NADA DE BERNI NI DE BULLRICH

Por Rodolfo Yanzón   ***

Las expresiones del ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, de respaldo a las fuerzas policiales de la provincia y de crítica a la familia de Facundo Astudillo Castro, van a contrapelo de las manifestaciones del gobernador Axel Kicillof, quien dijo que no se encubriría a nadie, y del hecho de que el presidente Alberto Fernández se comunicara con la madre de Facundo para brindarle su apoyo.

Hace 30 años se impuso el Consenso de Washington bajo la batuta del Departamento de Estado de los EE.UU, el FMI y el Banco Mundial, por el cual se propició reducir el gasto social -trabajo, vivienda, educación, salud-, liberar los mercados, privatizar los servicios y desregular las relaciones laborales para dejar manos libres al empresariado.

Ese consenso fue de la mano de una política punitiva que criminalizaba a quienes no se adaptasen al modelo ciudadano-trabajador. Fue en esos años que la Argentina -bajo el menemismo- incorporó herramientas penales de EE.UU -como el arrepentido, el agente encubierto y el juicio abreviado- debilitando derechos esenciales. Los jueces se especializaron en agencias como la DEA y las causas por narcotráfico fueron tubo de ensayo para luego propagar la experiencia sobre todo el sistema.

Se necesitó de un pool mediático que insuflara en la sociedad la conveniencia de llevar a cabo determinadas políticas cincelando el prototipo de criminal que la ley debía perseguir. Las palabras y el discurso generan criminales. Cada país se dio su propio modelo. En EE.UU, los negros y latinos; en Europa, los inmigrantes asiáticos y africanos. Y en la Argentina, las comunidades indígenas y los habitantes de los barrios periféricos de las grandes ciudades. Santiago Maldonado no respondía a esta última categoría, pero desapareció y apareció muerto por solidarizarse con los reclamos de la comunidad mapuche. Un desenlace fruto de una política estatal de persecución y disciplinamiento, ejecutado por el brazo armado de la Gendarmería que contó con la venia y el consenso del poder político, que ocultó su mano, denostó a familiares y víctimas, y reivindicó y protegió a los responsables.

Además del encubrimiento, el discurso oficial estigmatizó a las comunidades en un todo de acuerdo con aquellos sectores de la sociedad blanca barilochense, la de la postal suiza que pone retenes para impedir que ingresen los pobres a sus zonas de privilegio, los mismos que alambran las costas de los lagos. Se los llamó terroristas y se les inventó un poder de fuego inexistente, que se reprodujo con la muerte de Rafael Nahuel por parte de la Prefectura en la zona del lago Mascardi. A través del sempiterno vocero de ese sector blanco, que es el diario La Nación, se insiste en la represión de quienes reclaman y en fomentar una fuerte presencia estatal armada, a la vez que critican los intentos del nuevo gobierno para fomentar el diálogo; pero ese grupo sólo entiende de balas y fusiles.

Como presidente electo, Alberto Fernández tuvo un gesto que generó cierto optimismo al calzarse la gorra de Brian, un pibe que sí integraba el segmento sobre el que cotidianamente caen las fuerzas de seguridad con total arbitrariedad, los jóvenes de esos barrios periféricos, también carne de cañón del sistema judicial y penitenciario. Pero hace 4 meses desapareció Facundo Castro en la provincia de Buenos Aires y el ministro de seguridad provincial, Sergio Berni, criticó a su familia y descartó toda responsabilidad de la policía bonaerense diciendo no hicieron nada malo; a contrapelo de lo que dijo el gobernador Axel Kicillof, que manifestó que no se encubriría a nadie, y el hecho de que el presidente Fernández se comunicara con la madre de Facundo. Ya en su paso por el manejo de la seguridad nacional, Berni fue noticia por sus expresiones xenófobas y las cotidianas incursiones de la Gendarmería en los barrios populares del conurbano bonaerense, haciendo la tarea de hostigamiento sobre los jóvenes que, como Brian, responden al modelo instalado mediáticamente.

La constante apelación a conceptos castrenses deja ver su afán de militarizar la seguridad y el espacio público, tan afín al modelo mediático, lo que explica su permanente exposición pública atacando a periodistas que cuestionan sus modos y apelando a viejas consignas del manodurismo como derechos humanos para los delincuentes, la puerta giratoria, nosotros metemos presos y los jueces liberan o los jueces se esfuerzan en liberar criminales; un compendio que manifiesta el anhelo de que los jueces sólo hagan lo que los grandes medios y las fuerzas de seguridad quieren, un sistema judicial ratificatorio de la condena mediática y policial, que se despreocupe y hasta menosprecie los derechos individuales fundamentales.

Su alto perfil desdibuja aquel mensaje auspiciante del Fernández candidato y deja ver a un sector del oficialismo permeable al discurso del Consenso de Washington, al del disciplinamiento de los sectores vulnerables, a tal punto que se comenzó a especular con la candidatura de Berni, un modo de utilizar el monopolio de la fuerza estatal para hacer política, de la peor, en sintonía con el alto protagonismo de Patricia Bullrich al frente de cierta oposición, muy a gusto con la veta autoritaria, buscando liderar el conglomerado aterrado con el crimen callejero, al que necesitan nutrir para generar su propio alimento, mientras que hacen la vista gorda con los crímenes de cuello blanco, a su vez disfrazados u ocultados por los mismos medios, que hoy despotrican contra una posible reforma judicial, porque defienden a jueces adscriptos al Consenso de Washington; en definitiva, un Estado robusto para controlar y castigar al pobrerío, y minimalista para allanar el camino a los empresarios mientras se extiende el trabajo precario y se intenta flexibilizar derechos de los trabajadores.

Asociar el crimen a los pobres, es la tarea en la que tanto Bullrich como Berni, con sus matices, están abocados. La diferencia está en el control político. Bullrich tuvo el apoyo total del macrismo, mientras que Berni tiene apoyos y críticas propias.

Yo sigo esperando que aquel mensaje del Fernández candidato sea realidad. Para eso, nada de Bullrich ni de Berni.


***   Rodolfo Yanzón  – Abogado DD.HH

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