BIDEN, EL NERÓN DE PENSYLVANIA

 

Por Marcelo Brignoni   ***

El analista político Marcelo Brignoni sostiene en este artículo que la acusación de “asesino” del presidente Joe Biden a su par ruso, Vladimir Putin, se enmarca más en el extravío desesperado, originado en la disgregación y la pérdida de influencia internacional de Estados Unidos, que en una estrategia geopolítica.


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Oliver Contreras/Zuma Press

Al contrario de quienes decían que el mundo estaría mejor al terminar con la amenaza de Trump y tener en la Casa Blanca a una persona “equilibrada, razonable y democrática” como Joe Biden, los primeros casi cien días del ex de Obama desmienten a cada paso aquella insólita ilusión.

Después de bombardear Siria en nombre de la democracia y de proferir amenazas de todo tipo a quien no reconozca en el “espíritu americano” al sistema de ideas para acatar y admirar, el presidente estadounidense llevó sus amenazas al nivel del paroxismo acusando al presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, de “asesino”. El motivo: la denuncia del supuesto “control ruso” del sistema político estadounidense.

No es un secreto para nadie, salvo para parte de la desvariada dirigencia política y empresarial argentina, con sus analistas a sueldo, que la disgregación y la pérdida de influencia internacional de Estados Unidos es materia de estudio y de debate en casi todo los centros de análisis de política internacional, aún dentro del propio Estados Unidos.

Basta citar libros como “Las 9 Naciones de Norteamérica”, de Joel Garreau, “La historia de las 11 regiones culturales rivales de Norteamérica”, de Colin Woodard, o los tres maravillosos trabajos del ruso Andrey Martyanov quien publico primero “La pérdida de la supremacía militar: La miopía de la planeación estratégica de Estados Unidos” y luego “La real revolución en asuntos militares” para llegar a su última publicación reciente, “Desintegración: Indicadores del colapso que viene en Estados Unidos” para ver lo que sucede. Los no menos importantes “El Taller del Imperio” y “El fin del mito: de la frontera al muro fronterizo en la mente de América”, ambos de Greg Gandin, un prestigioso académico estadounidense, van en el mismo sentido.

Del lado estatal, la debacle asumida por Estados Unidos se ve reflejada en su “Guía Interna de Seguridad Estratégica Nacional, estabilidad estratégica de Estados Unidos con China y Rusia”, y más recientemente lo que desató el vendaval que observamos, el informe de 23 páginas del Almirante Craig Faller, Comandante del Comando Sur de Estados Unidos, presentado ante el Comité de Servicios Armados del Senado Estadounidense el ultimo 16 de marzo. Allí vuelve a recrear el “Club del Mal” integrado por Rusia, China, Irán, Venezuela, Cuba y Nicaragua. Paradojal texto que denota un auténtico complejo de inferioridad. Desesperación por retomar una hegemonía unipolar que no volverá.

Por otro lado, Paul Craig Roberts, ex Sub-Secretario del Tesoro de Ronald Reagan y portador de una lúcida y veterana mirada republicana, señaló en estos días: “la desintegración de Estados Unidos parece irreversible, debido a que las élites dominantes forman parte orgánica de las fuentes calamitosas de disfunción que han destruido al país, desde la globalización tecnológico financiera”.

Craig Roberts invoca el ominoso riesgo de la “desintegración física territorial” de Estados Unidos ante sus crecientes divisiones étnicas e ideológicas.

A su juicio, la más profunda placa tectónica del terremoto por venir es “económico-cultural”, entre las élites “autoproclamadas ejemplares” de las costas y su dominante fundamentalismo liberal progresista y el supremacismo rural de los WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant) combinado con la desesperación de la White Trash.

Las pruebas de la debacle están por todos lados, pero el gesto desesperado de Biden de acusar al Presidente Ruso de asesino se enmarca más en el extravío desesperado que en la estrategia. Rusia respondió rápida y contundentemente, llamando a consultas a su embajador en Estados Unidos, Anatoli Antónov, según declaró la portavoz de la Cancillería Rusa, María Zajárova.

Zajárova recordó que cerca de los 100 días de gestión, el gobierno de Biden debiera “intentar valorar qué le sale bien y qué no», ante lo que consideró una “falta de conciencia de los estadounidenses” ante la degradación de sus relaciones diplomáticas con la Federación Rusa y los riesgos para ese país que esto implica.

El presidente de la Duma Rusa (la Cámara baja del Parlamento) Vyacheslav Volodin, calificó estas declaraciones como una “ofensa a todos los ciudadanos rusos”, y afirmó que se trata de “una histeria provocada por la impotencia”.

El vicepresidente del Senado ruso, Andréi Turchak fue más allá, y afirmó que esta declaración de Biden representa “el marasmo político de Estados Unidos y la demencia senil de su líder”.

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Todo iba en ascenso hasta que el jueves 18 de marzo, el Presidente Vladimir Putin desescaló el conflicto deseándole buena salud a Biden -no sin ironía- e invitándolo a un debate público transmitido a todo el mundo, pero sólo después de su descanso de fin de semana.

Estados Unidos padece hoy la globalización que otrora impulsó, en un escenario de extrema desventaja, con Rusia y China que tienen absolutamente clara la cuestión nacional de su desarrollo productivo económico.

La desesperación de Estados Unidos por imponer de nuevo un mundo unipolar, es tal vez hoy el principal problema para la paz y la convivencia del mundo.

Las alas del águila imperial están muy viejas y rotas, y exhibir el maletín nuclear no parece suficiente para volver al mundo de los 90.

La pandemia agravó esta debacle, no sólo por los miles de muertos estadounidenses por Covid sino porque ha quedado claro que son los países no neoliberales los únicos que demuestran un interés en el prójimo digno de un humanismo mínimo de convivencia internacional. Mientras Estados Unidos acapara 600 millones de vacunas son Rusia, China e India los principales exportadores de vacunas a aquellos países que la decadente “civilización occidental” dejó abandonados a su suerte y a su muerte.

Es de esperar que el miedo reverencial de parte de la política argentina a las sanciones del Tío Sam, no obture la necesidad argentina de construir y consolidar una política exterior soberana y multipolar, imprescindible para el desarrollo independiente de nuestro país.

Estados Unidos languidece en su nube de drones invasiones, muerte y violencia. El mundo agradece que la unipolaridad ya sea un mal recuerdo. Sería bueno que el anciano Biden lo entienda también.

 

*** Marcelo Brignoni  –  Analista político.

 

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