EL PERONISMO Y LA PESTE

Por Jorge Giles   ***

El peronismo es la única fuerza social capaz de reconstruir el país desde las ruinas que está dejando la pandemia del virus y la pandemia del neoliberalismo, sostiene Jorge Giles en esta nota, y afirma que es preciso cuidar la unidad del campo popular para reconstruir la Argentina, una reconstrucción cuyo eje organizador debe ser la Salud Pública.

Quizá por ser contemporáneos de este tiempo de peste, no advertimos aún la velocidad transformadora con que corre el planeta. No están los abrazos, no están las rutinas presenciales, no está la palabra hablada cara a cara; y sin embargo, nunca como ahora estuvimos tan conectados entre nosotros. Virtualmente, es cierto, pero conectados al fin.

El eje de rotación del sistema global, manipulado durante décadas desde Washington DC, se ha corrido tanto de su antigua ley de gravedad que la sobrevivencia del propio sistema ya no depende de Occidente sino de Oriente y sus cercanías. Hoy todos estamos atentos a lo que harán China y Rusia con las vacunas, con el comercio mundial, con la producción a gran escala, con el intercambio desigual de los bienes. Miramos a los EE.UU. sólo para asombrarnos del derrumbe caótico de la supremacía imperial, pero sin esperar mucho más. Europa, ya sin el Reino Unido, se recuesta sobre si misma a la expectativa de nuevos tiempos más venturosos.

Primera conclusión: hoy dependemos de nosotros mismos. Es ahora o nunca, la reconstrucción de la patria grande.

Es hora de abordar la misión que tienen las fuerzas sociales que intervienen sobre esta realidad que deja la pandemia. ¿Ustedes se acuerdan de las tesis escritas al inicio de la peste en el 2020? Hubo mucho intelectual que tiró su honra al Covid pronosticando el derrumbe final del sistema capitalista y el renacimiento del socialismo a escala mundial. Nosotros, que no somos intelectuales sino apenas militantes de la palabra, escribimos hace casi un año la modesta sentencia de que los miserables serían más miserables, los solidarios más solidarios y que ningún virus haría la revolución. Aquello que sostuvimos en el inicio de la peste, lo reafirmamos hoy. Ningún miserable se volvió solidario, los solidarios son más solidarios que nunca y la revolución sigue siendo un sueño eterno. Habrá excepciones que confirmen la regla, seguro. Pero sí es cierto que vemos un mundo donde se agudizaron los contrastes entre los ricos y los pobres, los buenos y los malos. Perdón por el reduccionismo. Los buenos son los jóvenes que enfrentaron y enfrentan la peste dando lo mejor de sí, colaborando con los comedores populares, con el vecino y la vecina que precisan una mano amiga, anotándose entre los voluntarios para dar la vacuna; los buenos y las buenas son las médicas y las enfermeras que no dan más física y mentalmente, pero siguen igual; son los trabajadores de la educación que imaginaron un aula y un pizarrón y lo compartieron en cientos de miles de clases virtuales. Hay mucha gente buena de la que aprender a seguir soñando que otro mundo es posible. Los malos son los otros, que son muchos más poderosos que los buenos y dominan el mundo.

Segunda conclusión:
la realidad se divide drásticamente entre los que queremos cambiar este mundo y los que se aferran a un viejo mundo de egoísmo y privilegios. Cada uno elige el bando donde estar. Y no vale la excusa de “las relaciones de fuerzas”.

El peronismo nació básicamente con dos alas. Con un ala cobija a los desposeídos, a los condenados de la tierra en versión argentina- africana, a los hambrientos y sedientos, a los desocupados, a los que perdieron todo o casi todo, a los violentados por la represión en todo tiempo y lugar, a los perseguidos y los encarcelados. Con esa misma ala el peronismo es capaz de traer las vacunas y vacunar y hacer una posta sanitaria en medio de la nada.

Con la otra ala, el peronismo es pura transformación de la realidad. Construyó fábricas, laboratorios, puertos, astilleros, barcos, ferrocarriles, puentes, caminos, hospitales, escuelas, universidades. Con esa ala hizo más fuerte al Estado construyendo ministerios para la salud, el trabajo, la cultura, la ciencia, la mujer, el ambiente. Permanece vivo en el tiempo porque es hijo de su tiempo, heredero del país sojuzgado desde Caseros y Pavón. El peronismo permanece nuevo porque su misión histórica no está terminada y quizá no lo esté nunca.

Tercera conclusión:
el peronismo es la única fuerza social capaz de reconstruir el país desde las ruinas que está dejando la pandemia del virus y la pandemia del neoliberalismo que nos sigue disputando, afuera y adentro, el sentido común y la dirección de los vientos de la historia.

El posibilismo nunca hizo historia; y el peronismo que concebimos no es precisamente posibilista. Por eso es que pensamos que, con esas dos alas que les son propias, el peronismo debería acometer y profundizar, más temprano que tarde, las transformaciones realizadas por los gobiernos de Néstor y Cristina. Esta vez el eje vertebrador del país a reconstruir, creemos, debiera ser la Salud Pública. Todas las demás categorías son imprescindibles, la educación, el federalismo, la economía, la democracia; pero en este tiempo catastrófico, la Salud Pública es la determinante.    

Así como la Argentina moderna se construyó alrededor de la Escuela Pública, la actual pandemia, más las que anuncian que vendrán, nos lleva a sostener que en este siglo XXI el hospital, la salita del barrio, la clínica y una política sanitaria apropiada por el conjunto de la sociedad y regida y articulada por el Estado, serán las herramientas  estratégicas para cimentar una sociedad más igualitaria, más solidaria, más sana.

Cuarta conclusión:
esta es la hora de Ramón Carrillo y su fértil descendencia sanitaria.

De todas las categorías políticas que supimos desglosar y desarrollar a lo largo de nuestra historia como país soberano, la salud siempre estuvo en la retaguardia. Se la mencionaba a menudo cuando las campañas electorales, como a la educación. Pero esta vez la pandemia nos demuestra que el viejo refrán de “la salud es lo primero” adquiere un tono dramático y perentorio. Rediseñar el mundo y el país es el imperativo que traduce mejor aquella frase repetida de “no podemos volver a la vieja normalidad”. Si de verdad se cree en eso, entonces hay que impulsar un giro copernicano en todas las acciones de gobierno que lleven a cimentar un nuevo modelo de sociedad y un nuevo modelo de salud, una nueva forma de comunicarnos, de entendernos, de convivir en mejor y mayor armonía con la naturaleza del planeta. Nada debemos esperar de los poderosos de afuera y los poderosos de adentro. La derecha no quiere cambiar el mundo, pese a la pandemia. Por el contrario, los ricos están amasando más fortunas que las que ya amasaban en tiempos de la pre-pandemia. No tenemos amigos entre ellos.

Algunos gobernantes y comunicadores repiten la cantinela de que “el virus no tiene ideología”. Acordamos, pero con dos aclaraciones previas:

A) El virus no vino de Saturno; emergió como producto de la depredación humana sobre el planeta. La fauna y la flora acorralada, desmontada, masacrada, incendiada, saqueada está respondiendo con inundaciones y sequías y como aún así no nos convencemos del daño que ya se hizo a la Madre Tierra, los virus saltaron de su hábitat originario al cuerpo humano para seguir reinando sobre el planeta. Este derrotero perturbador, recién comienza.

B) El manejo y la actitud ante la pandemia sí tienen ideología. Por ejemplo, la derecha conservadora que gobierna la Ciudad de Buenos Aires se muestra como despreocupada ante las consecuencias letales del covid. No le importa tanto si hay vacunas o no para nuestros viejos y los sectores más desprotegidos. Importa que los chicos vayan a la escuela a presenciar cómo se contagian entre ellos y cómo se contagian los docentes y cómo se contagian los porteros, el personal administrativo y el personal de limpieza.

La economía extractiva y la indolencia sanitaria ante el dolor ajeno, sí son reflejos de una ideología que apuesta al lucro infinito de los más poderosos. Es impostergable que la buena política denuncie y desnude estas cosas.

El mundo está quedando en ruinas. Es preciso que seamos conscientes de esta realidad, pero no para bajar los brazos y rendirnos. Por el contrario, es preciso cuidar la unidad del campo popular, con sus fallas, sus contradicciones, sus divergencias, porque nos vamos a necesitar todos y todas para reconstruir la Argentina. A esa reconstrucción debemos ponerle necesariamente un eje constitutivo y organizador y no debe ser otro que la Salud Pública. Porque así concebida, la Salud crea conciencia social y crea organización popular.

Participemos todos en esta épica. No dejemos solos al personal de Salud en la tarea; ellos no nos dejaron solos a nosotros. Ya sabemos que ante una pandemia se paraliza el mundo y entonces es preciso articular nuevas relaciones sociales, culturales, productivas y solidarias en torno al eje de la Salud. Ese debiera ser el nuevo sentido común a construir para esperanzarnos en un nuevo orden civilizatorio que haga posible una vida digna. O al menos, una vida posible.

El peronismo tiene mucho que decir en esta hora de definiciones históricas.

*** Jorge Giles Periodista y escritor. Su último libro publicado es «Mocasines, una memoria peronista», editado por la cooperativa Grupo Editorial del Sur (GES)

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