BRASIL NO ESTÁ EN QUIEBRA

 

Por Juliane Furno   ***

 

Recientemente, el presidente Jair Bolsonaro utilizó la expresión “Brasil está en quiebra” para tratar de justificar la forma inepta e irresponsable en que se condujo la política económica a raíz de la crisis del nuevo coronavirus.

La expresión no es nueva. Usted ya ha debido de escuchar miles de veces la cantinela de que “Brasil quebró” o esta otra: “se acabó el dinero”. De hecho, las reformas aprobadas en este último período -especialmente la medida fiscal que instituyó el techo de gasto y la reforma de las pensiones-, fueron redactadas al dictado de esa consigna.

Puede parecer muy contradictorio lo que voy a decir, pero los gobiernos no quiebran cuando están endeudados en su propia moneda, como es el caso de Brasil. Permítanme ser más clara: a diferencia de las familias o de las empresas, el Estado brasileño tiene soberanía monetaria, imprime su propia moneda y puede – y en situaciones como esta debe-, gastar más de lo que recauda. Nosotros no. Y eso, ¿por qué? Porque el gasto público es ingreso privado. Es decir, cuando el Estado gasta, está generando ingresos para alguien, ya sea para quien recibe una transferencia de dinero o para quien es contratado por el Estado como empresario.

Dicho de otro modo, el gasto público no se «evapora». Piense en un fontanero. Cuando contrata a un fontanero, la cantidad que paga por el servicio desaparece de su billetera. Cuando el Estado contrata al mismo fontanero, recibe una parte importante de lo que gastó como pago por el servicio prestado. ¿Y como? El fontanero gastará una parte importante de lo que reciba en el consumo de bienes o servicios, que están muy grabados. De esta manera, el Estado recibe de inmediato una parte del gasto. Además, al convertir este recurso en consumo, el fontanero está contribuyendo a la preservación de empleos y empresas, que -al no cerrar porque hay quienes consumen-, seguirán aportando a las arcas públicas, con más consumo y más recaudación de impuestos. En resumen, el gasto deficitario del Estado es una forma de inversión, que genera más ingresos para el Estado en el futuro.

En segundo lugar, el Estado puede gastar más de lo que recauda porque, nuevamente a diferencia de las familias y de las empresas, elige la tasa de interés y el plazo en el que pagará su deuda. Para financiarse en tiempos de crisis, lanza bonos del Estado que se venden en el mercado y luego se remuneran, normalmente, con la tasa de interés básica (SELIC). En el caso brasileño, tenemos la tasa de interés más baja de nuestra historia, lo que significa que el endeudamiento tiene un costo fiscal muy bajo. Además, si el título público vence y Brasil todavía tiene dificultades para pagar, simplemente rompe ese papel y emite uno nuevo.

Esta deuda en reales solo quebraría a Brasil si los agentes financieros ya no estuvieran dispuestos a comprar estos bonos del gobierno, lo que nunca sucedió porque, incluso con una deuda pública alta, el Tesoro Nacional no experimenta ningún problema de financiamiento, porque los bonos del gobierno son los activos más seguros que existen, especialmente en tiempos de crisis. Incluso la pendiente de la curva de interés de los bonos a largo plazo ya se ha moderado, lo que muestra un apetito por los bonos del Estado incluso con tipos de interés muy limitados.

Puede parecer extraño, pero las restricciones al gasto público son político-administrativas, no económicas. ¡Lo que impide que el gobierno siga pagando la ayuda de emergencia o utilizando la política fiscal para reactivar la economía, son las restricciones administrativas que nos hemos impuesto nosotros mismos! No es la “falta” de dinero, sino el compromiso político que hemos establecido con el techo de gasto.

La crisis actual es una buena oportunidad para demostrar la falsedad de la afirmación de que «Brasil está en quiebra». Estábamos siendo chantajeados por la inminencia de no pagar las pensiones de los ancianos porque se había acabado el dinero. Ahora bien, en el año 2020, el déficit primario del Estado (la diferencia entre lo que recaudamos y gastamos, excluyendo los gastos de intereses), alcanzará cerca de 1 billón de reales. Y eso que no quedó ningún anciano ni servidor para que le pagaran ese año. Pero si no había dinero, ¿cómo fue posible?

Repito: porque el Estado no tiene limitaciones, a priori, en su nivel de gasto. Lo que pone límites económicos al gasto público es la inflación de la demanda (que en este caso no corre riesgo debido a la gran capacidad ociosa de máquinas y trabajadores); el desequilibrio en la balanza de pagos (si este aumento del gasto del Estado se convierte en ingresos que financian importaciones) o si los agentes ya no están dispuestos a llevar deuda pública en reales. Ninguna de estas situaciones se da en este momento.

Algunos dirán: ah, pero es el alto endeudamiento público lo que está alejando el capital extranjero, lo que está encareciendo el tipo de cambio y generando inflación. Resulta que el problema del encarecimiento del dólar tiene muy poco que ver con el nivel de endeudamiento. Nótese que el momento en que el tipo de cambio se apreció más fue entre marzo y mayo, un momento en que el endeudamiento ni siquiera era un tema de tanta importancia. Sin embargo, en los últimos meses el dólar ha cedido, paradójicamente, cuando consolidamos una deuda bruta elevada. En otras palabras, el tipo de cambio responde mucho más a los elementos externos de los flujos de capital que al nivel de endeudamiento interno.

A diferencia de la década de 1980, cuando estábamos endeudados en dólares, una moneda que no emitíamos, el endeudamiento actual es en reales. ¡Los gobiernos no rompen las deudas en su propia moneda! Más aún teniendo en cuenta que, a diferencia de otros momentos, no solo no estamos endeudados en dólares sino que tenemos miles de millones en reservas de divisas y un superávit en la balanza comercial, lo que nos deja en una situación cómoda para no ser rehenes de una crisis externa y/o de tasas de cambio.

Gastar más, en tiempos de crisis –paradójicamente– es la mejor manera de expandir el PIB y así reducir la deuda pública de manera sostenible, no con la represión del gasto, sino con la expansión de la recaudación. El mito de que Brasil quebró es una disputa ideológica para apoyar un estado mínimo de derechos sociales.*

*** Juliane Furno es doctora en Economía por la Unicamp, asesora parlamentar de la Cámara Federal y militante de Levante Popular da Juventude y de la Consulta Popular.

Fuente: https://www.brasildefato.com.br/2021/01/07/o-brasil-nao-esta-quebrado-entenda-o-porque

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