LAS DOS PANDEMIAS: SUBJETIVIDAD COLECTIVA EN TIEMPOS DE HOY

Por Fernando Fabris    ***

Fernando Fabris sostiene en este artículo que la pandemia se dirime en un futuro en la síntesis emergente e imprevista que ocurrirá en la tensión entre dos éticas, la del cuidado y la solidaridad, por un lado, y la del descuido y del desprecio, por el otro. Entre cuidados populares y humanistas y la violencia oligárquica, neoliberal, e incluso, fascista.

Ilustración: Carlos Alonso


Un presente acuciante

Vivimos una situación presente acuciante, que no se agota en su propio marco ni se explica por sí misma. Requiere, por lo contrario, considerar lo que ocurría antes de la pandemia, y lo que podrá ocurrir después, en la pospandemia.

La pandemia, como su término lo específica, recorre gran parte del mundo, y en este caso particular, la casi totalidad. Se suma a otros padecimientos que ya existían, como por *ejemplo una incrementada desigualdad, la persistente pobreza en varias regiones, el hambre y otras situaciones cotidianas no menos angustiantes, como lo son las depresiones, los cuadros psicóticos, las enfermedades cardíacas, el cáncer, las adicciones y enfermedades psicosomáticas varias, sin omitir en esta lista, la infelicidad propia y específica de los tiempos del capitalismo neoliberal, cuyo horizonte no cierto pero más probable, es el incremento de todos estos males, incluyendo otros como el riesgo de conflagraciones regionales -que de hecho, existen en muchos lugares-.

La pandemia del coronavirus se inserta en un conjunto de problemas conocidos, generando una angustia que se calma solo en parte, ahora, que puede visualizarse la perspectiva de que ciencia resuelva esta cuestión a través de las esperadas vacunas.

Más allá del contexto previo, la pandemia significó un cambio abrupto en las condiciones de existencia, una pérdida de cierta seguridad mínima y la instalación cierta del riesgo de morir por algo que aún no tenía/tiene solución. Se agrega a esta, otra conmoción -y pérdida-, que es producto de la cuarentena que requiere del aislamiento y del distanciamiento, como medida fundamental, la única eficaz, hasta el día de la fecha.

Como toda situación de exigencia adaptativa, la pandemia y la cuarentena implican la superposición de emociones contrarias y procesos regresivos que activan recuerdos y experiencias que nos comprometen como sujetos únicos e irrepetibles -cada uno/a de nosotros/as-, tanto como a la condición de sujetos colectivos que habitan un país, una ciudad, una comunidad, y sabemos más ahora más que antes, un mundo compartido.

Durante este tiempo fueron necesarias respuestas que son, aparentemente, discordantes. Por un lado, salir hacia las cosas para mantener funcionando los sistemas de salud y los sistemas productivos, que permiten satisfacer las necesidades básicas, indispensables. Y por otro lado, salir hacia adentro, concretando un refugio protectivo, un autocuidado necesario, ante el riesgo de un contagio masivo.

La adaptación activa a la realidad tomó formas inesperadas, reflejando el carácter inesperado del virus del cual intentamos protegernos. A quienes tuvieron que salir hacia afuera y lo hicieron, debemos un reconocimiento. A quienes comprendieron que el aislamiento era una forma de proteger a los demás, también.  El quedarnos en nuestros hogares y/o circunscribirnos al barrio en el que vivimos, permitió que no ocurra lo que ocurrió en países a los que la pandemia agarró desprevenidos o en los que el desprecio hacia la vida por parte de sus gobernantes, ocupó el insidioso papel que había tenido lo imprevisto.

Como fue dicho, en esta ocasión lo heroico no tenía la forma de una arriesgada acción exterior, decidida y manifiesta, sino lo contrario: la forma de un refugio, de un aminoramiento, de un éxodo interno. Comentó Saborido que la tarea consistía, ahora, no en iniciar una larga marcha luego de quemar las naves para que no las tome el enemigo, sino en ponerse a salvo, alejándose del área de influencia del amenazante virus.

A la conmoción que proviene del riesgo de la muerte se sumó otra que proviene de la obligada convivencia. A veces reducida a dos o tres personas, a veces a la soledad y en otros casos, por lo contrario, al amuchamiento de un conjunto amplio de personas en espacios reducidos, circunstancia en la cual el aislamiento propuesto no debía cumplirse en la casa sino en el barrio. En unos y otros casos, a la urgencia de aprender formas de existencia nueva, con respecto a las cuales, si bien estamos cansados, ya somos todos candidatos a la experticia.

Se nos moviliza una experiencia social acumulada, vinculada a situaciones de riesgo. Esta experiencia se juega en la tarea de cuidar la vida de los demás y la propia, en el aprender a vivir una situación inédita y resolver desafíos desconocidos. Es parte de ello la activación de una memoria social y personal en la que están inscriptas experiencias trasmitidas a veces por abuelos y abuelas, o por padres y madres, por los libros de historia y la literatura en general, así como la memoria de situaciones que nos tuvieron por protagonistas directos, a nivel personal o profesional. Unas y otras ofrecen puntos de apoyo y suponen lo que podría llamarse un factor disposicional comunitario a la salud mental, tanto a nivel individual como a nivel colectivo, del cual extraer elementos para elaborar una estrategia adecuada a la circunstancia presente.



La ética del cuidado

La circunstancia actual requiere, también hoy, aunque la vacuna está más o menos cerca, una ética del cuidado que se fundamenta en un sentido humanista, que se corresponde con perspectivas ideológicas y organizaciones políticas y sociales de carácter popular y progresista. A nivel regional tanto como local, se vieron actitudes que remitieron a la ética del cuidado y la solidaridad, pero también inspiraciones contrapuestas que apuntaron -y aún apuntan- a un descuido que, como poco, le hacen el juego a la crueldad inherente al sistema neoliberal.

Pero además de ideologías políticas y una ética, del cuidado o del descuido, está presente también instancias psicológicas. Todos sabemos lo difícil que es en los vínculos con los seres queridos -esto es con los hijos, los padres, las parejas-, el reconocimiento del otro como otro; el enorme esfuerzo que ello implica. Porque ese reconocimiento requiere, paralelamente, el desarrollo de procesos de individuación que apunten a constituir una identidad más o menos congruente con las necesidades colectivas y propias, con las circunstancias y situaciones particulares por las que transita la vida.

Tenemos, hasta ahora, la fortuna colectiva -porque no depende de nadie, sino de nuestra propia historia y nuestros esfuerzos-, de estar dando respuesta a la difícil circunstancia, dentro de una ética que incluye -para la mayoría de la población-, el reconocimiento de una similitud constitutiva, que no anula la distinción que refiere a cada uno y una como únicos e irrepetibles.

Diversos, en un juego de reconocimientos que implica el registro del otro como otro, y de sí mismo como alteridad, del cual se deriva lo irreductible del semejante a las categorías que preexisten el encuentro, ya que es en la concurrencia de la acción compartida donde se concreta un ser ahí, en un aquí-ahora-con otros que no anula la inconmensurabilidad que es prudente poner en consideración, de algún modo, en alguna medida.

Ya definida la ética que se basa en la referencia al otro como semejante y distinto al mismo tiempo, cabe hacer mención a otro aspecto: la condición del otro como necesario y por ello no contingente, y por ello, indispensable. Cuestión que no es fácil considerar no sólo con respecto a los demás sino tampoco con respecto a sí mismo: el verse como alguien que puede morir, tanto como contagiar a otro,  que también puede morir y también contagiar.

La consideración del otro como necesario es contraria a la idea del otro aleatorio. El otro es, para Paulo Freire, otro-junto-a-quien-me-libero; es decir, otro con quien coopero para una acción que puede suponer gestos heroicos, desde ya, aunque también gestos simples como los son el aprendizaje, la conciencia crítica cotidiana, el disfrute, la transformación de la realidad, el encuentro fecundo, el cuidado, entre otros.

El encuentro de dos para una tarea -eso constituye la esencia del vínculo, concepto fundacional de la psicología social argentina-, remite a una ética en tanto aquello más amplio, la sociedad entera, se manifiesta en las formas particulares de lo mínimo, en la cercanía cotidiana, aun cuando esta cercanía supone, como ahora, la distancia.

En el cuidado de la salud y la lucha contra la enfermedad se juega no sólo la ética del cuidado y del vínculo, sino también el de un territorio de  sujetos colectivos, discursos y órdenes sociales como el del neoliberalismo, como variante cruenta del capitalismo, y otras formas que suponen las acciones de los pueblos que practican una perspectiva humanista  y a veces también la pierden, confundidos por las presiones de los sectores y clases sociales que saben construir sistemas esclavistas, feudales o capitalistas, o el que en cada tiempo corresponda.

Como es sabido, la ética se tensa en un terreno que no es neutro, sino un campo de fuerzas contrarias. La significación de los otros se juega también en una correlación de fuerzas y otros factores histórico-sociales que incluyen la voluntad y la iniciativa personal y colectiva, por cambiar la historia.


Inducciones al descuido

Se observó, en no poca medida, desaprensión, hostilidad y hasta desprecio hacia las conductas de cuidado. Sentimientos de vacío y frustración mal canalizados, expresados como prejuicios y paranoia. Actitudes irrespetuosas que incluyeron la propia inmolación y mecanismos sacrificiales que tuvieron por destino, sobre todos a los otros: que mueran los que tengan que morir, dijo ya se sabe quien.

Claro que los que actuaron de este modo, inducidos por otros o por la propia conciencia, no ven como descuido sus actitudes, sino manifestaciones válidas. La negación opera sobre la necesidad de creer que no es grave lo que ocurre, que el riesgo no es cierto. También en cierta tendencia a la autodestructividad que se realimenta de un narcisismo patológico, tan personal como cultural.

La autodestructividad, y aún la destructividad, no son productos del encantamiento silencioso de la pulsión de muerte, sino un emergente de una frustración cotidiana nunca suficientemente aclarada, nunca advertida del todo, o a tiempo. No se trata de una condición esencial de la especie, aunque tal vez si una derivación necesaria de aspectos oscuros de nuestra cultura y particularmente, es probable, de un tiempo de acelerada decadencia, no asumida aún, de la época que estamos viviendo.  La autodestructividad -y la destructividad proyectada en los otros, tiene por fuente la internalización de un vínculo desacreditante en un contexto de fuerte escases de vínculos amorosos, aceptadores, confirmantes. En gran medida, memoria ciega de una situación pretérita en la cual se internalizó un vínculo hostil, como si fuera bueno, lo que ocurre a nivel personal pero también a nivel social. Agresión internalizada y desplazada a otros, o a sí mismo, como otro.

Sucede, en los extremos, que del otro lado del sujeto hay un desierto, una carencia absoluta de satisfacción. En ese contexto la destrucción se presenta como un alivio. Es preferible esta, a la ausencia y el vacío de todo. Es un hecho trágico, pero muy real, a la vez. Se trata de una “solución” entre comillas, es una solución inauténtica, aunque muy humana, esto es, comprensible.  No es extraño que, en este marco de sufrimiento y desencuentro se generen chivos expiatorios que son objeto de una agresión que podría dirigirse tanto hacia adentro (como autodestrucción) como hacia afuera.


Los efectos postraumáticos

Los efectos postraumáticos dependen de varias cuestiones. En primer lugar, de la particularidad del factor traumático y también de varios otros factores que actúan en un tiempo común, entre los que se incluye una historia en la cual el trauma es un eslabón.  Esto por un lado. Se deben considerar también las acciones de los sujetos individuales y colectivos, en los tiempos que, como respuesta, siguen al presente.

¿Qué se puede prever y en cierta medida prevenir, respecto de los efectos postraumáticos de la pandemia?
¿Qué efecto traumático podría tener el aislamiento y posterior distanciamiento de 9 meses y tal vez un año? ¿Cuál podría ser el efecto postraumático si el trauma consiste no en una cuarentena prolongada y el riesgo de morir, sino en la muerte de un ser querido en ausencia de los medios técnicos o humanos que permiten tratarlo adecuadamente? Se trata de un cálculo en el que no puede haber certezas.

Puede acudirse, para situar la pregunta, a hechos que remiten a nuestra historia reciente. ¿Cuál fue el efecto a largo plazo de la dictadura del 76 al 83? ¿Cuál el de la Guerra de Malvinas? ¿Cuál el de los bombardeos a una población desarmada, en la Plaza de mayo de 1955? ¿Cuáles los efectos postraumáticos del desconsuelo de cientos de miles de personas entrando a comer de la basura en la Ciudad de Buenos Aires en los albores del 2001? Sabemos algo –no lo suficiente-, sobre cada uno y todos esos temas.

Existen escalas que miden el impacto de estresantes, así como el papel de los factores que facilitan o dificultan la elaboración psicológica. Entre los que la dificultan se encuentran la naturaleza intrínseca del factor traumático (unas pérdidas, en promedios, son más traumáticas que otras), el grado mayor o menor de la ambivalencia que generan, la ausencia o debilitamiento de los apoyos vinculares y comunitarios que intervienen, la cercanía del factor actual con la tarea principal y necesidades fundamentales de los sujetos, la simultaneidad de pérdidas en un período de tiempo breve, la significación subjetiva e intransferiblemente personal del trauma, el grado de fortaleza o debilidad de los sujetos o poblaciones (basado en factores disposicionales, el modo por el cual el estresante “despierta” aspectos no elaborados de la historia personal o colectiva). Y además, por último, el contexto de pobrezas y violencias crónicas, responsable de un traumatismo tan crónico como inadvertido, para gran parte de las personas, si no para todas. Esto es, no lo traumático circunstancial sino lo traumático permanente (la neurosis corriente, la injusticia institucionalizada).

¿Qué futuro podría imaginarse?

Hechas las necesarias salvedades respecto de la posibilidad o imposibilidad de predecir situaciones, y mencionadas ciertas escalas que intentan hacerlo, podrían suponerse las siguientes circunstancias:

Una gran parte de la incertidumbre va a disminuir rápidamente por efecto de la vacunación y eventuales tratamientos del coronavirus.
Las luchas y movilizaciones, de carácter popular y progresista, se van a extender, luego del paréntesis inevitable creado por la pandemia y la cuarentena.

Se va a resolver una sensación de irrealidad y extrañamiento o ensoñación, que son producto de la amenaza del virus tanto como del distanciamiento y aislamiento.

Hechos, los mencionados en el punto anterior, que van a dejar una marca. Aunque cabe aclarar, la conciencia difusa e incluso obnubilada no se debe a la pandemia únicamente, sino a un modo de subjetividad que fue corriente en los tiempos del macrismo. Aquel gobierno buscó instalar, con éxito durante no poco tiempo, una ambigüedad que ocultara el carácter siniestro de sus política y objetivos: una ambigüedad manipulada que constituyó un componente indispensable de la manipulación perversa que subyace al lawfare y las fake news.
Luego de la pandemia quedaremos, probablemente, más conscientes de la vulnerabilidad social, existencial y personal, con un registro distinto -tal vez, más humanista y menos capitalista-, de lo que es indispensable y lo que es accesorio.
Volveremos a tomar contacto con la capacidad de levantarnos, luego de tocar el punto más bajo, actualizando así esta cualidad que parece ser inherente a nuestra cultura.
Va a quedar un sufrimiento vinculado al riesgo de morir y el dolor de la muerte, ocurrida muchas veces sin las ceremonias mínimas que permiten la despedida.
La revalorización de lo cotidiano y la alegría del reencuentro; en particular, el contacto de los cuerpos, lo que de hecho ya está ocurriendo, con las restricciones necesarias, en los tiempos actuales.
Como ya dijimos, la salida de la pandemia va a significar el alivio que supone retomar un proceso que quedó entre paréntesis. Un proceso político, social y psicológico en el cual el pueblo venía rescatándose del derrumbe de 2015 y del sometimiento a los artilugios del macrismo, para gran parte de él.

Repasemos este último punto. En aquellos años la ambigüedad manipulada tuvo su acto fundacional con el encarcelamiento de Milagro Sala y la represión a los trabajadores de Cresta Roja. Junto a la política de tierra arrasada (estrategia de shock y manipulación comunicacional) se vieron acciones de resistencia  como el acompañamiento a Cristina Kirchner -citada a declarar por los personeros del lawfare y de Comodoro Pro-, ya a inicios de 2016, antecedidos por algunos encuentros espontáneos, en plazas públicas.

Predominaba sin embargo,  para las mayorías, la mencionada ambigüedad, la cual la cual se nutría de una ingenuidad desde la cual el maltrato abierto podía ser registrado con satisfacción (“está bien, aumentan los servicios, pero cuidan las mascotas y hacen bicisendas”).

El proceso de resistencia se expresó otra vez en las marchas por el asesinato de Santiago Maldonado y luego, Rafael Nahuel, desde agosto de 2017, y de modo multitudinario, en el mes de mayo de aquel año, en la marcha contra el 2×1, una de las manifestaciones por los derechos humanos más grande de la historia argentina.

Pero además, tuvieron un papel determinante, al nivel de constituir un punto de inflexión político pero también psicológico, las multitudinarias marchas de diciembre de 2017, contra la reforma jubilatoria. Se constituyó allí un tipo de conciencia que, si bien tenía mucho de fantasmagórica en sus formas, era insidiosamente crítica en su dimensión más profunda.

Al año siguiente, en 2018, esta conciencia fantasmagórica se transformó en un tipo de conciencia que denominamos patética, entendiendo este término con referencia a una conciencia que sin dejar de incluir una fuerte conmoción que supone cierta parálisis o refrenamiento, significa también un darse cuenta, desde una pasión grave, un pathos en el cual lo fantasmagórico no es antagónico de la conciencia.

El 2018, que se había iniciado con el popular MMLPQTP, cantado en recitales y estadios de fútbol, fue el año en el cual tuvieron lugar una decena de marchas, de cientos de miles de personas cada una de ellas, mostrando una singularidad ya que no fueron las más grandes marchas de la historia ni las que tuvieron lugar de modos más frecuentes, pero sí las que conjugaron a cientos de miles, en reiteradas ocasiones, a lo largo de ese año.

Cabe agregar un hecho fuertemente coincidente con la dirección general del movimiento popular de estos años. Desde 2015, el movimiento de mujeres que acumulaba ya desde los años ochenta una fuerza muy grande, reunió ahora a cientos de miles en las calles, alrededor de la consigna “Ni una menos”. La denuncia de la violencia machista, mostraría con el tiempo su coincidencia -espontánea, no planificada-, con el movimiento político general, y constituyendo en cierto sentido una de sus expresiones de vanguardia.


Hacia 2018 la tensión era muy fuerte. Las fakenews y el lawfare inventaron los cuadernos de Centeno que curiosamente, carecían del efecto buscado en la opinión publica. Bajaba la imagen de los lideres neoliberales y subía la de los líderes del campo nacional y popular. El libro Sinceramente, de Cristina Kirchner, y un video del 18 de mayo de 2019, en el cual propuso a Alberto Fernández como candidato a presidente, permitió la unidad que se expresó en el triunfo del Frente de Todos en las elecciones del 2019.

Se instaló, con el triunfo electoral, una situación de expectativa, una espera en la cual el nuevo gobierno pudiera evaluar el destrozo producido. Cuando vencía ese tiempo de espera, en el mes de marzo de 2020, comenzó la cuarentena.  Las decisiones políticas se jugaron en parte en la decisión gubernamental de cuidar la salud colectiva, en primer lugar y, no en atender a las exigencias de los sectores capitalistas. Esto fue registrado por los factores de poder, lo que se hizo visible cuando comenzaron a atacar al presidente.

Persiste aún hoy un cierto grado de obnubilación y onirismo en la conciencia subjetiva, el cual da lugar a situaciones donde todo parece oscilar lejos del equilibrio, y a nadie sorprendería, por lo tanto, que ocurran las acciones más inesperadas. Tal vez por derecha y no por izquierda, teniendo en cuenta el contexto mundial, aunque la política también en este punto no es un campo de certezas.

Cabe pensar que lo más probable es que se desarrolle una situación de confrontaciones, sin cambios bruscos, en los tiempos cercanos. Nada de esto es seguro y los contextos son cambiantes.  ¿Cómo será la salida de la ambigüedad, paralizante en tiempo del macrismo, inquietante en los tiempos actuales, cuando ya no esté la situación excepcional del distanciamiento social propio de la pandemia? ¿Se crearon las condiciones, durante la pandemia, de una subjetividad colectiva mucho menos fantasmagórica y mucho más consciente de las reales condiciones en las que tiene lugar el tiempo actual?

Desde el punto de vista que considera el espíritu de la época -y su correspondiente estructura de sentimiento- nos encontramos en un tiempo de confrontación entre una sensibilidad neoliberal y posmoderna y formas emergentes, aún tenues, de una nueva subjetividad nueva y un humanismo renovado.

Desde la lógica de largo plazo, el futuro depende de la capacidad de hacerse cargo de verdades fuertes, de abordar las contradicciones entre proyectos políticos que postulan, un país para unos pocos o un país para la mayoría. Estas cuestiones de fondo asoman para ser descubiertas, aunque están ya a la vista, para muchos que observan sin perder el asombro de que cierta parte de la sociedad parece preferir el sacrificio de la mayoría, en la forma de la muerte, del descarte y la exclusión.

La pospandemia depende de que resolvamos las cosas de fondo o no las resolvamos, o mejor dicho del grado en el cual resolvamos la degradación de la vida en común, el desajuste social que remite a la imposibilidad de transformar una estructura económico-social que soporta solo veinte millones de personas y excluye al resto.

La resistencia psicológica se completa con una resistencia cultural y política, a transformarse en un país independiente y soberano, cuestiones que son imposibles de concretar sin el ingrediente de la igualdad y la justicia.

Tenemos factores disposicionales a favor: la lucha por los Derechos Humanos, la lucha por la dignidad del trabajo y contra la desocupación en los 90’, las experiencias históricas de industrialización y de incremento de la igualdad; los primeros bocetos de un salario universal, como lo fue la asignación universal por hijo; las multitudinarias luchas de los feminismos populares que pueden coincidir -sin forzamientos-, con la liberación económica, social y política general.

Aquello que acerca los bordes de lo que está fracturado, no es algo predeterminado por lo que ya existe. Es un producto emergente, una síntesis nueva que se presenta, acaso imprevistamente, en su concreta y singular realidad. Realidad que se constituye al mismo tiempo que el nombre que la designa, como sugiere Horacio González. No se niega con esto cierta imagen que anticipa lo que como pueblo estamos buscando y creando al mismo tiempo. Pero el objeto que satisface el presente acuciante, existe solo en un futuro que no se configura en ausencia de la praxis que lo constituye.

La pospandemia depende de una historia que se va a retomar fuertemente, luego de este paréntesis. Y va a depender de las decisiones que cada uno y cada una tome. El futuro surge de la conjunción de las decisiones de cada presente, de la concurrencia de un fragmento de historia que adquiere vigencia, así como de precisiones que solo pueden provenir de futuros, aún desconocidos. Determinaciones relacionadas a cosas que vamos a aprehender cuando ocurran, porque a su vez, nuestras acciones las van a hacer ocurrir. No puede saberse de qué se trata el objeto aquel al que tienden -o del que escapan-, las acciones actuales. Lo único seguro es que la síntesis emergente e imprevista ocurrirá en la tensión entre dos éticas, la del cuidado y la solidaridad, por un lado, y la del descuido y del desprecio, por el otro. Entre cuidados populares y humanistas y la violencia oligárquica, neoliberal, e incluso, fascista.

 

*** Fernando Fabris Lic. y Dr. en Psicología. Psicólogo social. Autor de Subjetividad colectiva y realidad social. Una metodología de análisis. Buenos Aires.  Ed. El Zócalo.

https://lateclaenerevista.com/las-dos-pandemias-subjetividad-colectiva-en-tiempos-de-hoy-por-fernando-fabris/

 

Enlace permanente a este artículo: http://ellibertadorenlinea.com.ar/2020/12/24/las-dos-pandemias-subjetividad-colectiva-en-tiempos-de-hoy/