favoritas es Addie Stearns, que resistió a la guerrilla de López Jordán en el edificio de la escuela normal de Paraná. Cuando Addie murió de fiebre tifoidea, en 1871, su marido tuvo que hacer guardia junto a su cadáver en la puerta del cementerio de la ciudad, que no aceptaba protestantes. Para proteger a Addie de los pumas, que se acercaban guiados por el olor en esas noches de verano, Stearns prendió una fogata y la veló, con su rifle cargado, por dos días y dos noches, hasta que la enterró en las afueras del cementerio. Otras favoritas son las dos maestras de Mendoza, que se unieron en un matrimonio no legalizado durante 54 años, y decidieron ser enterradas juntas en Chacras de Coria. O Clara Armstrong, a la que sus alumnas injustamente le decían “elefante” por su corpulencia, una maestra formidable que fue acusada de desfalco cuando se enamoró de un profesor alemán que defraudó a la escuela. O su hermana Frances, que enfrentó al enviado papal en la provincia de Córdoba y provocó la ruptura con el Vaticano. Frances Armstrong recibió piedras, escupidas e insultos de parte de la juventud católica militante, por ser protestante. Otra gran maestra es Sarah Eccleston, amiga de la abuela inglesa de Borges, que en ese momento era joven y muy activa en su papel de dueña del pensionado que alojaba a las maestras, uno de los hallazgos más impactantes de la biografía.

-¿Cómo te impactó íntimamente haber encontrado algo así como los archivos secretos de Luiggi en la Universidad de Duke? ¿Fue lo que te decidió a hacer el libro o ya tenías el proyecto con anterioridad?
 

Empecé este libro pensando que por fin había dejado Inglaterra y que me acercaría a la Argentina. Pero todo el material, el grueso del material, lo encontré en universidades de Estados Unidos, porque algunas familias guardan las cartas familiares en las bibliotecas de las universidades. Así me encontré con los diarios y cartas nunca vistos antes, por investigadores al menos, de las hermanas Atkinson, las dos maestras más jóvenes del grupo, de 20 y 21 años, un material extraordinario. También encontré decenas de entrevistas en hojitas mecanografiadas en el año 1949 por la señora Luiggi, una investigadora impresionante que no sabía que lo era, y que hizo todas estas entrevistas en Argentina y Estados Unidos mientras su marido trabajaba como técnico de una empresa estadounidense en la Argentina y en su país. La señora Luiggi publicó luego un librito muy simpático y lleno de opiniones religiosas y políticas, con datos inexactos y muchas fotos, que excluyó la mayor parte de su investigación. Yo accedí a los Luiggi Papers, que dormitaban en la Universidad de Duke, en Durham, Carolina del Norte, y allí encontré las entrevistas, cartas, diarios, fotos, un material genial. Acá en Argentina, y durante la investigación, me topé con la nieta de los administradores de la finca de las dos maestras que eran pareja en Mendoza, Mary Olive Morse y Margaret Collord, con la sobrina bisnieta de Sarmiento en San Juan y con las huellas de la abuela inglesa de Borges. Jamás en una noche de recorrida por los bares de Buenos Aires Me Mata sentí tanta excitación y frenesí como el de estos descubrimientos. La historia argentina es mi nuevo Buenos Aires Me Mata.

Fragmentos del prólogo de Las señoritas de Laura Ramos

Si bien no emigraron dos mil maestras, como aspiraba Sarmiento, las sesenta y una que llegaron al Cono Sur eran profesionales altamente calificadas excepto dos, que de todos modos tenían una excelente educación y conocían la pedagogía pestalozziana. Aunque viajaron muchas antes y después, en el año 1883 llegaron veintitrés mujeres, distribuidas en dos grupos. El primer embarque de nueve maestras, que trajo el buque Hevelius, también era llamado el grupo de Winona, porque la mayoría de las graduadas provenía de esa universidad, en el estado de Minnesota. El segundo, conocido como el contingente del Maskelyne, liderado por la señorita Clara Armstrong, trajo catorce. De todas las maestras, solo dos se casaron antes de terminar sus contratos. Treinta y seis continuaron enseñando cuando estos se terminaron, y veinte se quedaron trabajando hasta morir en la Argentina.

En términos estrictamente económicos, el proyecto sarmientino fue una catástrofe.
Los gastos representaron el treinta por ciento del total de egresos del país y absorbieron el cuarenta y dos por ciento de los ingresos tributarios. Pero ¿en qué términos debería medirse? Para la gesta de Sarmiento, la construcción de la nación implicaba la difusión de la educación popular y de los valores de la que nombraba como civilización, la formación del ciudadano y su disciplinamiento. Tulio Halperin Donghi escribió sobre el “desgarrado” estilo político de Sarmiento, fundamental en el pasaje del pasado colonial a una definitiva estructuración de la patria. El proyecto de alfabetización sarmientino, con toda la violencia y el degüello que el pasaje de la oralidad al universo letrado arrastró, no dejó de significar una transformación cultural y una orientación hacia nuevos tipos de identidades sociales. En un sentido más general, la fundación de las escuelas normales fue decisiva a la hora de contabilizar el porcentaje de asistencia escolar de Iberoamérica. La llegada de las maestras estadounidenses profesionalizó, o consolidó, la enseñanza como instrumento de las mujeres para forjar su independencia. La impronta sarmientina de remover la cultura hispánica colonial, a la que consideraba un obstáculo para el progreso, se entroncó con el método Pestalozzi, cuya pedagogía no pudo ensamblarse con la tradición escolástica del catolicismo. La nueva pedagogía seguía el orden de la naturaleza del niño, incentivaba la exploración y la observación como métodos de aprendizaje e incorporaba el juego como elemento central para organizar experiencias. Eliminaba la memorización, los castigos corporales, promovía la enseñanza para ambos sexos y para todas las clases sociales, proponía escuelas de oficios para huérfanos y mendigos y postulaba a la educación como herramienta para erradicar la pobreza. Juana Manso, agente de la nueva corriente en el aparato del Estado argentino, insertó la lucha feminista en la búsqueda de un modelo de país. Ella entendía que la emancipación de la nación debía ser también la emancipación del intelecto de sus miembros, y entre ellos estaban incluidas las mujeres.

La mayoría de la información disponible sobre las maestras sarmientinas fue producida por la estadounidense Alice Houston Luiggi, que entre 1948 y 1952 entrevistó a las sobrevivientes, a sus alumnas, sus hijos y nietos en la Argentina y en Estados Unidos y mantuvo correspondencia con decenas de personas relacionadas con ellas. Luego de una investigación minuciosa e hiperbólica, en 1959 consiguió publicar en castellano el libro Sesenta y cinco valientes: Sarmiento y las maestras norteamericanas, por el minúsculo sello editorial Ágora. En 1965 salió la versión en inglés, 65 Valiants, publicada por University of Florida Press. Escrito con un tono anacrónico y encantador, desordenado, sentimental, carente de citas, el libro omite más de lo que su autora supone y, es probable que por pudor y discreción, comenta más de lo que informa.

El archivo con todas las entrevistas y cartas de la investigación fue cedido en 1864, un año después de su muerte, a la Universidad de Duke, donde permaneció adormilado sesenta años. En 2017, poco después de entregar a mi editorial una biografía sobre las hermanas Brontë, casi por accidente me encontré en la Universidad de Duke, un edifico gótico de Carolina del Norte. Allí descubrí los llamados Luiggi Papers, un archivo asombroso que desbordaba en todos los sentidos posibles las doscientas cuarenta y cinco páginas del libro de Luiggi, con un material dramático que parecía no tener límites. Entre otros documentos exquisitos, encontré el diario íntimo de la prima de veintiún años de las niñas Allyn, dos maestras procedentes de la helada Minnesota, que me reveló el nexo entre la abuela inglesa de Borges y las maestras de Paraná. Unas semanas después, en la biblioteca de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, encontré los cientos de cartas que las dos maestras más jóvenes, las únicas no graduadas, enviaron a su numerosa familia durante los tres años que trabajaron en San Juan. Las cartas de las hermanas Atkinson no habían sido vistas por Luiggi, de modo que me encontraba ante un material virgen, virgen de historiografía. A diferencia de los diarios íntimos de otras maestras, que parecían seguir algún modelo establecido de escritura, las Atkinson tenían estilo. El estilo de Sarah Atkinson, la mayor, es cientificista, generoso en los datos y parco en opiniones, contiene sucesos políticos y mucha información sobre la vida de la provincia. Las cartas y diarios de Florence Atkinson, de veinte años de edad y una marcada afición literaria, cuentan las vidas privadas, desde sus aventuras en la cubierta del transatlántico hasta el cruce de los Andes que hicieron a lomo de mula, con notable gracia. Las cartas de las chicas Atkinson revelan dos obsesiones: el pelo y la gordura. Se rapaban, confeccionaban pelucas, dejaban crecer las melenas, temían que les crecieran lacias. Su preocupación por engordar, la aflicción que sentían al bajar de peso, respondían a la moda de la época y también a la inquietud de la familia por la salud de Florence, que contrajo fiebre tifoidea poco des- pués de llegar. En la Argentina me encontré con estatuas, edificios, cementerios, con parasoles y vestidos relacionados con las maestras, con hijos y nietos de personas involucradas con ellas, con las indagaciones y algunos libros de los historiadores locales, con el hallazgo de la sobrina bisnieta de Sarmiento en San Juan. Gran parte de mi investigación transcurrió entre bóvedas y monumentos funerarios, mientras desempolvaba antiguas actas de defunción. Así, en un archivo del Cementerio de la Recoleta descubrí que Agnes Trégent, una maestra formidable que recitaba a los Poetas de los Lagos de memoria, había muerto de paretic neurosyphilis, la enfermedad maldita de la época. La verdadera causa de su muerte fue ocultada con prudencia, ya que podría haber acarreado un grave descrédito para el proyecto de Sarmiento.

Pero fueron las cartas de la maestra Mary Conway, corresponsal prolífica que con sus chismes lustró, o borroneó, las biografías de cada una de las compatriotas que conoció y también de las que oyó hablar, las que pusieron chispa y efervescencia a las historias. A partir de estas cartas Mary Conway se convirtió menos en un personaje histórico que en una fuente espléndida, malintencionada y precisa. No por nada la sobrina de Mary Conway, Helen Conway, cuando le prestó las cartas de su tía a la historiadora Luiggi, le pidió que no publicara “expresiones, opiniones, que son solo para información de la familia… Hay algunos párrafos que no deben, incluso hoy, ser públicos”. A oídas o desoídas del ruego de la sobrina, los párrafos que incluyó Luiggi en sus documentos son suficientes para convertir a Mary Conway en la voz más categórica para narrar la vida íntima de sus compatriotas.
 

 

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