SÓLO SE TRATA DE VIVIR



Por Daniel Freidemberg   ***

Los dichos de Susana Giménez acerca de los pobres y el trabajo apuntan a perpetuar el sentido común en que el modo de vida neoliberal consigue un arraigo en la sociedad, aun entre buena parte de las víctimas de las políticas que el neoliberalismo lleva a cabo, o de sus saboteos a las tentativas de aumentar los derechos y mejorar la vida de las mayorías.

Qué manera de insistir con “los pobres”, como si fueran lo único que importa. ¿Y los argentinos que tienen que pagar un treinta por ciento más para ir de vacaciones a Punta del Este o Miami? Digamos la verdad: el populismo habla tanto de los pobres para sacarle la plata a los ricos. En vez de tanto hablar de ellos, a los pobres hay que darles soluciones: mandarlos al campo y enseñarles a sembrar. Pero eso ya no se puede, porque al “campo” le sacan sus ingresos con retenciones. Como estamos en medio del populismo nadie se anima a decir esto. Es de los pobres que el Estado tiene que sacar la plata, por la sencilla razón de que son más. Si los ricos son ricos es porque se hicieron trabajando y porque son más vivos, mientras los que están en la pobreza se lo merecen porque no les gusta sacrificarse y son ignorantes, quieren ser mantenidos. En vez de sacar a los ricos, que los pobres se pongan a sembrar y se vuelvan ricos.

Notable compendio de un pensamiento, si le damos una extensión muy laxa, sin exigencias de rigor, a la palabra “pensamiento”, que tal vez podamos llamar “gorila”, si es que hay que llamarlo de algún modo, formalmente identificado con el peronismo y que bajo esa denominación cree percibir en realidad “otra cosa”, a la que teme tanto como desprecia (y es porque la desprecia que la teme): la vida popular. No es, por supuesto, Susana Giménez la única que lo “piensa”, aunque haya sido ella ahora la encargada de decirlo con todas las letras, lo que bien se puede agradecer para que se pueda ponerlo mejor en foco. ¿Vale la pena tirársela contra ese personaje? No sé. Tiendo a pensar que es lo que realmente piensa, que es muy sincera, que el chip que tiene instalado en el autolimitado espacio de su mente no le permite otra cosa, pero, lo piense o no, el hecho es que ese combo, todo acto que refuerce ese combo, apunta a perpetuar el sentido común en que el modo de vida neoliberal consigue un arraigo en la sociedad, aun entre buena parte de las víctimas de las políticas que el neoliberalismo lleva a cabo o de sus saboteos a las tentativas de aumentar los derechos y mejorar la vida de las mayorías.

¿Qué porcentaje de la población argentina mira el programa de la Su? La cantidad no es poca, seguramente, pero, ¿en términos de porcentaje, es decisivo? Lo que se puede decir con alguna seguridad es que sus televidentes fieles lo miran porque eso, precisamente eso, es lo que quieren ver y escuchar. Lo que necesitan, o creen necesitar. Y ese, más que la señora Giménez, es el problema, porque es gente –para decirlo de una vez y sin vueltas– irrecuperable. Blindada. No es con argumentos, por más sensatos, racionales y bien explicados que estén, que se los hará cambiar de criterio, ni siquiera exponiendo realidades concretas, incluidas las que los afectan directamente. No es este el lugar donde desentrañar los motivos psicológicos, culturales y de psicología social por los que se da ese encapsulamiento: el encapsulamiento existe y es sólido, consistente. Renunciar a él, cuestionarlo, implica, para sus sostenedores, renunciar a su identidad, su ser “yo mismo”, sus razones para estar en el mundo. Quedar boyando como astronautas a los que se les soltó el cordón que los conectaba a la estación espacial. Algo así como la muerte. No van a cambiar, pero se puede acotar su capacidad de pudrir todo, despotenciarla.

Si no hay explicaciones ni razonamientos que puedan perforar esa capa, si no hay muestras de buena voluntad que los conmueva. Si, por supuesto, reprochárselo, recriminarles y, mucho menos, agredirlos o insultarlos, es peor, porque es confirmar su emperramiento y alentar su rencor. ¿Se puede hacer algo? Se me ocurre que aislarlos, dejarlos parloteando solos. Meterlos en un gueto imaginario no, de ningún modo: alentar en el resto de los argentinos, que son bastante más, otro modo de relación con el prójimo y con la vida, más solidario, más fuerte, convincente, e inmune a esa mala leche. Pero alentarlo en la práctica, con hechos, no con bajadas de línea ideológica. Mucho más que hablar de una sociedad mejor, ir constituyéndola concretamente, que se la pueda vivir, que se la disfrute. Mucho más que de ideas, se trata de vida concreta, de vida vivida. Que, entre otras cosas, impida que la necedad susanística se contagie, como se contagia ahora, al vasto sector de los “yo no entiendo de política”. Al revés: contagiarlos, no discursiva ni teóricamente sino por ósmosis, a través de experiencias reales, vivibles. Que vayan percibiendo en carne propia que se puede vivir de otro modo, y que ese modo es mejor.

Está el poder de los medios concentrados, por supuesto, y lo que se pueda hacer en ese territorio hostil habrá que hacerlo, pero es relativamente poco. Más vale, en estas condiciones las que ahora nos tocan, el laburo por abajo, la producción constante de opciones de vida concretas (clubes y centros culturales barriales, fiestas, actividades comunitarias, cooperativas de producción y/o consumo, cultos religiosos con sentido popular, asociaciones en defensa de lo que haya que defender, iniciativas conjuntas para reclamar a las autoridades, deportes, y un interminable etcétera). No sólo no es imposible: los ejemplos abundan por suerte y entiendo, o quiero entender, que marcan una dirección. Y que lo que se haga desde el Estado, desde este Estado que votamos en diciembre pasado, y desde las fuerzas políticas y sociales que lo gestionan, no sólo tenga en cuenta esas fuerza del buen vivir sino la aliente, la consulte, aprenda de ella, la respalde, y mucho. “Sin la política no se puede, pero con la política no alcanza”, uno está tentado a resumir, aunque eso que se mueve por fuera de la política institucional también es política, y de la mejor. Ni atacar al gorilismo susanístico ni a Susana ni intentar al cuete convencerlos o adoctrinarlos. Dejarlos que se cuezan en su caldo y apuntar a todo ese otro espacio, el de la vida a vivir, a potenciar, que está ahí, esperando que se lo despliegue, porque tiene con qué. Los modos de vida no se predican, o no solamente se predican: se crean andando.

* **  Daniel Freidemberg Poeta, crítico, ensayista y periodista

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