MANUEL DORREGO: EL CORONEL DEL PUEBLO


Por Pablo A. Vázquez   ***

El 13 de diciembre de 1828, Dorrego fue asesinado por un pelotón de fusilamiento. «Republicano y democrático, su figura se eleva como símbolo de lucha y entrega por el pueblo», describe el historiador rosista Pablo Vázquez.

El calor sofocante, una pampa árida y la esperanza perdida en la llanura de Navarro de aquel 13 de diciembre de 1828 fueron las imágenes que acompañaron al gobernador Manuel Dorrego a su final, con la chaqueta de sus enemigos y la incertidumbre de pensar en su destino ante el pelotón de fusilamiento.

Las intrigas políticas que precipitaron la decisión del general Juan Lavalle y los disparos que segaron la vida del ilustre tribuno marcaron el drama argentino como ningún otro acontecimiento en nuestra historia.

El 3 de agosto de 1827 fue elegido nuevamente como gobernador bonaerense, capitán general de la provincia de Buenos Aires y encargado del Poder Ejecutivo Nacional.

Su impronta gubernamental – que en gran medida despertó el odio de los unitarios – fue caracterizada por Hernán Brienza en El loco Dorrego: El último revolucionario (2007): “La línea económica diseñada por Dorrego se diferencia radicalmente de las pautas marcadas por el rivadavismo. De inmediato se recuesta en los sectores productivos e intenta en la medida de sus posibilidades recortarle sus beneficios al sistema especulativo basado fundamentalmente en el Banco Nacional, principal herramienta de endeudamiento del Estado y cuyos intereses responden al capital financiero británico. (…) Tiene que hacer frente a la inflación ocasionada por la devaluación del peso respecto de la libra por la sobreemisión de billetes realizada por el Banco Nacional… envía a la Legislatura un proyecto para transformarlo en el Banco de la Provincia de Buenos Aires… Incluso, en mayo sanciona la ley de curso forzoso… para evitar la fuga de capitales experimentada por las políticas rivadavianas”.

Firmó la paz con Brasil sobre la base de la independencia del Uruguay, previamente negociada en tiempos de Rivadavia.

Concluida la guerra hizo llamar al ejército de Montevideo pero al llegar el batallón al mando del general Juan Lavalle, éste puso sitio a la fortaleza de Buenos Aires, influenciado por algunos políticos del Partido Unitario, y protagonizó un golpe contra el gobierno legítimo del futuro mártir.

Lily Sosa de Newton, en Dorrego (1967), afirmó: “Todo está preparado para el estallido… El comité unitario se reúne en la noche del 30 de noviembre en una casa de la calle Parque, en la actualidad Lavalle, entre San Martín y Reconquista. Preside el cónclave el doctor Julián Segundo de Agüero. Uno de los pasos propuestos es el apresamiento de Rosas para ser fusilado en el patio de su propia casa, pero Lavalle exclama fastidiado: ¡Eso sería una canallada! Por los sucesos posteriores, se sabe que también la muerte de Dorrego queda decidida”.

Rosas intenta un último recurso para convencer a Dorrego de la gravedad de la situación… Son tantos los avisos que recibe Dorrego, que resuelve poner fin a los rumores conversando con el propio Lavalle. Envía entonces a su edecán, el coronel Bernardo Castañón, en busca de aquél. Son las tres de la mañana del 1° de diciembre. Castañón cumple su cometido, intimando a Lavalle que se presente en el Fuerte. El jefe militar, que tiene sus tropas listas para actuar, le responde altivamente: “Dígale que dentro de dos horas iré, peor a arrojarlo de un puesto que no merece ocupar”.

Aconsejado por Juan Manuel de Rosas que recurriese a las tropas de López en Santa Fe, fue a la campaña que le era adicta y en poco tiempo armó un ejército leal pero débil. Lavalle marchó contra él y lo derrotó; escapó nuevamente, pero fue traicionado por algunos de sus subalternos.

Capturado por Lavalle, fue sentenciado a muerte y fusilado el 13 de diciembre de 1828.

Su carta de despedida a su esposa sintetiza la patética situación y su entereza final: “Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia divina, en la cual confió en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado M. Dorrego”.

Pero la intolerancia triunfó. Su asesinato afecto a unitarios y federales por igual, hasta el propio Lavalle sintió el peso de su mala decisión sobre sus hombros hasta el fin de sus días. Quizás con él vivo la organización de nuestra Nación hubiese tomado otros caminos de entendimiento y proyectos compartidos por ambos bandos.

Republicano y democrático, su figura se eleva como símbolo de lucha y entrega por el pueblo, el cual debe tomarlo como bandera para su redención ante los poderosos.

*** Pablo A. Vázquez Lic. en Ciencia Política; Docente de la UCES; Secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas

 

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